Se dice bien alto desde todas las esferas del pensamiento, las artes, la ciencia: La pandemia es una oportunidad para replantear nuestra relación con la naturaleza y con los otros. Y hoy, en medio de la irrupción disruptiva del Covid-19, invertir en la capacidad de resiliencia de las personas, las instituciones, los ecosistemas, es un imperativo ético.
Lo dijo bien claro Judith Butler desde la filosofía. De su participación en el Festival de Arte y Ciencia “El Aleph”, de la UNAM, rescato algunas notas: Si destruimos la Tierra destruimos nuestros mundos. Nuestra vida depende de la interacción con los demás, ¿cómo vivir sin tocarnos? ¿es eso vivible? Mi bienestar no es independiente del bienestar de otros, ahí la lección ética de esta pandemia. Tenemos una oportunidad de revisar nuestra relación con los otros y con la Tierra, porque esta pandemia se da en el contexto de destrucción ambiental y de un capitalismo que trata como desechables a los pobres, los negros, los migrantes, los mayores de edad, los más vulnerables, los seres humanos sin acceso a la salud o a la seguridad social. ¿Qué hace vivible la vida? Lo vivible, lo soportable, es un requisito modesto. Necesitamos crear condiciones para hacer también deseable la vida.
Arnoldo Kraus, médico y escritor, en su intervención: “La bioética laica es la única fuerza que se puede oponer a las razones de la pandemia”. También profundizó en el contexto del Antropoceno, la destrucción de la naturaleza por los seres humanos e hizo un llamado a la conciencia, por la justicia y la urgencia de redefinir quienes somos para construir una nueva realidad.
Mentes brillantes de todas las disciplinas hablaron de la pandemia y las posibilidades de la vida después del Covid-19. Parecen darle la razón a Andrew Rhodes, respetado ambientalista mexicano cuando propone que: “La agenda del medio ambiente tiene que incluirse como parte fundamental de una agenda de salud, de economía, de gobernanza, de educación y de cultura”.
Poco antes del 5 de junio, cuando la ONU conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente, el biólogo accede a una entrevista vía Zoom. El problema no es sólo la pandemia sino fortalecer la capacidad de resiliencia personal, institucional, de organizaciones y comunidades ante estas disrupciones. No se trata de resistirse al cambio, advierte, sino de invertir en la capacidad de adaptación a una nueva realidad. Y sí, repensarnos en el nuevo escenario y apostar por una Revolución Sostenible.
Rhodes es enviado especial para Océanos PNUD- México (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) adscrito a la subsecretaría de Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos de la SRE, conoce de arriba abajo todas las áreas naturales protegidas de México y su rica diversidad biológica. Confirma el dato de que un ecosistema puede regenerarse en 20 años si se le da la oportunidad, es decir, que la naturaleza tiene una capacidad de resiliencia asombrosa que tiene mucho que enseñarnos. Pero hay que conocerla más, hacer visible lo invisible, porque esas áreas naturales protegidas son los bastiones de la conservación del país.
El Centro de Resiliencia de Estocolmo enuncia varios principios para promover el desarrollo de esta capacidad. Entre ellos: diversidad (el planeta será más resiliente entre más diverso sea) y redundancia, manejo de conectividad, retroalimentación, aliento del pensamiento complejo (aceptando la impredecibilidad y la incertidumbre mediante el reconocimiento de una multitud de perspectivas); estímulo al aprendizaje permanente y el conocimiento compartido, amplia participación en grupo y promoción de gobernanza policéntrica.
Este nuevo paradigma propicia “coaliciones de acción” colectiva entre sociedad civil, gobierno y sector privado. Donde no basta el compromiso, se necesitan los más capacitados, los de mayor experiencia y conocimiento. Para construir una vida deseable y de auténtico bienestar.
adriana.neneka@gmail.com