Solía aconsejar a sus artistas: “Conozcan las danzas de México. Y al momento de crear, ¡olvídenlas!” Y Guillermo Arriaga, que retuvo siempre la enseñanza de El Chamaco, agregaría años después: “Conozcan el amplio abanico cultural y social de su país, y al crear ¡olvídenlo!”

La exposición Miguel Covarrubias, una mirada sin fronteras tiene que ver con esa filosofía que mira hacia dentro con espíritu cosmopolita, determinante en un momento cultural de México que Arriaga, el creador de la coreografía Zapata, sintetizó: “Yo digo que fuimos los últimos en llegar al renacimiento cultural que se da con Vasconcelos y que se expresa en la literatura, la pintura, la música. Y la gran época de la danza se da en el tiempo que le tocó a Covarrubias como el más grande promotor que ha tenido la danza en México”.

En el universo creativo de Covarrubias, que abarca desde la pintura, el dibujo, la caricatura, la cartografía, la arqueología, la etnografía, la edición… y todo aquello que puede apreciarse en la exposición abierta en el Palacio de Iturbide, una sección se titula: “El relato y el cuerpo: Teatro y danza”.

Ahí me detengo en una sola pieza que guarda un gran episodio. Con el dibujo Estudio para el ballet Zapata recuerdo las palabras de mi tío Guillermo, el bailarín, mientras me contaba su vida: “Estamos en 1950. El Maestro Carlos Chávez, primer director del INBA, invita a Miguel Covarrubias a ocupar la jefatura del entonces Departamento de Danza. (…) fue un verdadero renacentista: pintor, caricaturista, arqueólogo, museógrafo, viajero incansable, creativo, inquieto… su labor hizo posible que se diera una época de oro de la danza en este país”.

Reunió a las y los mejores pintores, bailarines, músicos, escritores, escenógrafos y llevó a la danza mexicana a niveles inéditos. “Fue el Diáguilev mexicano”, aseguraba Arriaga, que conservó toda su vida las tintas y acuarelas con el diseño del vestuario de Zapata que realizó Miguel Covarrubias. Sobre el papel: el caudillo del Sur (Arriaga) y la Tierra (Rocío Sagaón) bailando. De la hoja saltarían a los escenarios con música de Moncayo y, una tarde, al patio central de la Casa Azul para bailarlo frente a Frida Kahlo, ya muy enferma. Testigos: Covarrubias y Diego Rivera.

Covarrubias logró de la Secretaría de Hacienda recursos insólitos para la danza. Orquesta en vivo en cada presentación. Giras internacionales. Grandes pintores para las escenografías (Tamayo, Pedro Coronel, Chávez Morado, Julio Prieto, Leonora Carrington, Soriano…); los mejores músicos a los pies de la danza (Jiménez Mabarak, Moncayo, Blas Galindo…); escritores de genio hacían los libretos (Rulfo, Arreola, Carballido, Revueltas, Magaña…) y los fotógrafos documentaban el proceso (Nacho López, Walter Reuter…).

Gracias a él y a Carlos Mérida, que dirigió la Escuela de Danza de la SEP desde 1932, llegaron a México Anna Sokolow y Waldeen, de cuyas enseñanzas surgen Ana Mérida, Amalia Hernández, Rosa Reyna, Josefina Lavalle, Guillermina Bravo, Evelia Beristain…

Si un solo dibujo, entre 453 obras, en solo una de las 14 secciones temáticas de la exposición, evoca tanta historia, hay que imaginar la riqueza que contiene la muestra curada por Sergio Raúl Arroyo y Anahí Luna.

Gracias a ese equipo y a la directora del proyecto, Cándida Fernández, más de 150 mil visitantes hasta hoy hemos podido redescubrir la dimensión de uno de los creadores fundamentales del siglo XX en este país. Decía Jiménez Mabarak de su generación: “La única presión que sentíamos era el deseo de mostrar el mejor rostro de México”.

Qué momento envidiable.

adriana.neneka@gmail.com

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