Escribió el poeta: “¿También tú, oh amigo, supusiste que la democracia vive tan sólo para las elecciones, para la política y para el nombre de un partido?” Walt Whitman imaginó para su país un camino hacia adelante en el que la estética y la composición literaria de obras imaginativas y grandes poemas serían la única alternativa de supervivencia.

“Más que cualquier otro factor, una robusta literatura ha de ser indudablemente la justificación y la salvaguarda (…) de la democracia americana. Pocas personas tienen idea de la medida en que la gran literatura penetra en todas partes, da color a todo, orienta a las masas, forma las personalidades y, por vías útiles, con fuerza irresistible, construye o destruye la voluntad”, escribe el poeta durante la Guerra de Secesión en Estados Unidos, en la que participa como voluntario y enfermero, y después, durante la reconstrucción de su país. Publica el ensayo en prosa Perspectivas democráticas en 1870.

Grecia, insiste el poeta, es un ejemplo: son su literatura y su estética “la armazón que les permitió sobrevivir durante cientos y miles de años”.

Para muchos, los factores que determinan la historia —prosigue Whitman— se llaman guerras, encubrimientos y caídas de dinastías, altibajos comerciales, advenimientos de fuertes personalidades, conquistadores… y sin embargo puede surgir una idea nueva, adecuada a la época y adoptada por algún gran escritor para su difusión, capaz de ocasionar cambios, evoluciones, perturbaciones en grado y prolongación mayores que una guerra… un vuelto político, dinástico o comercial.

Por eso, en esa diversidad de razas, climas, ciudades, mentalidades, religiones… que habitan su país y ante el peligro de confrontaciones entre grupos irreconciliables “debido a la ausencia de una armazón orgánica que los mantenga unidos”, Whitman propone una pléyade de grandes poetas, artistas, maestros… portavoces de la nación, que expresen “todo cuando es nuestro, universal y común a todos los hombres y mujeres de Estados Unidos”.

No es una estética complaciente o entretenida la que sugiere, ni siquiera la más refinada, o aquella que alimenta una cultura general: “Se necesita proveer una pequeña dosis de saludable rudeza, de virtud salvaje, de justificación de lo que tenemos en nuestro interior, sea ello lo que fuere. Las cualidades negativas, aun las deficiencias, serán un alivio (…) en esta etapa de la sociedad cada vez más compleja y artificial”.

Su texto es un espejo del país que mira, argumento contra la mediocridad, la corrupción, la falta de ideales, el arte conformista, la vida cómoda y el materialismo. Pese a progresos materiales asombrosos, observa una sociedad poco educada “tosca, corrompida, supersticiosa y putrefacta”. Un país que anexó Texas, California, Alaska… “como si estuviéramos dotados de un cuerpo cada vez más grande con muy poca o ninguna alma”.

Por eso aspira a la democracia, más allá de lo electoral, como forma de vida, en los entornos públicos y privados, donde bondad, virtud, dignidad, respeto, educación, cultura y conciencia sean pilares civilizatorios. Y “donde pueda desarrollarse y dar frutos y flores la forma más alta de interacción entre los seres humanos”.

Leer a Walt Whitman hoy es un clavado a la aspiración democrática que tanto urge defenderse en Estados Unidos. Y en el mundo.

adriana.neneka@gmail.com

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