Cruzo la puerta hacia la galería del Seminario de Cultura Mexicana con la sospecha de que algo sucederá. Porque tanto silencio y tanta paz ya son privilegios ajenos a nuestra vida. Afuera quedan guerras, misiles televisados, desgracias de cada día, inundaciones, las noticias con las realidades más violentas y crueles de un mundo en manos de seres fuera de control. Y de pronto y de frente, el universo de cerámica que ofrece Gustavo Pérez en su exposición Juego infinito.

Sylvia Navarrete cita al artista en el texto que acompaña la exposición: “¿Cómo no seguir entregado a la arcilla, el torno y el fuego si se posee capacidad de renovación y disfrute al infinito?” Sin necesidad de títulos o cédulas explicativas, hablan el barro y la geometría, la abstracción y la figura, los esgrafiados y dibujos sobre negros, blancos, ocres, azules, verdes. No hay palabras, pero sí poesía. Sin sonido, la música entra por los ojos. La belleza penetra la piel y la armonía tomo por asalto las entrañas.

Gustavo Pérez reflexiona durante una llamada telefónica: “No evado la realidad, pero aquí no se trata de reproducir o de recrearse en el horror, la miseria humana, la política… todo eso tan doloroso que enfrentamos. Pero es indispensable mantener capacidades como la de acariciar una perrita que se acerca, hacer una sopa con amor y, en mi caso, enfrentarme al barro.

“Con frecuencia al contacto físico con el barro suele aparecer la serenidad, la calma, una íntima alegría de estar con arcilla en las manos. No es que uno se vuelva niño, pero es una fortuna poder vivir esa vuelta a la frescura, a la ingenuidad de un niño que juega con la arena”.

El artista habla del paso del tiempo y de la libertad que los años de experiencia con la cerámica le dan. Y, agregaríamos, el dominio técnico sin dejar la experimentación y el recorrido por nuevas veredas. O laberintos. Recuerda sus años en Holanda, la lucha por salirse del canon tradicional para soltarse hacia una creación más personal. Y medio siglo después, el gozo de elegir el camino que se le viene en gana, mientras insiste en la búsqueda de la precisión. Alfarero y diseñador contemporáneo (su obra está en el Museo de Museo de Arte Popular pero también en la colección de Cartier), creador de experimentos escultóricos inéditos y de relieves orgánicos, no deja de jugar.

El ceramista participa siempre en el montaje de todas sus exposiciones porque es parte de su proceso creativo “no solo la producción, sino la forma cómo se envía al mundo”. En el Seminario encontró ese espacio amplio y acogedor abierto a un hermoso jardín parecido al de su taller en Coatepec, Veracruz. Ahí, Gustavo Pérez vive rodeado de miles de piezas porque trabaja sin cesar. Un año entero escuchando a Bach; el siguiente a Bruckner... y siempre a Schubert, el músico que en la enorme tristeza de su cuerpo produjo la belleza más sublime.

Cuando al compositor austriaco le preguntaron cuál era su sistema creativo fue simple: “Termino una pieza y empieza la siguiente”. Lo mismo, Gustavo Pérez. Con la cerámica, cuenta, es más crítico que con sus guisos: “Vivo momentos de intensa felicidad creativa, momentos fugaces, pero el resultado final suele ser algo que me pide seguir buscando, que me obliga a continuar porque no estoy satisfecho”.

Junto con su voz escucho a las aves de su entorno. Quizá presienten lo que viene en camino, el estallido de colores intensos en su obra. Así como una exposición en París y otra en Xalapa este año.

Por lo pronto, Juego infinito es un lujo, bálsamo, baño de armonía y de belleza. Le da la razón a Nietzsche: “Tenemos arte para no morir de la verdad”.

adriana.neneka@mail.com

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