Mientras veo la bella película de Guillermo del Toro en el cine, pienso en Mary Shelley y su introducción a Frankenstein o el moderno Prometeo, donde cuenta que la obra nació en forma de pesadilla: “Vi —con los ojos cerrados, pero con una aguda visión mental—, vi arrodillado al pálido estudiante de artes oscuras junto a la cosa que había construido. Vi tendido el horrendo fantasma de un hombre, que acto seguido, en virtud de algún poderoso mecanismo, manifestó señales de vida, y empezó a experimentar un lento movimiento, como vivo a medias”.
Miro la estética impecable del genial director mexicano y recuerdo a la autora de esa obra maestra de la novela gótica que escribió a los 19 años, en 1818.
¿Se lee igual Frankenstein en el siglo XXI?, le pregunté un día a Charlotte Gordon, la autora del libro biográfico Mary Wollstonecraft/Mary Shelley (Circe), donde las dos se revelan como escritoras, pero también como pioneras en la defensa de los derechos de las mujeres, faceta que mucho después revaloró Virginia Woolf y en los años 70 del siglo XX, rescató el movimiento feminista.
La historiadora y poeta estadounidense me respondió: “Espero que se lea de una manera diferente. Yo veo a Frankenstein como una parábola acerca de cómo sería un mundo sin madres, sin mujeres fuertes. Es menos sobre ciencia y tecnología y más acerca de lo que sucede cuando a la ambición masculina se le permite avanzar sin controles”. Los monstruos, diría Shelley, “los creamos nosotros”. La criatura, como ella, tiene un solo progenitor que al fallarle le hace urdir planes de venganza homicida. En un mundo sin madres reina el caos y triunfa el mal.
Gordon describe la gestión del Frankenstein en todas sus versiones. Un grupo de poetas, convocados por Lord Byron, atrapados bajo una tormenta. Las conversaciones en torno a la creación y la naturaleza humana durante una noche fascinante de fantasía que nutrió a John William Polidori para escribir El vampiro. Y Mary “apelando a sus propias experiencias de niña cuya madre murió de parto, cuyo padre la rechazó y cuya sociedad la condenó por vivir con su amado. Profundizó en su vida interior —su rabia, su dolor, su orgullo— y añadió un giro argumental que singularizaría su relato: hizo que su joven inventor en vez de contemplar a su criatura con orgullo se sintiera repelido y abandonase horrorizado a su ‘hombre terminado’”.
La madre, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792) y Vindicación de los derechos de los hombres (1790), muere solo 10 días después de dar a luz a Mary, sin embargo, la influencia sobre su hija es clara: “Si se les diera libertad a las mujeres, el mundo sería mejor para todos”.
Evoco la lucha de Mary y de su madre por la independencia creativa y económica, por firmar una obra con su propio nombre y ser reconocidas como autoras en un mundo intelectual donde la mujer no tenía lugar. Cuando enviuda, Shelley piensa que vivirá de sus libros y ocupaciones literarias. Pero nunca obtuvo una regalía por su novela ni por las adaptaciones teatrales que se hicieron mientras ella vivía. Escribió muchas obras más, como El último hombre (1824), o Falkner (1837), en donde es el espíritu femenino el que salva a los hombres al defender la paz y en la creación de una utopía basada en la compasión, el amor y la familia. Se gana la vida con ensayos biográficos para The Cabinet Cyclopidea, la primera enciclopedia y ella, la única colaboradora mujer.
En la pantalla, un solo personaje femenino destacable: Elizabeth. Mary Shelley escribió en 1829: “Una mujer solitaria es víctima del mundo, y algo tiene de heroica su consagración”.
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