Un lago apacible, como espejo de nubes, rodeado de pinos. Un cielo estrellado en la oscuridad de la noche. Un silencio tan fuerte que no deja dormir. Estoy dentro de una tienda de campaña en el bosque de Jasper, Alberta, Canadá. A esa hora el pintor más importante de México cierra sus ojos en Oaxaca, con la discreción y esa perseverancia suya de pasar desapercibido que lo caracterizó toda su vida. Y al día siguiente, cuando bajo de la montaña y tengo señal, leo la noticia en redes. Luego del impacto, pienso: Nadie tenía contemplado que un día esto sucedería. Hay gente que no debe morir nunca, porque muestra la mejor versión de lo que un artista puede ser. Como Francisco Toledo.

La prueba a favor o en contra de una persona “consiste en ver si, hallándonos a su lado, nos elevamos o descendemos”, decía Robert Musil. México, con Francisco Toledo, se elevó siempre en ese papalote con el que reclamaba la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Por él supimos que la sencillez y la grandeza van de la mano, que la relevancia se lleva bien con la humildad, que es posible ser artista universal y darlo todo en comunidad, que un pintor también usa su poder creativo en las calles para defender el patrimonio cultural, la naturaleza, la gastronomía, el paisaje, las lenguas indígenas y los derechos humanos. Que por más bajo que sea el tono de voz, la protesta resuena fuerte cuando hay verdadera autoridad moral. Que la generosidad, que en su caso quedó plasmada en cada rincón de Oaxaca es, como decía Wittgenstein, una expresión de la inteligencia.

La muerte de Toledo ha hecho correr ríos de tinta. Su obra y su biografía cobran vida en plumas luminosas que impregnan redes y medios del espíritu Toledo en todas sus facetas. El creador que personifica la definición de Sábato: “Los grandes artistas son personas extrañas que han logrado preservar en el fondo de su alma esa candidez sagrada de la niñez y de los hombres llamados primitivos”. El activista que a los 74 años pintó con aerosol sobre una banqueta: “Gabino, es un error” al entonces gobernador de Oaxaca contra un Centro de Convenciones cuya obra logró cancelar en defensa del Cerro del Fortín. Como logró detener un McDonald’s en el zócalo de su ciudad, la siembra del maíz transgénico (organizando una tamalada) o la instalación de una estatua de El Quijote donde no venía al caso (amenazando con marchar desnudo) … Antes luchó durante años en defensa de Juchitán, comunidad que recibió toda su solidaridad luego de los sismos de 2017. El titánico animador cultural que donó el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) con 20 mil piezas de arte y una biblioteca de 100 mil libros, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, la Fábrica de Papel y el bellísimo Centro de las Artes de San Agustín (CaSa) en Etla; la biblioteca para invidentes Jorge Luis Borges, la Fonoteca Eduardo Mata, el cine club El Pochote… El editor de libros y revistas que amó el zapoteco y fundió el pasado con el presente y a todos los seres vivos de su tierra en ese universo artístico tan suyo.

La responsabilidad de recibir un legado así es enorme. No sólo habrá que agradecerlo y preservarlo sino hacer que germinen todas las semillas que Toledo sembró, en el espíritu creativo y comunitario y en el amor al patrimonio cultural y natural. De ser así, su voz rebelde tendrá eco en la defensa de las comunidades indígenas y su derecho a ser respetadas por proyecto del Tren Maya. Sus obras y libros viajarán como chapulines a más públicos y lectores. El juego, la fantasía, el erotismo, el humor y la imaginación de Toledo con el barro, el buril o el pincel crecerán en otras manos y el universo de grillos, lagartos, conejos, cangrejos, alacranes y figuras antropomorfas del que él quería escapar nos atrapará a todos.

Me despido de la montaña con el eco de la voz de Toledo: “Yo me aburro de mi porque no soy un misterio. Me interesan los demás porque son un misterio”.

adriana.neneka@gmail.com

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