La presidenta de México Claudia Sheinbaum anunció a fines de 2024 su iniciativa para que este año sea denominado “2025, año de la Mujer Indígena”. Y presentó a cuatro personajes femeninos del pasado prehispánico como emblema. El domingo, en el Zócalo, durante su informe de los 100 días lanzó la consigna de nuevo: “¡Qué vivan las mujeres indígenas de México!”

Nadie en su sano juicio estaría en contra de que se reconozca a las mujeres de los pueblos originarios, se les haga justicia y cesen la discriminación y el clasismo. Tampoco podemos sino celebrar que en la conferencia mañanera del jueves pasado se les diera lugar a los arqueólogos Arnoldo González Cruz y Fanny López Jiménez por su papel protagónico en el descubrimiento de la tumba de T’zakbu Ajaw, conocida como la Reina Roja, el 1 de junio de 1994 en Palenque, Chiapas. O que se leyera la trayectoria de la arqueóloga chiapaneca y su luminoso discurso al recibir la Medalla Rosario Castellanos en agosto del año pasado.

Ahora bien, si vamos a convivir con la imagen de las cuatro mujeres seleccionadas por el gobierno de la 4T para representar a “la mujer maya”, a “la mexica”, “la tolteca” y “la mixteca”, caben algunas observaciones. Yásnaya Aguilar, lingüista y escritora, hizo la primera. Fue directa: “Ninguna de las mujeres que se presentaron como parte del emblema del año de la mujer indígena es una mujer indígena” (El País, 30/XII/2024). Porque la categoría “indígena” no existía en el contexto histórico, no colonizado, en el que vivieron T’zakbu Ajaw, “Señora de la sucesión”; Tecuichpo, “Flor blanca”; Xiuhtzatzin, “Flor de la tierrita tolteca” y la Señora 6 Mono o Señora mixteca de Huachino, sino que nació como concepto hace apenas 200 años, en el siglo XIX. Antes, la corona española les denominó “indias”. Para la autora, “como siempre, se honra a los pueblos y a las mujeres del pasado, mientras la opresión continua en el presente” y se pregunta si están contempladas las mujeres indígenas que resisten al Tren Maya, las nahuas y mixtecas defensoras del territorio o María de Jesús Patricio que plantea otros modelos sociopolíticos posibles. “¿Qué sucede con las mujeres mixtecas, mixes o nahuas a las que nos sucedió ser indígenas?”, se pregunta la investigadora y traductora. Para ella, la nueva conmemoración se trata “de un nuevo invento del Estado mexicano”.

Por otro lado, extraña el dibujo de las cuatro mujeres que se muestra en la imagen emblema del “2025, año de la Mujer Indígena”. Extraña que el Instituto Nacional de Antropología e Historia que, suponemos, asesoró a la presidencia en el diseño, no consultara sus propias fuentes autorizadas. De la Reina Roja es posible encontrar múltiples retratos de su rostro y sus atuendos en tableros de Palenque como el de Los Esclavos, en el del Templo XIV, en el que se exhibe en Dumbarton Oaks, en reproducciones digitales realizadas con bases científicas por antropólogos físicos como Arturo Romano y Vera Tiesler. En el libro de Arnoldo González Cruz La Reina Roja, una Tumba Real, están los extraordinarios dibujos de Constantino Armendáriz, la reproducción de las esculturas donde aparecen la reina, su rostro, su vestido, sus collares, sus diversos tocados; el mismísimo ajuar con el que la sepultaron está en el Museo de Sitio “Alberto Ruz Llhuillier”. En la imagen oficial que maneja presidencia ni el rostro ni el atuendo o el tocado corresponden a los de “La Señora de la Sucesión”, esposa de Pakal.

Si el personal del INAH lleva décadas trabajando en la identidad de la Reina Roja, su retrato y su contexto, con enorme rigor, ¿qué sucedió? ¿lo sabremos?


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