No estoy en contra de las Utopías. Pero construirla en un parque sano, funcional, querido y con arraigo vecinal, cuando hay otras opciones, es un monumento al absurdo.

El proyecto de una Utopía dentro del parque ecológico Águilas-Japón en la alcaldía Álvaro Obregón, atenta contra los derechos ambientales, pero también contra otros derechos menos visibles. Como nuestro derecho al silencio. Y al vacío. El vacío entendido como ese no-lugar que, sin embargo, está pleno de luz, de sonidos, de oxígeno. Como dice José Antonio Ory, el espacio vacío no es vacío como nada, o como cero, sino como algo que sí es y lo es en sí mismo. En medio de la vorágine urbana, de la fiebre constructiva, del culto a los centros comerciales, del ruido y el tráfico, de banquetas imposibles de caminar, de la exposición cotidiana a la inseguridad; donde los niños hace décadas que dejaron de jugar en la calle y las personas difícilmente pueden conversar, un parque público es un oasis.

Un oasis para la introspección, el diálogo con la naturaleza, la recreación gratuita y segura, la reconciliación social, la resiliencia, el encuentro con los demás, el juego de las infancias, el gozo de los perros… y para la desconexión de pantallas y dispositivos digitales. En resumen, resguardarse en un parque dentro una ciudad como la nuestra, contribuye a la salud mental más allá de lo medible.

El parque Águilas-Japón es todo eso y también un pulmón para esta ciudad contaminada y un espacio para la recarga del acuífero. Por eso me sumo a los vecinos del corredor Las Águilas (sin afiliación partidista alguna) que se oponen al proyecto de la Utopía en ese espacio. Porque hay alternativas. Como el predio “La Cuesta”, a un kilómetro y medio de ahí, que ya posee una estructura deportiva subutilizada o abandonada y en donde se construirá una estación del Cablebús.

Sin Manifestación de Impacto Ambiental o proyecto ejecutivo alguno, con una inversión de 150 millones de pesos, dicen, se contempla una nueva Utopía de 6 mil metros cuadrados en el parque. Pronto se licitará la demolición de construcciones existentes (que tienen apenas 10 años, como las albercas) para la edificación de instalaciones “culturales, de salud y rehabilitación”; una Casa de Día para adultos mayores, cocina popular, lavandería, sala de infancias y de lactancia, temazcal, consultorios médicos, un auditorio para 400 personas (donde ya hay uno al aire libre), una alberca semiolímpica (en una zona carente de agua), tortillería, Red de tiendas de comercio, kiosco turístico y “kiosco de souvenirs”…

Si en las últimas décadas, las grandes infraestructuras y la construcción de vialidades orientadas al predominio del automóvil han deshumanizado la ciudad y clausurado lugares de encuentro al aire libre, el parque de Las Águilas se ha salvado gracias a la comunidad vecinal que, durante casi 40 años desde que la familia Suárez lo donó exclusivamente como área verde, lo han defendido, gobierno tras gobierno, de proyectos que van desde una prepa hasta un basurero. El argumento: “no talaremos un solo árbol” es insuficiente. Porque más que una especie, lo que se defiende es todo un ecosistema socioambiental, un espacio donde es posible el sueño de Fernando González Gortázar de hacer de nuestra relación con la ciudad una forma de felicidad.

Si la tendencia urbanista internacional es el rescate de las áreas verdes. Si la OMS recomienda 16 metros cuadrados de área verde por habitante y contamos como menos de 7. Si hay otras opciones concretas que los vecinos ya presentaron al gobierno de la CDMX… ¿Por qué no dejar al parque ser parque?

adriana.neneka@gmail.com

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