1921: México emprende un proceso de pacificación. Y con el nombramiento de José Vasconcelos como secretario de Educación, la cultura y las artes serán prioridad en un gran proyecto de identidad nacionalista, en la construcción de un espejo en el que la sociedad reconozca con orgullo la grandeza de sus orígenes y de su historia.
Vasconcelos concibe al Estado como mecenas de los artistas y les da un papel protagónico en la educación del pueblo. Pronto nacerá el muralismo mexicano con una fuerza que trasciende fronteras.
Esa es la Historia que nos han contado y nos enorgullece. Pero hay múltiples versiones. Una de las más interesantes acerca de este episodio es la que Olivier Debroise plasmó en su libro Figuras en el Trópico (1929-1940). Advierte: “Vasconcelos construye nuevos mitos para crear el México que él se imagina”. Y enumera: La Maestra Rural (encarnada en la figura de la poeta chilena Gabriela Mistral), Quetzalcóatl, que regenera la tierra corrompida y vence a Huitzilopochtli, el guerrero. Y él mismo que se erige en personaje-símbolo: Ulises criollo regresa a Ítaca después de un largo andar… Y Álvaro Obregón le abre créditos ilimitados para llevar a cabo su misión educadora.
Afirma Debroise que “la aventura visual” de Vasconcelos pasa por la reivindicación de los valores autóctonos antes menospreciados. “No se trata del folklor (…) ni de una forma extraña de exotismo interno, sino de la necesidad, no carente de maniqueísmo, de saberse libres, independientes de toda injerencia externa en el campo estético”. En 1921, agrega, hay que ratificar visualmente ese inverosímil descubrimiento: “¡Existen México y los mexicanos!”
Pero el muralismo empieza a gestarse mucho antes, en 1910, en la paleta y la mente de un pintor que volvía a México de Europa fascinado con “el arcoíris de los impresionistas y todas las audacias de la Escuela de París” y maravillado por los frescos renacentistas italianos. Era el Dr. Atl, quien le propone a un grupo de colegas constituir una sociedad llamada Centro Artístico con el objetivo de conseguir del gobierno muros para pintar en edificios públicos. El grupo le pide a la entonces Secretaría de la Instrucción Pública el recién construido Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria para decorar sus muros. Se los conceden, comienzan a repartirse tableros y a levantar andamios. Era su sueño, estaban por alcanzarlo, se preparaban para hacer pintura mural y, según recordaría Jean Charlot, celebraron en grande con una cena “victoriosa” en Santa Anita para agradecerle su esfuerzo al Dr. Atl. Los artistas lo levantaron en hombros. El 13 de noviembre El Imparcial anunciaba la noticia… cuando la Revolución lo detuvo todo.
En 1921 Vasconcelos emprende su gran proyecto cultural. Regresan a México Rivera y Siqueiros de Europa. Y en 1922, mientras la SEP levanta escuelas, bibliotecas, estudios… Jean Charlot, Ramón Alva de la Canal, Fermín Revueltas y Fernando Leal se lanzan con Orozco a pintar los muros de San Ildefonso y Diego Rivera su Anfiteatro.
La historia es larga y fascinante. Rescato instantáneas. La rebeldía de Orozco ante “el nacionalismo de jícaras y huaraches, la glorificación del analfabetismo y el pulque”. Y el testimonio de Vasconcelos, en una carta a Alma Reed, donde le dice que solo Orozco se opuso a sus directrices estéticas, pero al final reconoce que “para la interpretación histórica no conozco a nadie tan penetrante como él”.
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