Escribió ayer Paco Prieto en Facebook: “En días pasados hice la enésima lectura, aunque la anterior fue hace demasiados años atrás, de la obra teatral Calígula, de Albert Camus. En estos tiempos de políticos incultos, primitivos, en una palabra, bárbaros, qué importante releer el Calígula camusiano, qué importante que un buen director escénico la repusiera en nuestra CDMX, que se remontara en Buenos Aires, Caracas, Managua, El Salvador, Broadway, Corea del Norte y vaya usted a saber en cuántos otros lugares. La gran literatura dramática es terapéutica y es un buen medicamento la reflexión sobre la sensibilidad absurda.”

Retomo la cita del maestro porque forma parte de una reflexión urgente. En medio de un contexto deshumanizante como el de hoy, comparto aquí ecos de lo que escuché durante el encuentro “Occidente, violencia y cultura” organizado recientemente por la Cátedra Internacional Inés Amor y el Centro Cultural Tlatelolco (CCUT), de la UNAM (accesible en línea).

El EZLN envía una carta, que se lee en voz alta en el auditorio del Museo Universitario de Arte Contemporáneo donde tienen lugar las mesas. Se trata de un reclamo y un llamado a “las artes y al pensamiento” ante el horror, la muerte y el cinismo, por un lado, y la nobleza y dignidad de quienes buscan la verdad y la justicia, por el otro. El texto pone énfasis en las personas desaparecidas y en las madres buscadoras, pregunta a la comunidad artística e intelectual, en dónde quedó la empatía. Y advierte: “Si ahora callan, nadie podrá encontrarles”.

El diálogo resulta un clavado profundo a la realidad y al papel del arte en nuestros días: ¿Por qué ha dejado de ser emancipador, ¿cuándo dejó de ser una amenaza para el poder? Lázaro G. Rodríguez ubica a las audiencias de hoy. Cuenta de un youtuber muy famoso cuya entrevista a un joven que buscaba trabajo y acabó reclutado por el CJNG, alcanzó a millones de personas. ¿Qué obra de teatro llega a ese público? Las plataformas que hacen series de eventos reales ¿contribuyen a una indignación empaquetada? El papel de los medios y la cultura en la normalización de la violencia es el tema.

Si “sensibilizar” y “visibilizar”, como funciones del arte, han perdido fuerza ¿qué papel tiene la expresión artística en la formación de la sociedad? Quizá, como propone el actor, (el arte) inaugura una manera de mirar la realidad, amplifica la complejidad de una situación, reelabora nuestra experiencia en el mundo y ve de manera distinta lo aparentemente conocido. O como dice Natalia Beristain, se trata de “construir relatos en los que la gente pueda reconocerse, identificarse, espejear, incluso a través de la contraposición, con quienes podemos coincidir en aquello que también nos hace humanos”.

Luis de Tavira recuerda cuando el arte era parte habitual de la vida en la comunidad y el teatro era capaz de reunir a los seres humanos en torno a la posibilidad de construir conciencia del enigma común de la existencia. Cito: “Hoy esa relación del arte y la sociedad ya no sucede así (…) el arte dejó de ser algo evidente para todos y los artistas comenzaron a sentirse cada vez más desarraigados de la sociedad masificada y del mundo convertido en supermercado. La condición del arte hubo de pagar su subsistencia con la marginación social, al tiempo que la sociedad, así despojada de la interlocución artística, sucumbió a la miseria espiritual”.

Pero el teatro y el arte subsisten a pesar de todo. El teatro, para revelarle a la sociedad una verdad oculta. El arte, para recordarle a la humanidad que todavía somos personas.

adriana.neneka@gmail.com

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