En junio de 1922, José Vasconcelos comisiona a Diego Rivera para la decoración de los muros del edificio de la Secretaría de Educación Pública. La idea es que la pintura refleje la vida social de México. El artista recorre el país, comienza su trabajo en 1923 y lo termina en 1928.
Rivera decoró al fresco 1585.14 metros cuadrados en 116 tableros distribuidos en los tres niveles que circundan los dos patios, más el cilindro de una escalera lateral. Acerca de las condiciones, casi podemos escucharlo: “Somos trabajadores, pero no mercenarios, trabajamos de diez a dieciséis horas al día, con el privilegio de poder trabajar los domingos ¡si así lo queremos! por un sueldo que equivale a cuatro pesos el metro cuadrado”. Y si faltaban, no había pago.
Imaginemos que Raquel Tibol guía el recorrido. Dice que Rivera pintó sus murales en la SEP durante los gobiernos de Obregón y Elías Calles y que, en ese lapso, trató con tres secretarios de Educación: Vasconcelos, Gastélum y Puig Casauranc. Comenta: “El lustro 1923-1928 fue de una importancia fundamental en el desarrollo de la sociedad mexicana, golpeada por los años de la guerra civil revolucionaria”. Al pintor, cuenta, le preocupaba “abordar motivos que fueran del pueblo, a quien él quería dirigir su obra: la lucha por el mejoramiento social, las conquistas logradas y las fiestas populares”. Buscaba “una estética genuinamente mexicana, sin pintoresquismos ni arqueologismos”.
Tibol levanta el dedo índice y explica: “En la planta baja del Patio del Trabajo se ubicaron las actividades industriales y agrícolas; en el primer piso, las científicas y las artísticas. En la planta baja del Patio de las Fiestas, los grandes festejos populares; en el primer piso, las fiestas en las que predomina la actividad intelectual. En todo el segundo piso, el Corrido de la Revolución, integrado por 26 tableros donde exalta a las mujeres como educadoras, obreras, enfermeras, guerrilleras, creadoras e interpretes de canciones de agitación, por un lado, y por el otro las de la burguesía, cómplices conscientes y beneficiarias de la explotación del pueblo y las especulaciones capitalistas”.
De los 33 tramos del muro del Patio de las Fiestas, el pintor describe: “(..) el baile de la vida y el baile de la muerte alrededor de los soldados indios, la fiesta de la cosecha del maíz, la repartición de la tierra entre los campesinos, el mercado rural y el Primero de Mayo. Entre estas grandes composiciones: la fiesta de la muerte, la de las flores, la quema de Judas y los bailes que representan el movimiento de los cuerpos celestes alrededor del Sol”.
En el Patio del Trabajo, “la maestra rural, los tejedores, tintoreros, mujeres que cortan flores y fruta, los mineros, el obrero y el campesino, el terrateniente explotador, el alfarero, los guerrilleros, el pastor, los héroes trabajadores y los revolucionarios…”
Rivera recuerda las críticas publicadas en diarios y revistas. Las de Vasconcelos: “Cuando entraba a la SEP, seguido de su estado mayor de jóvenes poetas, echaba una mirada a los patios, por debajo del ala de su sombrero, agachaba la cabeza y moviéndola murmuraba ‘pura indiada’ (…)”. Para el pintor “la burguesía tuvo que tolerar finalmente a los artistas innovadores, que habían tenido el descaro de llevar sobre los muros de los edificios públicos a los indios y a los pelados como figuras heroicas”.
El Museo Vivo del Muralismo en la SEP se inauguró el jueves pasado. Y cerró. Cuando se abra al público, ¿cómo se leerá la obra de Rivera 100 años después?
(Citas tomadas del libro Diego Rivera, luces y sombras, de Raquel Tibol, Lumen, 2007).