María Moliner define la palabra “desmemoria” como “falta de conciencia del pasado histórico”.
Últimamente cobra forma en nuestro país y se muestra con diversos rostros. Uno de los más preocupantes es aquel que pretende ocultar la historia del autoritarismo en México. ¿Cómo? Con la clausura “temporal” de los archivos de la Dirección Federal de Seguridad y la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (IPS) que resguarda el Archivo General de la Nación. Ante la movilización de historiadores, periodistas e investigadores de México y académicos de otros países, las autoridades argumentan que dichos archivos contienen gran cantidad de datos personales que proteger y que serán reabiertos después de un proceso técnico que puede llevarse un tiempo indefinido. Imprescindibles para conocer la historia de México desde los años 40 hasta los 80 (el 68, la guerra sucia…), la clausura de estos archivos es, según el historiador Paul Gillighan, de la Universidad de Northwestern, “un ataque sobre la memoria colectiva de más de la mitad del siglo pasado”. Para la especialista en dicho periodo histórico, Ángeles Magdaleno, se trata de “censura”, según le advirtió a Proceso. La restricción, además, atenta contra la Ley General de Archivos publicada en 2018. ¿A quién se quiere proteger?
La desmemoria también está grabada en la voz de quienes el domingo pasado se manifestaron para exigir la renuncia de Lorenzo Córdova y hasta la desaparición del INE. Olvidan los años del autoritarismo en México. Cuando no existía un organismo autónomo que velara por elecciones libres. O que muchas generaciones vivimos durante décadas a la expectativa del “dedazo” de un “tapado” cuando el presidente de la República elegía a su sucesor. No han leído El vendedor de silencio, de Enrique Serna, ya olvidaron el “robo de urnas” o cuando se presentaba un solo candidato (del partido en el poder, el PRI) a “elecciones” presidenciales. Pasan por alto que durante décadas la oposición de izquierda se organizaba desde la clandestinidad, que la prensa era censurada y que llevó múltiples batallas la defensa de la libertad de expresión como un derecho humano, así como la aspiración a una democracia con todo y sus imperfecciones. Cuando se creó el entonces llamado Instituto Federal Electoral, supimos que era posible manifestar nuestra voluntad con un voto y que éste tenía un valor. Que podíamos equivocarnos, pero a partir de nuestras decisiones. Olvidan que el INE, como árbitro autónomo, es el resultado de un clamor social, que todos los ciudadanos importan y que las minorías también deben ser escuchadas y tomadas en cuenta.
La desmemoria también se expresa en la omisión de personas o de obras al escribir la historia.
El Museo del Palacio de Bellas Artes presenta la gran exposición Emiliano. Zapata después de Zapata. La acompaña un bellísimo catálogo donde quedan para la posteridad las referencias artísticas e históricas que desde la creatividad y el arte le han dado vigencia y nuevos significados al héroe de la Revolución. La recorrí maravillada. Pero me pregunto: ¿Por qué omitieron la obra de Guillermo Arriaga, el bailarín? El autor de la coreografía Zapata dejó todo un legado iconográfico: fotografías de Nacho López, de Anaya Soto y de Rafael que captaron momentos de su interpretación del líder campesino junto con Rocío Sagaón, Ana Mérida o Cora Flores como Tierra-Madre-Revolución; el libreto de la pieza con música de Moncayo; los dibujos y bocetos de Miguel Covarrubias, autor del vestuario y la escenografía de la obra. Los programas y toda la documentación hemerográfica. Arriaga guardaba un archivo impecable que le heredó, al morir en 2014, al Instituto Nacional de Bellas Artes, institución a la que entregó gran parte de su vida. La desmemoria lo dejó fuera de esta exposición y del catálogo.
Si la memoria es “el centinela del cerebro”, como diría Shakespeare, hay que cuidarla, que no se nos distraiga tanto.
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