El diálogo milenario entre las piedras que hablan para contar la historia de nuestros antepasados mayas y la selva que las cobija y las enmarca se encuentra hoy, en sitios como Bonampak y Yaxchilán, en riesgo. Además de la inseguridad en la que están inmersos debido a la incursión del crimen organizado y la ausencia forzada de arqueólogos y restauradores del INAH in situ, el deterioro al que están expuestos se agrava por la precariedad presupuestal para su mantenimiento y conservación.

Bonampak y Yaxchilán son dos de los sitios monumentales más bellos y ricos que nos legaron los antiguos mayas en Chiapas.

Mary Miller, historiadora, responsable del departamento de Estudios de Latinoamérica y de Arqueología en la Universidad de Yale, escribe: “(…) probablemente ningún artefacto antiguo del Nuevo Mundo ofrece una compleja visión de la sociedad prehispánica como las pinturas de Bonampak. Ningún otro trabajo relacionado con los mayas nos acerca a la vida de la corte con tan gran detalle, lo que hace de Bonampak y sus murales un recurso sin paralelo en la comprensión de la sociedad antigua”.

Enclavada en la selva Lacandona, no hay en todo Mesoamérica una estructura con murales tan bien conservados. Gracias al trabajo profesional de arqueólogos, restauradores e investigadores, del INAH, la UNAM y universidades extranjeras, el visitante puede hacer en los tres cuartos pintados del Edifico 1 del sitio una inmersión a la historia del lugar. Ahí pintaron los artistas mayas con enorme refinamiento y belleza a los gobernantes y sus familias; a los danzantes y los músicos durante sus ceremonias, los rituales de guerra y de sacrificio. Retrataron a las mujeres nobles, a los guerreros y a los astrónomos. Ahí se internó durante meses Rina Lazo para realizar la réplica de las pinturas que se puede ver el Museo Nacional de Antropología (MNA) de la Ciudad de México. Cientos de personajes, cláusulas glíficas y textos mayas se han conservado durante más de mil años en armonía con la selva.

Muy cerca de ahí se levanta majestuosa la ciudad de Yaxchilán, a la orilla del Río Usumacinta. Adentro sobreviven sus 120 edificios, estelas monolíticas esculpidas, la historia del sitio y sus dinastías en relieves de piedra tallados en dinteles. Están la Gran Plaza, la Gran Acrópolis y la pequeña, los juegos de pelota, el Laberinto, todo conectado entre sí por terrazas, escalinatas y rampas. La narración de los eventos dinásticos se guarda en 134 textos distribuidos en 30 estelas, 21 altares y 60 dinteles; algunos se exhiben en el Museo Nacional de Antropología y otros cinco, imponentes, en el Museo Británico de Londres desde que se los llevó Alfred Maudslay en el siglo XIX.

Los arqueólogos y restauradores del INAH, impedidos de ingresar desde hace más de un año al sitio, saben que la selva, la humedad, los árboles, los hongos… siempre aliados de la belleza arquitectónica, pueden ser, sin un control, tan amenazantes para la arqueología como la inseguridad. Y es que desde 2020 el decreto presidencial de austeridad les redujo en 75% los gastos operativos, como a todas las dependencias gubernamentales. Por lo que no hay recursos para temporadas de campo ni para vehículos, gasolina o viáticos.

Akira Kaneko, arqueólogo experto en Yaxchilán, escribe en la página del INAH acerca del sitio y encuentra un mensaje de los antiguos mayas para nosotros: “(…) las causas del colapso maya son esencialmente los mismos problemas que enfrentamos ahora, como la destrucción ecológica y la guerra. No debemos repetir el mismo error de los antiguos mayas, nosotros somos ellos o ellos, nosotros”.

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