Desde mi espacio como periodista, independiente de partidos políticos y candidaturas, con la mirada puesta en el horizonte que me da el oficio, pienso en los proyectos para cultura que cada seis años se formulan y se exponen durante las campañas, siempre como si estuviéramos al principio de un nuevo episodio histórico. Desde ese lugar, lo único que puedo sugerir aquí y en cualquier plataforma es poner atención.

Poner atención a una realidad en la que nos preguntamos dónde depositar la esperanza. Luego de un sexenio que impuso el desmantelamiento de instituciones culturales, científicas, académicas y sociales; después de una pandemia que se llevó a 780 mil mexicanos y luego de décadas de contextos cada vez más violentos, para mujeres, infancias, juventudes, defensores del medio ambiente y de los derechos humanos y periodistas, nos preguntamos qué lugar ocupa la cultura en la sociedad, en nuestras vidas, en el día a día. Decía Guillermo Tovar de Teresa que “cultura no es lo que sabemos sino lo que somos”. Otra definición, de Néstor García Canclini, concibe a la cultura “como el conjunto de prácticas simbólicas, ancladas en lo social y lo económico, donde elaboramos el sentido de vida en común”. Necesitamos una mirada fresca para ubicar en dónde poner nuestra atención y darle dinamismo a la energía creativa que existe en nuestro país.

Creo, como escribe la facilitadora feminista Adrienne Maree Brown, que para salir de la fatiga apocalíptica que nos abruma, hay que poner al discernimiento en lugar de la ira, desaprender sistemas, conductas y creencias que dañan, como la normalización de la violencia, del juicio instantáneo, el escarnio público, el pensamiento binario (buenos y malos, víctimas y villanos), la obsesión por el castigo sin la reparación del daño; la supremacía racial, de género, de clase, de fama, de edad. Y propongo mover el manejo del lenguaje y la energía hacia otro modo de habitar el mundo y compartirlo en paz, de manera que sea el debate de las ideas y no la confrontación permanente lo que respiremos a diario. Transformar los sistemas tóxicos en sistemas que nos sostengan y permitan que sanemos. Urge impregnar nuestras realidades de prácticas y principios de afirmación de vida. Como las expresiones artísticas que nutren y cultivan el pensamiento crítico para leer e interpretar la realidad y cambiarla.

Porque la inseguridad y el miedo inhiben el florecimiento cultural.

Si la cultura tiene un lugar en la reparación de las relaciones sociales y en nuestra reconciliación con la naturaleza que nutre la biodiversidad, propongo poner más atención: En el rediseño de la relación entre el Estado, organizaciones de la sociedad civil, colectivos independientes y la iniciativa privada. En la formación de públicos y la educación artística. En la capacitación de docencias para contar en las escuelas con animadores apasionados de la lectura y las artes. En la redirección de prioridades presupuestales y una reforma fiscal que estimule mayor emprendimiento y participación de las empresas en la producción, la circulación y el acceso a expresiones artísticas. En la justicia laboral que urge a los trabajadores de la cultura y el fin de la precariedad como forma de vida, sobre todo en jóvenes free lance. En el rescate de los espacios públicos libres de violencia. En el derecho a la excelencia de contenidos y al aprendizaje de los nuevos lenguajes inteligentes que atraviesan la cultura digital.

El Grupo de Reflexión sobre Economía y Cultura (GRECU) sugiere seis puntos para su discusión en medio de las elecciones. Seguiré con este tema.

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