A bordo de un avión, y durante un largo vuelo, concluyo el libro de Ciro Gómez Leyva No me pudiste matar. Subrayo una frase que lo retrata: “Procuraré ser el periodista, no la víctima”. Acude a la audiencia del 7 de febrero de 2024. Tiene a sus agresores enfrente, mira al Bart que le disparó a un metro de distancia y cuyas balas se estrellaron en el parabrisas de un auto blindado que le salvó la vida. Y se pregunta: “¿Habrán tenido alguna vez la gloria de ser libres y optar, optar por hacer el mal?”

Cruzan miradas en un primer encuentro presencial. Él comparte su curiosidad: “¿Qué estarán pensando de mí los seis hombres y seis mujeres sentados del otro lado del pasillo de un par de pasos de ancho (…)?” Los nombra, uno a uno, los describe. Son al mismo tiempo sus agresores y personajes de un relato en el que Ciro Gómez los reportea. Pero también se reportea a sí mismo, hasta dentro: “Vine a la audiencia porque aquí quería estar. No he venido a encararlos. Acudo para estar a un metro de ellos, la ‘célula de ejecución’ que fracasó en el encargo de matarme (…)” Quiere saber cómo son.

Así la hondura del libro de un periodista cuya vida cambió el 15 de diciembre de 2022. El presidente, a quien se refiere como “él”, lo atacó desde el púlpito de las mañaneras en 272 ocasiones y lo persiguió desde el SAT. No lo soltó ni cuando el periodista sobrevivió al intento de asesinato. De ahí el doble sentido de “no me pudiste matar”, porque a pesar de todo, Ciro sigue vivo y ejerciendo su oficio, no le mataron su vocación y mucho menos el coraje de escribir. Lo que sí le quitaron, dirá más adelante, fue “el privilegio de caminar sin guardias por las calles de mi ciudad y mi país”. Para seguir caminando en libertad eligió Madrid, como opción para ir y venir con la convicción de que “la vida sigue y podemos hacerla mejor”.

Ciro Gómez Leyva ganó porque está vivo, pero en un momento se pregunta: “¿Por qué carajos no me siento bien?” A estas alturas no hay certeza de quién fue el autor intelectual del atentado. Cuenta que después de los disparos alojó una tristeza que duró semanas “y restauró mi adormecida capacidad de conexión con las personas, personajes de nuestros relatos, forzados a agachar la cabeza cuando velaban a sus muertos (…) Con los olvidados del gobierno del presidente que, con la excusa cruel y cobarde de no desatar más violencia, desertó de la obligación de protegerlos y encaminarles una vida en mínima paz”. Y cita a Javier Sicilia cuando habla del horror.

El autor retoma la idea de Toni Morrison de que en algunas sociedades hay gente cuyo trabajo es recordar “y a mí me gusta creer que soy una de ellas”. Por eso reconstruye su historia paso a paso, por dentro y por fuera, y lo hace en el contexto de este país violento y seis años “en que él encaró la tragedia con sarcasmos, sin perder la sonrisa de comediante”. Se pregunta: “En qué categoría debe colocarse ese desapego?”

Desde la ventanilla del avión que desciende en Ciudad de México, la contaminación del sábado por la tarde me impide ver los volcanes o la Marcha de la generación Z. Desde tierra firme, Presidencia tampoco ve ni escucha el dolor de cientos de miles de víctimas de la violencia, la extorsión, el secuestro, las desapariciones, el miedo, la injusticia, la impunidad, los feminicidios… En las calles, “la gente está feliz”, dice, mientras jóvenes y periodistas en el Zócalo son agredidos por la policía.

Abro “Gratitud”, capítulo donde Ciro escribe: “También valió la pena sobrevivir para presenciar el inolvidable acompañamiento gremial”. ¿Cómo nos acompañamos hoy?, me pregunto.

adriana.neneka@gmail.com

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