El mismo domingo de la elección, Xóchitl Gálvez reconoció el triunfo de Claudia Sheinbaum. El conteo rápido del Instituto Nacional Electoral (INE) arrojó una ventaja de 30 puntos porcentuales y su presidenta, Guadalupe Taddei Zavala, informó sobre un estimado de participación ciudadana de poco más del 60 por ciento.
Un gran número de mexicanos recibimos esa noticia con incredulidad. ¿Cómo era posible que con tanta diferencia entre el primero y el segundo lugar se pospusiera, hasta por tres ocasiones, el mensaje de la autoridad electoral? Y luego nos informaron que el Programa de Resultados Electorales Preliminares (PREP) se había “caído” y, con ello, la sospecha fundada sobre la limpieza de la elección estaba sembrada.
No pretendo deslegitimar el triunfo de la candidata oficialista, pero de algo sí estoy segura: los principios constitucionales democráticos de certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad no se cumplieron en esta elección.
Así fue como las redes sociales se inundaron alegando fraude, que si bien es cierto, legalmente es muy complicado probarlo -menos cuando no se cuidó la defensa del voto en la jornada electoral, con la acreditación de representantes al 100 por ciento en las casillas e incluso ante los consejos municipales, distritales y estatales-. Al leer la definición de la palabra: “acción contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comente” o bien, “acto tendente a eludir una disposición legal en perjuicio del Estado o de terceros”, ¿cómo puede pedirse a quienes aseguran fraude que no se manifiesten?
El señalamiento no es contra el INE, es contra la intervención escandalosa, cínica y constante del presidente de la República, que fue registrada en las más de 40 amonestaciones de la autoridad electoral, así como en el evidente despliegue territorial de recursos humanos, económicos y tecnológicos, todos de carácter público, para ayudar a quien será la primera presidenta de México, pues el inquilino de Palacio Nacional se empeñó en sólo dedicarse a la política electoral, de la que nadie niega su conocimiento, lo que hizo aún más notorias sus deficiencias en política pública, que ya vimos no le importa.
Y por qué no decirlo: la virtual presidenta también contó con el apoyo de la antes conocida ‘mafia del poder’, la que representan los dueños de dinero en México y, lamentablemente, algunos medios de comunicación. Y para rematar, recibió ayuda y acompañamiento de parte de los más férreos seguidores de una corriente que se dice de “izquierda” y que exculpa los excesos y abusos presidenciales, bajo la premisa de “el fin justifica los medios” o “todo sea por el movimiento”.
Claudia Sheinbaum gobernará este país con la promesa de la continuidad, lo cual a muchos -incluyendo los mercados- nos tiene con fundadas preocupaciones sobre el destino y futuro de México, que seguramente aumentarán luego del anuncio de los cuatroteístas de iniciar, en septiembre, la aprobación de las reformas políticas que pretenden poner el último clavo del ataúd a la autonomía de las instituciones y a la división de poderes.
Y aunque los voceros oficiales repiten una y otra vez que el resultado fue producto del “amor” que le tienen a MORENA y sus representantes, la realidad es que más de 40 millones de mexicanos no acudieron a votar, porque ninguna de las opciones les ofreció alternativa para representarlos.
La ex jefa de gobierno de la Ciudad de México -que tanto criticó al “PRIAN”- estará acompañada, en el Ejecutivo y en el Legislativo, de todos aquellos que paradójicamente desprecia, pero de los que necesitó apoyo electoral para ganar –por cierto, nada distinto a lo que tuvo López Obrador en el 2018-. Las familias Del Mazo, Murat, Robledo, Velasco, Ramírez Marín, Cuéllar Cisneros, González Zarur, Rocha Moya, Durazo, entre muchos otras acompañadas de su ahora parentela morenista que se dice de izquierda, seguirán en el privilegio que les da el control en sus zonas territoriales y cuya transformación es sólo de color partidista.
Reitero, sabemos que no son iguales, simplemente son los mismos.
Aun así, la portadora del bastón de mando no podrá evadir ya la responsabilidad de atender los enormes retrocesos que hay en materia de salud, seguridad y educación, entre otros rubros. Que quede claro que con su solo triunfo no van a desaparecer los más de 180 mil homicidios dolosos, ni los 50 millones de mexicanos sin acceso a la salud, ni el aumento al doble de la canasta básica; las madres buscadoras siguen llorando la ausencia de sus hijos y los comerciantes y transportistas no dejan de ser extorsionados. En resumen, los problemas aún están ahí y estarán por largo tiempo.
Nadie de los que participamos en la oposición y denunciamos desde hace años los retrocesos en este gobierno, debemos arrepentirnos por haber luchado para visibilizar a quienes el Ejecutivo se negó a ver. La lucha aún no termina y es fundamental que nadie se rinda, como no lo hicieron millones de mexicanos que no alcanzaron a ver los frutos de la alternancia por la que lucharon. Las siguientes generaciones requieren de una oposición fuerte, congruente y propositiva.
Quienes militamos en el PAN no podemos darnos el lujo de cerrar los ojos ante los errores cometidos y la falta de autocrítica. Y sí, coincido con diversos actores que están llamando a la unidad, pero para lograrlo, necesitamos reconocer que hoy no existe unidad, está rota; que hay una separación entre las dirigencias y sus militantes y que es urgente la reconciliación entre los panistas, que sólo puede darse con el regreso de la democracia interna, con el respeto a la militancia, con la escucha permanente de sus demandas y con el reconocimiento a su trabajo. Solo así podremos presentarnos ante los ciudadanos sin partido para pedir su apoyo y, especialmente, para invitarlos a que juntos construyamos un mejor Porvenir para México.
Política y activista