La noticia fue difundida con bombo y platillo: el gobierno federal de Claudia Sheinbaum incautó en siete días, veinte millones de litros de hidrocarburo, que involucran a los estados de Coahuila, Tamaulipas, Tabasco y Baja California, casi 57% más que lo reportado en los gobiernos de Andrés Manuel López Obrador y Enrique Peña Nieto, de acuerdo con las cifras oficiales.
Los números desnudan y delatan la magnitud del problema que se dejó crecer y solo se combatió con palabrería hueca desde la tribuna predilecta del expresidente tabasqueño. Una vez más, la terca realidad da cuenta de la incapacidad —u omisión— institucional para enfrentar al crimen organizado.
Propios y extraños nos cuestionamos si en verdad nadie se dio cuenta de las instalaciones de la minirrefinería, de los trenes cargados de combustible, de los buques. Lo cierto es que la cadena de ineptitudes, corrupción, colusiones y "lealtades ciegas" que evaden sus responsabilidades, además de impune, es evidente.
¿Pues no que el huachicol ya se había terminado en México por decisión del mesías transformador del pañuelito blanco? ¡Cómo olvidar aquella afirmación de que no había negocio turbio que se hiciera sin el “visto bueno del presidente”! Más aún, hoy hacen sentido las palabras pronunciadas en el arranque de la campaña electoral del 2024 de la primera morenista del país: "que siga la corrup...". No fue equivocación, fue el preludio de lo que vivimos.
Las mentiras de la transformación han tenido graves consecuencias en pérdidas económicas, pero también de vidas humanas, y lo peor es que se busca disolver los efectos de esa plaga impune, corrupta y corruptora, con propaganda gubernamental, sin que se atiendan los problemas de fondo.
El gobierno de México está en crisis en prácticamente todas las áreas, pero la económica y la seguridad están fuera de control: el aumento de la inflación y la enorme carga para el erario de los programas sociales se vuelven cada día más insostenibles, y qué decir de la violencia, que se refleja en el aumento de desapariciones. Ambos problemas mantienen al gobierno a la defensiva y lo obliga a maquillar la realidad nacional con falacias en la política pública.
El tema de hidrocarburos ha sido el pretexto más socorrido de los cuatroteístas y el que les ha dejado enormes ganancias de todo tipo y la lista es larga:
Escupen su falso patriotismo, según para defender los bienes de la nación, y por eso le inyectan innumerables recursos públicos a una empresa que no genera ninguna ganancia para los mexicanos.
Llenan sus urnas electorales con recursos provenientes de “aportaciones económicas” de empresarios emergentes, amigos de las familias del poder y de grupos criminales, con quienes se han coludido para obtener jugosas ganancias.
Sin reparo, impulsan sus narrativas “triunfalistas y justicieras” a costa, incluso, de vidas humanas. La tragedia en Tlahuelilpan, donde perdieron la vida 137 personas, fue para ellos “el pretexto perfecto” para justificar una supuesta estrategia gubernamental contra el robo de combustible, que consistió en el cierre de ductos y la distribución por pipas que fueron a comprar funcionarios federales a Estados Unidos, en procesos sin transparencia y que costaron a los mexicanos cerca de 93 millones de dólares, pipas que por cierto ahora nadie sabe dónde están.
Por eso los propagandistas oficiales han encarnado un nuevo “héroe” al que preparan para la adelantada sucesión. Otra vez estamos en la antesala de que salgan nuevas corcholatas a recorrer el país, con mentiras de supuestos logros. El tabasqueño se adelantó tres años; la científica, cinco.
Omar García Harfuch ha recorrido, aparentemente con discreción, todos los medios de comunicación y aparece en todas las redes sociales como el personaje clave del segundo piso “que está enfrentándose a los criminales”, los que con todo y los abrazos recibidos en el sexenio anterior, no dejan de recibir a balazos a las fuerzas de seguridad.
No nos engañemos, mientras las condiciones de inseguridad para la población en amplias regiones del territorio nacional son fatales, el gobierno federal, el partido oficial y sus aliados comienzan a mover sus fichas electorales. Ya diversos líderes de opinión han manifestado que, desde algún rancho en Chiapas, se ha mandado el mensaje de que se quiere un “heredero” y no sucesor.
Eso significa que los fieles creyentes en el segundo piso transformador están listos para armar sus nuevos guiones publicitarios, crear nuevos personajes para la guinda historia de complicidades —sin fin a la impunidad— y abalanzarse a destruir cuanta institución les permita recaudar y derrochar recursos públicos para sus fines políticos.
Y los mexicanos nos seguimos preguntando ¿dónde están la Fiscalía General de la República y la Unidad de Inteligencia Financiera para investigar estos temas? Quizás, sólo quizás, atendiendo casos familiares y viviendo de lo que algunos de ellos llaman “el Estado corrupto”, del que siempre han formado parte.
Política y activista