Mientras los morenistas celebran la popularidad de la Presidenta de México, el nivel de indolencia aumenta significativamente entre quienes hoy ostentan el poder, ante una clase política de la oposición disminuida -en todos los sentidos- y una sociedad paralizada.

¡Vaya semana para los mexicanos!

  • Una joven influencer de 23 años era asesinada, mientras miles miraban la transmisión en vivo en sus redes sociales.
  • 17 miembros de una de las familias más poderosas de México se entregaban en la frontera a las autoridades de Estados Unidos, por un acuerdo con sus líderes, entre ellos, jóvenes y niños que portaban bolsas y maletas de marca.
  • Dos niñas en Sinaloa perdían la vida en manos de militares, bajo el ya trillado argumento de “fuego cruzado”, mientras los familiares lo desmentían.
  • En tanto, en un hecho inédito, también se daba la noticia de que el gobierno de Estados Unidos le había retirado a una gobernadora y a su esposo, las visas para ingresar a su país.

¿El lazo que une estos hechos? El crimen organizado, que se apodera todos los días de más territorio y también de los espacios institucionales que se compiten, aparentemente, por la vía democrática. Un nuevo informe de la DEA revela que en prácticamente todo el territorio mexicano, operan los cárteles del narcotráfico.

¿La constante? La negación del gobierno para admitir la gravedad de la situación y reconocer que la estrategia -por más que quieran lavarle la cara al secretario de Seguridad Pública- es errónea.

A propósito, he obviado poner los nombres de los protagonistas, porque para el gobierno morenista lo ideal es personalizar y, con ello, culpar a terceros, con nombre y apellido, de sus omisiones, acciones e irresponsabilidades que nos tienen en el peor de los mundos como país. Son los hechos delictivos los que deben sancionarse y luego deben colocarse los nombres, para evitar la impunidad.

Los grupos criminales han entrado con fuerza a la vida de los niños, jóvenes y mujeres de México, ya sea porque los recluten y obliguen a integrarse a sus filas o, incluso, por el ofrecimiento de riqueza “fácil”, también porque sus espacios de libertad se ven limitados ante el riesgo que se vive en las calles, o porque crecen en entornos donde sus familiares tienen como principal ocupación la actividad delincuencial de alto impacto.

Lo cierto es que en el país, la falta de una política pública eficiente y la carencia de gobiernos responsables, no están “construyendo futuro” para las nuevas generaciones. La dispersión de apoyos en efectivo no ha sido suficiente para garantizarles crecimiento, desarrollo, progreso, calidad de vida y menos vida; el ejemplo que permea es el de la violencia constante, la irresponsabilidad pública y la pantalla permanente de una vida “feliz, feliz” que reflejan las redes sociales y que luego, se derrumba con enorme facilidad.

No se puede pasar por alto la investigación publicada por la revista Science, que señala que el narco es el quinto empleador de México y una gran parte de ellos son jóvenes. La Universidad Autónoma de Guadalajara advirtió recientemente sobre la crisis de jóvenes desaparecidos en Jalisco, lo cual tampoco es ajeno a otras entidades del país.

El problema de fondo no está en que una joven sea influencer y transmita contenido en vivo, tampoco es que el gobierno de Estados Unidos llegue a acuerdos legales para la desarticulación de redes criminales en nuestro país. La tragedia es que se justifiquen los asesinatos por sus posibles relaciones, que pierdan la vida personas inocentes mientras en México se fomente la impunidad para los delincuentes que tejieron sus redes de complicidades con servidores públicos corruptos, a los que solo les importa mantenerse en el poder.

El problema es que cuando se descubren esas posibles relaciones entre políticos de la clase gobernante y los peligrosos grupos delincuenciales, se les defienda y se les arrope con la “bendición presidencial”, minimizando hechos graves: “sólo es una visa”, cuando de fondo se están evidenciando los putrefactos vínculos entre el poder político y el fáctico.

Es indignante el nivel de indolencia que, tragedia tras tragedia, se intensifica y se hace costumbre para el gobierno mexicano.

Como lo escribí en el 2023, hemos llegado al absurdo de que la ineficiencia gubernamental se festeja con odas al patriarca o presidenta con A, creadas por personajes patéticos que transforman el ejercicio público en demencia política y olvido de responsabilidad:

Mientras sus seguidores se hermanan en ritos de complicidad y la oposición cae en lugares comunes que no van más allá de condenar los hechos y exigir renuncias de altos funcionarios, México llora a sus muertos, se hunde ante las desgracias, se indigna ante la indiferencia y se sume en la pobreza.

Política y activista

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