Luego de que el presidente Donald Trump incrementara los operativos migratorios a través del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE), por sus siglas en inglés, las manifestaciones en Los Ángeles han dominado la conversación pública, por la reacción del mandatario al desplegar 2 mil efectivos de la Guardia Nacional y 700 marines para aplacarlas.

Como un hecho sin precedentes en al menos los últimos 60 años, el republicano giró la instrucción sin tomar en cuenta al gobernador demócrata de California, lo que desató de inmediato que las autoridades locales y los activistas descalificaran las acciones, por considerar que el conflicto aumentó innecesariamente.

En México, medios de comunicación, analistas, políticos de todos los partidos han manifestado sus posturas y las redes sociales se han desbordado, para calificar las acciones del gobierno de Estados Unidos, pero también las reacciones del gobierno mexicano y de sus representantes legislativos, quienes sólo atinan a culpar a “los opositores” de lo que ellos mismos detonan por su incapacidad, verborrea y falta de oficio político.

Lo cierto es que la relación entre ambos países no atraviesa su mejor momento. Estamos frente a dos gobiernos encabezados por populistas, más interesados en mantener sus bases electorales que en atender los problemas de fondo que llevan años sin resolverse, pero que hoy se agravan por el perfil político de los mandatarios.

El 23 de enero, en mi columna para este medio, lo dijimos y me permito además transcribirlo:

“No ha habido sorpresas con la reacción del gobierno mexicano frente a Donald Trump y su narrativa, ya conocida -desde su primera campaña- sobre nuestro país y los cárteles de las drogas y su opinión sobre los migrantes”. Tampoco fue distinta la reacción de los líderes opositores partidistas que, ansiosos por visibilizarse, solo logran mantenerse en la intrascendencia.

En el marco de esta discusión, la propuesta legislativa de aumentar en 15% el impuesto a las remesas se salió de control, no sólo por el riesgo que existe para su aprobación, sino porque en un desliz propio de los agitadores, la presidenta de México señaló que “de ser necesario nos vamos a movilizar”.

La reacción no se hizo esperar: apoyándose en imágenes de manifestantes con banderas mexicanas y propaganda de Sheinbaum, difundidas a nivel internacional, la secretaria de Seguridad de Estados Unidos, Kristi Noem, acusó a la mandataria mexicana de alentar las protestas. Lo cierto es que la ex jefa de gobierno de la

CDMX no dimensiona el impacto de sus palabras, pues lo que diga debe ser responsable y prudente, porque es la representante de toda una Nación... sus años de líder estudiantil debe dejarlos en el pasado.

Pero como eso es prácticamente imposible, los morenistas regresaron a la cantaleta oficialista de envolverse en la bandera del patriotismo, que se convierte en un vicioso círculo donde los únicos que pierden son los ciudadanos, que ven cómo se agravan los problemas, especialmente de inseguridad y economía en ambas naciones.

También lo dijimos en la columna del 23 de enero: "la realidad es que la política pública no existe para los gobiernos cuyo único propósito es mantener electores cautivos para sostenerse en el poder. La discusión sobre migración y seguridad se mantiene en el terreno superficial, con consecuencias verdaderamente graves".

El gobierno de Estados Unidos no desea sentar las bases para una discusión seria sobre el fenómeno migratorio, su interés está solo en el extremo de la descalificación y las violentas deportaciones que afectan a mexicanos que contribuyen a la economía de Estados Unidos. Y no cause extrañeza que en poco tiempo retire cada vez más visas a funcionarios mexicanos que atenten contra su gobierno y su política.

Lo triste es que en México tampoco las cosas son distintas: el gobierno sigue sin habilitar las instancias oficiales para atender este grave problema que se intensifica y ocasiona profundas violaciones a los derechos humanos.

Y mientras hoy algunas legisladoras morenistas practican el histrionismo parlamentario para mostrarse como férreas defensoras de los migrantes -solo en palabra-, apenas en diciembre pasado su partido votaba la disminución del presupuesto en materia migratoria.

Así lo señalamos también el 23 de enero: "el Instituto Nacional de Migración (INAMI), la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), la Coordinación para la Atención Integral de la Migración en la Frontera Sur, la Unidad de Política Migratoria, Registro e identidad de Personas, disminuyeron sus recursos en más de 50 por ciento. Sin contar además que la conducción del tema migratorio sigue en manos de los amigos del oficialismo y se manda al cajón de la impunidad la muerte de 50 migrantes en Ciudad Juárez".

En tanto las estaciones migratorias se encuentran con enormes carencias, las organizaciones civiles y los particulares que se dedican a brindar apoyo humanitario a estos grupos, se enfrentan a la indiferencia gubernamental y a los riesgos que conlleva la atención a los migrantes, una gran parte de ellos desplazados de sus lugares de origen por la inseguridad y la precaria economía que los agobia.

La historia que se repite todo el tiempo no ha cambiado. Los migrantes son, para una parte de la clase política gobernante, el pretexto para el control político de las naciones y, lamentablemente, los rehenes perfectos del populismo.

Política y Activista

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