Por: Adriana Dávila Fernández
Política y Activista
He perdido la cuenta del número de veces en las que el presidente Andrés Manuel López Obrador y los miembros de la 4ta transformación hablan a nombre del pueblo para justificar todas sus acciones. El término lo usan por simple utilidad política-electoral. En realidad, la mayor parte de quienes se encuentran en espacios de decisión no tienen la menor idea de lo que es ser parte “del pueblo”, basta ver a los que rodean al mandatario, sus orígenes políticos, sus fortunas -hechas y aumentadas al amparo del poder público-, sus trayectorias políticas, su formación académica y su estilo de vida, que ya quisieran muchos de los que él señala como “fifis”.
Con ese término manipulan el significado de otros conceptos que les permiten construir su narrativa oficialista: clasismo, racismo y discriminación, entre muchos. Pero qué más clasista puede ser que recordar, permanentemente, el nivel socioeconómico de miles de sus seguidores, sin aplicar ninguna política pública que les permita mejorar su calidad de vida, porque para MORENA es importante que se mantengan en ese estatus. ¡Nada más discriminatorio que negarle a quienes menos tienen, la posibilidad de acceso a un sistema de salud digno, a una mejora económica, a una calidad educativa que no los haga depender del gobernante en turno!
López Obrador y los líderes de su movimiento siempre se refieren al pueblo como si fuera una especie distinta; se plantan en personajes “caritativos” que “son tan buenos que hasta conviven con la raza” (aunque solo sea para la foto), porque la realidad es muy distinta a lo que pregonan. Ejemplos sobran y solo se mencionan algunos personajes, porque elaborar una lista completa nos llevaría casi todo el año de publicaciones:
Los herederos del poder político: hijos o nietos de exgobernadores que ya disfrutaban las mieles del poder desde los años 70’s y 80’s, como Manuel Velasco, Lorena Cuéllar, Zoe Robledo, Layda Sansores.
Los herederos del “charrismo sindical”: Napoleón Gómez Urrutia, Luisa María Alcalde, Pedro Haces.
Los herederos de la “intelectualidad”: esa que ahora desprecia López Obrador, en los que destacan Claudia Sheinbaum y Román Meyer.
Los herederos del oficialismo: Adán Augusto López, Alejandro Armenta, Ignacio Mier, Cristóbal Arias, Alfonso Durazo, Ricardo Monreal.
Quienes hoy acompañan al presidente, en su mayoría, nunca han estado fuera de los puestos y presupuestos públicos; muchos han pasado por los tres órdenes de gobierno. De hecho, ellos sí representan una transformación: empezaron tricolores, mudaron al amarillo, según la conveniencia se hicieron naranjas, rojos o verdes y terminaron guindas. Ni dudarlo, son cómplices y ellos son los verdaderos beneficiarios del tan presumido bienestar.
No desdeño a los que genuinamente se han sumado al movimiento obradorista y por circunstancia, imagen o propaganda electoral, ocupan hoy un espacio público, pero lo cierto es que, a la mayor parte de ellos y por desgracia, el presidente los considera fieles y útiles, pero desechables.
Del gran poder económico, debo reconocer que poco conozco, pero es evidente que los dueños de las grandes fortunas en México, esos que el eterno candidato señalaba como la “mafia del poder”, siguen aquí, con jugosos negocios, contratos y acuerdos, que no queda la menor duda, les permitirá continuar en la primera línea empresarial, por mucho tiempo, a ellos y también a sus herederos.
Luego del conflicto con Germán Larrea, presidente de Grupo México, y la intervención de las fuerzas armadas para “ocupar temporalmente” parte de las vías que tenía concesionadas por el gobierno, el propagandista número uno del presidente, Epigmenio Ibarra, justificó este hecho que, por cierto, hubiera condenado de haber ocurrido en cualquier otro sexenio.
El creador del personaje “del hombre del pueblo” que interpreta todos los días el tabasqueño, aseveró que, si el presidente ha intensificado su polarización, autoritarismo y control gubernamental, “es porque este presidente tiene amplio respaldo popular, es el pueblo el que se lo manda, es lo que la gente quiere”.
Esta aseveración es tan absurda como los mensajes que vemos en redes sociales y que defienden los abusos del inquilino de Palacio Nacional sobre el falso nacionalismo, implementado para justificar sus atropellos e indebidas injerencias, al pretender adquirir un banco ante el rotundo fracaso del Bienestar, y al omitir las irregularidades que justifican lo que se ha perdido en PEMEX y la CFE. ¿Acaso los mexicanos pagamos más barata la gasolina? ¿O más bien será que contribuimos a la transformación de “la prima Felipa” para que obtenga jugosas ganancias que luego devuelve en “aportaciones voluntarias” a su poderoso pariente?
Debe quedar claro: mientras el dinero público se diluye en negocios que sólo benefician a los cercanos al presidente y las empresas públicas quiebran, lo mejor que hacen los morenistas es decir que todo marcha bien, porque “es el pueblo quien tomó la decisión”. Por tanto, ¡qué mejor que sea el pueblo el presunto culpable de la debacle nacional! Si algo sale mal, no es cuatroteístamente correcto señalar al mesías para que asuma las consecuencias de sus fallidas decisiones. Tarde que temprano, el telón caerá y entonces el pueblo verá el verdadero rostro de quien solo los usó para luego traicionarlos.