Reza un dicho popular “crea fama y échate a dormir”. El presidente Andrés Manuel López Obrador lo sabe muy bien y por eso es por lo que se ha empeñado en construir de sí mismo, la imagen de un “luchador social” -madrugador, honesto y defensor de la gente humilde-, desde su nacimiento en el entonces partido gobernante. Incluso su formación en la tricolor institución de la que fue jefe estatal en su natal Tabasco -autoritaria para imponer, controladora de derechos y libertades y sin escrúpulos para mantener el poder político- no la puede negar.
Tuvo paciencia para alcanzar una de sus metas: ser presidente de México, pero ¿era ese su objetivo? Puedo asegurar que no. La personalidad del inquilino de Palacio Nacional evidencia la gran necesidad que tiene de reconocimiento y para lograrlo, está dispuesto a todo. Por ello es que se rodea de personas que, como él, también hacen lo que sea con tal de mantenerse en el poder. Si él ya lo alcanzó, ¿cómo podría dejarlo ir?
No abundaré sobre lo que ya se ha difundido entre la opinión pública, pero vale la pena mencionar lo sucedido la semana pasada en el Senado de la República. Es indignante la cantidad de procesos desaseados, ilegales y deshonestos del bloque oficialista que, junto con sus aliados y con tal de complacer al patriarca político, no dudaron en imponer proyectos electorales y carentes de política pública; en entregar más poder y dinero al ejército; en demoler las ya dinamitadas y aniquiladas instituciones, y lo peor, demostrar que se impone la ley del tabasqueño y que se viola, a petición presidencial, la Constitución que juraron guardar y hacer guardar, pero eso sí, cada vez con mayor cinismo para cometer sus ilícitos.
Así cerramos el mes de abril y para nuestra desgracia, como país, no hay tregua. En estos días hemos sido testigos de nuevos actos de corrupción y tráfico de influencias por parte de la familia presidencial. Después de los hermanos Pío y Martín López Obrador, evidenciados por los sobres amarillos, la "casa gris" de Houston, que dejó al descubierto el tráfico de influencias de José Ramón López Beltrán, y los contratos de su prima Felipa, surgen nuevas historias que dan cuenta de que el modus operandi de la familia Obrador no es necesariamente nuevo.
Se amplía cada vez más la cadena de complicidades que permiten a ciertos empresarios adjudicarse contratos millonarios, fruto de la destrucción de otros y a costa del erario. ¿Los méritos empresariales? ¡Ser amigos de Andrés López Beltrán! ¿Que no se trataba pues de separar el poder político del económico?
Además, gracias al hackeo de los servidores de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) por Guacamaya Leaks, también nos enteramos de una nueva casa de José Ramón, ahora en la Ciudad de México, que curiosamente se encuentra a nombre de la asistente personal de la directora del periódico La Jornada, quien ha aumentado significativamente sus convenios con el gobierno de la República. ¿Qué no con el tabasqueño se habían acabado los privilegios de la mafia del poder? ¿No que era suficiente que los mexicanos nos enteráramos de lo que hace el gobierno sólo con la mañaneras? Resulta que no... La Jornada nos ha costado, a los mexicanos, cerca de 800 millones de pesos.
Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) ha documentado, con una investigación seria, la información proporcionada por Guacamaya Leaks. De ahí el enojo del presidente López Obrador, que hace todo lo posible por desacreditar a quienes lo han desenmascarado.
Durante los 18 años que hizo campaña y con el avance paulatino de las redes sociales, el equipo obradorista se ha ido especializando cada día en cómo evidenciar los errores de sus adversarios, pero también sin ningún empacho, usó, potencializó, amplificó y lucró con las tragedias y las víctimas de este país: la guardería ABC, Pasta de Conchos, la Casa Blanca, la Estafa Maestra, el uso personal que funcionarios públicos hicieron de aeronaves, la guerra contra el narcotráfico y hasta temas personales de quienes sentía, le habían arrebatado sus “triunfos”. ¿Quería justicia? NO, quería popularidad.
López Obrador sembró odios todo el tiempo, pero también mentiras. Además de especialistas como Luis Estrada, de SPIN, que ha documentado que en promedio se dicen 103 mentiras o afirmaciones falsas y engañosas presidenciales cada mañanera, el propio mandatario es el que se ha encargado de confirmarlo y para muestra, los videos y audios de sus contradicciones.
El boomerang que constantemente lanza contra otros, todos los días se le regresa con más fuerza, vive en carne propia, lo que le hizo vivir a otros, en un país en el que si bien goza de cierta popularidad -gracias a los siervos de la nación y los contratos con algunos influencers- también lo rechaza. Si el presidente pretendía pasar a la historia como el más querido, ya no tuvo éxito. Pase lo que pase, López Obrador será el presidente más repudiado.