El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene la peligrosa costumbre de normalizar las tragedias, de confesar con ironía y hasta con desparpajo sus omisiones e invisibilizar a las víctimas, quizás porque piensa -luego de presumir constantemente su “popularidad”- que tiene impunidad garantizada.
Han sido años muy difíciles para el país y en especial para los guerrerenses, que luego de padecer los estragos de la pobreza, la delincuencia organizada y de la incapacidad de sus gobiernos -muchos de ellos vinculados a grupos delincuenciales que tienen sometida a la población-, recibieron la furia del huracán Otis, sin que las autoridades movieran un solo dedo para prevenir tan terribles daños.
Ante la denuncia de la opinión pública de la inacción del gobierno federal, la reacción presidencial, como ya es costumbre, fue negarlo todo, minimizar los daños y ocultar las cifras. Sus justificaciones fueron secundadas por un ejército de propagandistas que intentan, hasta la fecha, hacer como si nada hubiera pasado.
López Obrador ha ocupado su tiempo en autoalabarse y victimizarse ante las críticas de todos los frentes sociales que buscan informar y solidarizarse con las personas afectadas. Eso sí, anunció un plan de rescate a Acapulco, sin indicadores de medición y sin un programa de acción serio, que cae en lo ya conocido: aumento de “beneficiarios” en sus programas sociales, distribución de despensas y electrodomésticos, así como la construcción de más y más cuarteles de la Guardia Nacional en Guerrero, como si con ello todo fuera a resolverse por arte de magia.
Pero como reza el dicho “el pez por su boca muere”, así de simple el tabasqueño soltó en su mañanera: “Cuando estaba escribiendo esto, pensé en decirlo más fuerte, o sea viene cañón, pero no, con esto basta”, refiriéndose al mensaje que emitió vía redes sociales para avisar sobre la llegada del fenómeno natural y que pretendió acreditar como alerta de su gobierno a la población. Es, en buen español, la criminalidad confesa del que se dice debería ser el primer servidor de este país.
Sí, así de simple confesó que sabía de la peligrosidad de Otis y que prefirió no advertir a los guerrerenses, ni coordinarse con los gobiernos estatal y municipal para usar todos los instrumentos del Estado a su alcance para salvar el mayor número de vidas.
¿Dónde estuvieron y están los medios públicos oficiales? ¿Dónde estuvieron y están los influencers y youtubers pagados con dinero público? La respuesta es sencilla: todos ocupados en denostar a periodistas profesionales y atacar a
“adversarios” del presidente, para neutralizar la denuncia de lo que en realidad pasó en Guerrero.
¿Es la primera vez que el presidente confiesa un delito? ¡No! Desgraciadamente tenemos un gobernante que usa el cinismo como arma de protección gubernamental. Lo vimos envalentonarse cuando dijo haber dado la orden de liberar a Ovidio Guzmán, lo vimos pavonearse cuando invitaba a todos a abrazarse y besarse mientras el virus de COVID cobraba vidas. Lo hemos escuchado cuando señala que ha detenido la distribución de medicamentos por una corrupción que nunca prueba y menos combate.
Lo vemos nombrar funcionarios sin que tengan el perfil adecuado para desempeñar sus encargos con el conocimiento requerido. Uno de estos casos es el de Laura Velázquez Alzúa, licenciada en Historia y Arte, en cuya hoja de vida publicada en la Secretaría de la Función Pública, no se encuentra acreditada ninguna experiencia en materia de protección civil. Y ahí están las consecuencias: muertos en la mina de El Pinabete, poblaciones más pobres inundadas en Tabasco e incuantificables pérdidas de vidas humanas en Guerrero. ¡Ah, pero eso sí, tiene el visto bueno de su jefe!
Quizás por eso, el presidente en su conferencia justificó la “equivocación” de la funcionaria, que dijo que siempre no eran 47 los municipios afectados por el Huracán Otis, que sólo eran 2, aunque los datos y el dolor de los afectados indiquen otra cosa.
Lo trágico es que los errores de los gobiernos cuatroteístas federal, estatal y municipal, también incluyen “rectificaciones” en el número de fallecidos y desaparecidos.
Si algo los caracteriza es falsificar la realidad, como si con ello se borrara la memoria del país. Así lo hicieron con los caídos por la violencia y el padrón de desaparecidos, lo que ocasionó la baja de la titular de la Comisión Nacional de Búsqueda, Karla Quintana.
Las personas son, para esta cuarta transformación, sólo números, sin nombres, sin rostros y sin historia. Las víctimas son invisibles ante los ojos de un mandatario que presume conocer México, pero olvida las caras de los vulnerables, esos que le sirvieron de discurso para llegar a Palacio Nacional, esos a los que dijo iba a ayudar.
Y mientras persiste el caos y el desorden en Acapulco, los damnificados, con ayuda de miles de ciudadanos, intentan recuperar el aliento, sobrevivir la tragedia y refugiarse en la esperanza de que puede haber mañana para ellos y para sus familias, a pesar de que quienes toman las decisiones en este país los defraudan todos los días.
Basta ver lo que pasa en la Cámara de Diputados, donde los morenistas y sus aliados, siguiendo ciegamente las órdenes del presidente, deciden que el Presupuesto de Egresos de la Federación tenga dinero para las costosas obras inacabadas de López Obrador, como el tren maya y dos bocas, sin contemplar ni un solo centavo para la recuperación de Acapulco.
Acapulco y su tragedia no existen para López Obrador. Por eso, evita hablar de ello y decide abundar sobre uno de los temas que más le importa... sí, el beisbol.
Está muy preocupado porque al equipo de beisbol de los padres de San Diego le hace falta manager. Pero más debería importarle al señor presidente, por muy doloroso, frustrante y peligroso que sea, que a México le urge tener a un estadista al frente y no a un frustrado mandatario que después de cinco años, no logra anotar una sola carrera a favor de los mexicanos y peor aún, ni picha, ni cacha, ni deja batear.
Adriana Dávila Fernández
Política y Activista