Hace tres años hice mi primer intento de dirigir al Partido Acción Nacional, en el que he trabajado casi 30 años y por cierto, único partido en el que he militado. Uno de los requisitos estatutarios era presentar como respaldo a mi aspiración, la firma de poco más de 27 mil militantes, mismas que debían ser recabadas en el lapso de 3 semanas. Junto con una servidora, participamos en el proceso Gerardo Priego y el actual presidente de Acción Nacional, Marko Cortés.

A pesar del enorme esfuerzo de muchos panistas de a pie, logramos recopilar poco más de 19,500, insuficientes para lograr el registro. No tengo mayor información de cuántas pudo presentar mi compañero ex diputado, que también se quedó en el camino. Ninguno de los dos nos registramos y el resultado, ya lo sabemos, pero lo que es peor, lo padecemos.

En el trayecto muchas cosas sucedieron.

En principio, el padrón de militantes que recibí para hacer campaña estuvo incompleto, prácticamente sin ningún dato, solo domicilios, sin teléfonos fijos o celulares y sin correos electrónicos, así es que el reto se antojaba difícil.

Al presentar las primeras cinco mil, las llamadas desde diferentes Call Center llegaron para mis firmantes; ahí quedaron los registros de las voces que cuestionaban si me habían dado su respaldo, para inmediatamente pedir el apoyo para Marko Cortés.

¿Las necesitaba? En realidad no. El tema era inhibir y mostrar la “fuerza” del dirigente nacional que se estaba reeligiendo, que con fotografías en sus redes sociales, mostraba el apoyo de gobernadores, alcaldes, legisladores federales y locales, así como la operación evidente del aparato oficial partidista.

Presentamos entonces diversos recursos legales, entre ellos, impugnamos el uso de los tiempos oficiales; las autoridades electorales nos dieron la razón, pero la elección no pudo anularse, toda vez que no alcance la categoría de “candidata”.

La elección no cumplió con los principios constitucionales, pero eso sí, cumplió con el acuerdo entre las élites del partido de distribuirse discrecionalmente posiciones partidistas y candidaturas, que conllevan a otras prácticas poco éticas, como las que ya fueron evidenciadas por ellos mismos en redes sociales.

Las consecuencias están a la vista: los peores resultados electorales, la ausencia de liderazgos naturales, el descrédito público y, lo que es peor -porque no solo se trata de un tema interno-, ante nuestras debilidades, Morena ganó la elección presidencial y está a punto de conseguir -aunque por ‘agandalle’- la mayoría calificada en la Cámara de Diputados. En ese tiempo, ya había muchas voces inconformes sobre lo que estaba

pasando, enojos y frustraciones de muchos actores que, sin embargo, decidieron mantenerse al margen del proceso interno y otros tantos resignados, apoyar -aún sin estar convencidos- “la cargada”.

Tres años después y luego de múltiples quejas que se hacen en público y en privado, parece que algunos no han aprendido la lección. No abundaré al respecto, solo me parece fundamental señalar que hay quienes buscan resultados distintos repitiendo los mismos patrones.

Algunos de ellos cuestionan, además, que queramos participar “cuando ya está todo decidido”; buscan y esperan que llegue, por fin, “un salvador” que nos cambie el destino y, de la noche a la mañana, todo sea miel sobre hojuelas. Por mi parte, tomé la decisión, desde hace tres años, de no ceder en mi lucha por democratizar este partido. Soy la única mujer que ha levantado la mano para presidir al PAN. Lo he hecho sin titubeos, sin condiciones, sin simulaciones y consciente de la enorme responsabilidad que, como política, tengo para las nuevas generaciones.

En este contexto, el Comité Ejecutivo Nacional de mi partido aprobó en esta semana, a propuesta de la secretaria de Promoción Política de la Mujer, el acuerdo, que dicen, es una “acción afirmativa” para nuestra participación, que señala: “En el caso de que la elección sea por método ordinario y que una o más mujeres decidan participar como candidatas a la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional y ninguna alcance el umbral de firmas de respaldo requeridas para participar en la elección del Comité Ejecutivo Nacional, se permitan participar en dicha elección como candidata a la mujer que alcance el mayor porcentaje de firmas, teniéndose así por cumplida la exigencia de inscripción”. Me parece indignante, misógina y ofensiva esa postura, primero, porque automáticamente suponen que las mujeres no juntamos firmas por razones de género, cuando saben perfectamente el problema interno y la falta de equidad en la contienda. Por eso inicié mi columna explicando lo que sucedió hace tres años. El partido que defiende la dignidad de la persona humana en sus documentos básicos, pretende utilizar a las mujeres como simples espectadoras de un proceso donde deben ser protagonistas, pero además, evidencia que el dinero destinado para la formación de liderazgos femeninos quién sabe dónde se ha aplicado. Y mientras todos buscan justificar las conductas humanas platicando todo el tiempo con las élites, siguen olvidando que los militantes son personas de carne y hueso que solo pretenden ser escuchados, y que los ciudadanos nos observan hablando entre nosotros, como si ellos no existieran.

Lamentablemente, algunos parecen replicar las posturas del morenista que ocupa la presidencia de México, diciendo que los militantes y los ciudadanos son su causa, cuando en realidad son su pretexto.

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