Dra. Mariana Teresa Silveyra Rosales

En 1919, tras la Primera Guerra Mundial, nació en Alemania la Bauhaus, una escuela que quiso cambiar la manera en que el arte y el diseño se relacionaban con la vida diaria. Su fundador, Walter Gropius, defendía que el diseño no debía ser un lujo reservado a las élites, sino algo presente en la vida de todas las personas, como parte de la reconstrucción social de la época.

Más que una escuela, la Bauhaus fue un laboratorio cultural donde se mezclaron arquitectura, diseño, pintura, artes gráficas y oficios artesanales. Buscaba borrar las fronteras entre el arte “alto” y el arte “útil”, enseñando a crear objetos funcionales, bellos y accesibles. La idea era sencilla pero revolucionaria: poner la creatividad y la tecnología al servicio de las necesidades reales de la sociedad.

Este enfoque rompía con siglos de tradición donde la estética se reservaba como privilegio. En su lugar, la Bauhaus planteó un diseño racional, funcional y bello, pensado para la producción en serie, con la intención de abaratar costos y llegar a más hogares. La silla Wassily de Breuer, las lámparas de Marianne Brandt o las tipografías geométricas de Herbert Bayer son ejemplos de esa vocación por lo simple, lo claro y lo accesible.

Uno de los legados más significativos de la Bauhaus fue considerar que el diseño podía convertirse en un derecho cotidiano. La escuela no solo formaba artistas y arquitectos, sino que proponía un cambio cultural: democratizar la belleza. El arte ya no debía ser contemplado únicamente en galerías, sino experimentado en cada objeto de uso diario: en una mesa, una lámpara, una vivienda o un cartel tipográfico.

La intención era que las personas comunes, no solo las élites, pudieran acceder a objetos funcionales y estéticamente agradables. En un mundo en reconstrucción, el mensaje era claro: el diseño no debía aumentar las diferencias sociales, sino contribuir a reducirlas. La utopía era una sociedad en la que el arte formara parte de la vida de todos, desde la cocina hasta la plaza pública.

Esa visión encontró resistencias, pues en su momento aún predominaba la idea de que lo "artístico" debía ser único, artesanal y costoso. La Bauhaus desafió esa noción al proponer que la industria podía ser un vehículo de difusión cultural y estética.

Más de un siglo después, la propuesta de la Bauhaus sigue siendo pertinente. Hoy, cuando hablamos de diseño accesible pensamos en plataformas que traducen esa misma lógica de la Bauhaus: muebles sencillos, producidos en serie, asequibles y pensados para el uso cotidiano. La tecnología digital también ha extendido este principio, permitiendo que tipografías, plantillas gráficas o herramientas de diseño estén disponibles en línea para millones de personas sin costo o con precios accesibles.

Incluso en la arquitectura contemporánea, proyectos de vivienda social y urbanismo inclusivo mantienen vivo el ideal de que el diseño debe atender a las mayorías. La noción de que el arte y el diseño están al servicio de la sociedad, y no de minorías privilegiadas, permanece como uno de los mayores legados de la Bauhaus.

Por otro lado, en un mundo marcado por nuevas desigualdades, el desafío se renueva. ¿Es posible que el diseño siga siendo democrático cuando los productos tecnológicos, desde teléfonos inteligentes hasta mobiliario urbano, se vuelven símbolo de exclusión o estatus? La reflexión de la Bauhaus nos recuerda que el objetivo del diseño debe ser mejorar la vida de todas las personas, no reproducir brechas sociales.

La vigencia de la Bauhaus radica en haber colocado al diseño en el centro de la vida social. En tiempos de crisis, ayer la guerra, hoy la emergencia climática o la desigualdad urbana, la pregunta vuelve a plantearse: ¿qué papel puede tener el arte y el diseño en la construcción de sociedades más justas?

La democratización del diseño no significa homogeneizar la experiencia estética, sino garantizar que todas las personas, independientemente de su condición económica, tengan acceso a objetos, espacios y entornos que dignifiquen su vida. La Bauhaus nos enseñó que un vaso de vidrio bien diseñado, una lámpara funcional o un espacio arquitectónico abierto y luminoso pueden ser tan revolucionarios como una obra de museo.

La actualidad exige continuar esa apuesta: repensar cómo el diseño puede responder a la urgencia ecológica, cómo puede ser inclusivo con personas con problemas de movilidad, cómo puede revitalizar el espacio público y cómo puede contribuir a sociedades más equitativas. La democratización del diseño, planteada hace un siglo, no ha perdido su fuerza; por el contrario, se convierte en un horizonte indispensable para el presente.

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