En el libro que le valió el Pullitzer –“Un Problema Infernal. Estados Unidos en la era del genocidio” – Samantha Power, una académica de la universidad de Harvard planteó una dura crítica a la respuesta y posición que los gobiernos estadunidenses asumieron frente a actos de genocidio como los de Ruanda y Yugoslavia. En su texto, los protagonistas de la historia no son los funcionarios del gobierno de Estados Unidos, sino las personas que alzaron la voz contra el genocidio, pese a la corta respuesta de sus autoridades. Los denominó upstanders en clara contraposición al término en inglés bystander que describe a un espectador que percibe una situación, pero que no se involucra ni actúa para cambiarla.

Power nunca se imaginó la relevancia que con el tiempo el término adquiriría. Algunos años después, un joven político leyó su libro y la invitó a participar en su equipo de campaña. Con el tiempo, Power no sólo se colocó en el equipo más cercano de Barack Obama, sino que también se convirtió en la representante de los Estados Unidos ante la ONU, en donde ocupó un asiento en el Consejo de Seguridad. En su libro Power relata que, cuando había que participar de reuniones importantes para la seguridad internacional, ella solía recordar el término upstander para guiar su pensamiento y su ruta de acción ante escenarios de injusticia y desigualdad. Algunos años después, el Diccionario de Oxford -uno de los más completo de la lengua inglesa- incorporó el término a sus páginas y reconoció su autoría a la diplomática Samantha Power.

Hoy por hoy el concepto es no sólo útil, sino también relevante y necesario. En todo el mundo, las democracias y las constituciones están cambiando rápidamente. Los arreglos institucionales que –con fallas– sentaron bases para participar, demandar y acompañar están siendo desmantelados ante el eco de discursos que dividen para después aplastar. Los recursos se agotan, las voces se acallan y se sigue de frente. Ante tal escenario es comprensible, y casi que inevitable, sentir desesperanza e incertidumbre. Es normal, al final las cosas están cambiando rápidamente.

Pero, aunque el margen de acción parezca reducido, y las oportunidades se asuman limitadas, hay espacio para el optimismo y para la acción. Debe haberlo. El cambio trae consigo oportunidades que habrá que saber leer, cuidar y defender. El contexto demanda, entre muchas otras cosas, cultivar upstanders: personas dispuestas a mantener viva la voz y hacer la diferencia. A plantar cara al abuso, la soberbia y la indiferencia que se posiciona desde lo alto y que recorre los dos extremos de la mesa del poder. Al final, en sociedad, el cambio también es un producto.

Esta misión es personal, pero al mismo tiempo colectiva. En ella universidades, despachos, medios de comunicación y organizaciones –de nueva cuenta– nos jugamos mucho en labrar pensamiento crítico y sustentado. En insistir que siempre hay otras formas de hacer derecho, otras formas de hacer política y otras formas de hacer educación. En generar conciencia para entender que transformar es aprender porque, al final del día, la meta es siempre el origen.

Nuestro podcast es espacio para ser . Esperamos que, en sus episodios, quienes nos escuchen encuentren un sitio para mirar al derecho, a la sociedad y a su constitución desde un lugar sencillo, fresco, pero también crítico y un poco nerd. Nos centramos en lo que debería ser y en lo que nos gustaría que fuera, pero también en lo que es y en cómo trabajarlo para transformarlo.

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