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A todo pulmón, con la fuerza irrefrenable de los casi 20 años, universitarios y politécnicos gritan goyas y huélums, e impregnan el ambiente con decibeles y, sobre todo, energía que primero sacude y luego estremece: “¡Goooya!” “¡Huéeelum!”.
Es la marcha del 2 de octubre, que culmina en el Zócalo y empieza en la Plaza de las Tres Culturas, donde las consignas y los coros están en las gargantas de los incansables, los jóvenes de 2018, muchos de ellos parte de las instituciones de educación públicas. En la descubierta van los veteranos de 1968, los de cabezas blancas, como dice el integrante del Comité 68, Félix Hernández Gamundi, tres de ellos en silla de ruedas.
La jornada conmemorativa del movimiento estudiantil es esperada con expectación, desde el amanecer; tiene tiempos principales: el izamiento de la bandera a media asta, en el Zócalo, por representantes de los tres poderes federales; una concentración continua en Tlatelolco, hasta la tarde; sesión solemne de los diputados, un acto más sencillo de los senadores y las marchas de los miles cargados de energía explosiva.
La avenida 5 de Mayo, cuya anchura le queda chica a los contingentes y a sus edificios altos que se convierten en caja de resonancia de las porras. Es allí donde la sensación de multitud, de masa humana, es más clara.
Los estudiantes de bachillerato y educación superior son la mayoría, participan agrupaciones sindicales, grupos que vienen de diversos estados. Los jóvenes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa entran a la Plaza de la Constitución, cuando ya ha pasado el significativo momento de las 18:10 horas.
A esa hora, hace 50 años, las luces de bengala cayeron en la Plaza de las Tres Culturas y empezó la balacera, la represión por la que hoy, veteranos y jóvenes, gritan: “Ni perdón ni olvido”. El conteo de los 43 de Ayotzinapa se vincula en todo momento al reclamo de justicia por el 2 de octubre.
Esta vez, a las 18:10 horas, Víctor Guerra, integrante del Comité 68, indica a la multitud, que ocupa menos de la mitad de la explanada, el inicio del minuto de silencio. Los que tienen compromiso con esta causa alzan el brazo izquierdo, algunos forman el puño o la “V” con los dedos índice y medio.
“¡Dooos de octubre! ¡Nooo se olvida!”, dice fuerte Víctor Guerra, con dolor, con una emoción teñida de rojo, y así cierra el minuto de silencio de quienes han conseguido que hoy en letras doradas se inscriba en el muro de honor de la Cámara de Diputados, en letras doradas: “Al Movimiento Estudiantil de 1968”.
Del Campo Militar 1, que fue destino de cientos de estudiantes capturados en Tlatelolco, antes del amanecer sale la Policía Militar asignada al izamiento de la bandera. Es un grupo mixto de hombres y mujeres.
A las 8:00 horas es izada la bandera. La calle es la de todos los días. Desde antes del izamiento, la policía de tránsito, en lo suyo, a discreción, exigiendo dinero a taxistas y particulares, en la misma Plaza de la Constitución. Parece que 50 años no son nada. La corrupción policiaca sigue impune.
En las rutas de las marchas que salen de Tlatelolco, casco de Santo Tomás, el monumento a la Indepedencia, los comercios, restaurantes, hoteles, bancos, se sellan con bardas de protección. Se previenen de vandalismo el Palacio de Bellas Artes, el Palacio de Correos y el Banco de México.
Habrá un par de enfrentamientos, el saqueo de una tienda de ropa que realizan marchistas encapuchados. Son silenciosos, embozados, con mochila en las espaldas. Un espontáneo los acusa de provocadores. Nada dicen, se escurren entre los grupos que están sentados en el piso.
A las 11:10 horas, en el salón de pleno de la Cámara de Diputados, Porfirio Muñoz Ledo suena la campanilla y así abre la sesión solemne que trae al rector de la UNAM, Enrique Graue Wiechers, así como el director del IPN, Mario Alberto Rodríguez Casas, entre otros invitados, que incluso ocupan por completo las galerías habitualmente vacías. Allá arriba, el grito: “¡Dos de octubre no se olvida!”.
Pablo Gómez Álvarez dice que “hace 50 años emprendimos el rechazo del gobierno de los déspotas, con la búsqueda de libertades democráticas”.
Sin que Gómez Álvarez deje la tribuna, enseguida Porfirio Muñoz Ledo abre el minuto de aplausos de honor al movimiento estudiantil, y luego se oyen las goyas y los huélum, pero nada tienen que hacer al lado de las porras que le salen de corazón a los jóvenes de 2018, en la avenida 5 de mayo. ¿Qué sigue?