Sarahí, de 25 años, no pensaba que sería mamá por segunda vez. El día que llegó con su médico le dijeron que tenía quistes. En una segunda revisión se dieron cuenta de que en realidad estaba embarazada. Durante nueve meses acudió a cada una de sus citas con el ginecólogo, su cuerpo presentaba los síntomas normales de un embarazo. La joven pareja no tenía nada de qué preocuparse. Unas semanas antes del nacimiento eligieron un nombre bíblico para el nuevo miembro de la familia.
A finales de marzo, Sarahí llegó al Hospital General de Zona 16 del IMSS en Torreón, Coahuila, de la mano de su esposo y de su madre. Su rostro y su cuerpo sudoroso eran la representación del dolor que tenía con cada contracción. Pero al mismo tiempo los contagiaba a todos con la esperanza y la alegría de pensar que saldría caminando de ahí con un bebé en brazos. En la misma sala estaban 18 mujeres más. Todas a punto de parir. Su única opción fue quedarse por más de 18 horas en una silla de madera mientras los dolores continuaban.
Al ver que su cuerpo no dilataba lo suficiente para que su pequeño saliera, los médicos decidieron inducirle el parto. Su familia suplicó en repetidas ocasiones que mejor le realizaran una cesárea, pues su primer hijo había nacido de esa forma, pero nadie en la clínica los escuchó. “Tú no me tienes que decir a mí lo que tengo que hacer […] nosotros somos los médicos”, esas son las palabras que sus tías y sus mamá recuerdan de una de las doctoras.
Toda la familia permaneció en la sala de espera. Los nervios los invadieron a todos, pero no creían que existiera ninguna complicación. De repente salió una enfermera que mostraba un rostro desencajado y pidió que firmaran una responsiva. “Le vamos a quitar la matriz porque está muy mal”, fue una noticia para la que no estaban preparados. La información era escasa, únicamente sabían que el niño había nacido por parto natural, pero nada acerca de Sarahí. Adentro del quirófano la presión de la joven se fue al cielo y 20 minutos después de dar a luz a su hijo comenzó a desangrarse. A mi sobrina le dieron seis infartos y se le abrió la herida de la cesárea anterior, cuenta Claudia, una de sus tías y quien fue la última que la vio con vida.
La gravedad de la hemorragia hizo que la trasladaran a un hospital de especialidades que se encontraba a unos minutos de distancia. “A mi hija la sacaron en camilla y la subieron a una ambulancia. Cuando la vi estaba muy pálida y tenía los ojos tapados. Solo le grité que la amaba y que le echara ganas”, narra con dolor su padre. Minutos después les dijeron que Sarahí estaba muerta. Un infarto fue lo último que su cuerpo soportó.
El día que toda la familia esperaba se convirtió en uno de los recuerdos más dolorosos. Ahora en casa hay un pequeño de seis años que se pregunta por qué su mamá no regresó con su hermanito y un bebé de tan solo cuatro meses que vio la luz minutos antes de que su madre muriera.