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Leonel tenía 13 años cuando decidió irse del país que lo vio nacer. La pobreza en su natal Guatemala lo llevó a buscar un refugio en México. Con sólo una mochila en la que guardó un poco de ropa y algo de dinero se dirigió a la estación de autobuses de la capital guatemalteca. Ahí tomó un camión que lo llevó hasta Tenosique, Tabasco. El viaje duró 18 horas. Del otro lado de la frontera comenzaría una nueva vida. Pero este sueño se acabó pronto; al poco tiempo fue secuestrado por el crimen organizado. Esta no sería la última vez que Leonel temería por su seguridad.
Cientos de migrantes en su paso por suelo azteca experimentan más violencia que aquella que los obliga a dejar sus países. De 2012 a 2017 se tiene el registro de 2 mil 912 migrantes víctimas de algún delito, de acuerdo con los datos que tiene conocimiento el Instituto Nacional de Migración (INM). Pero esta cifra representa una minúscula porción de la realidad. La mayor parte prefiere quedarse en silencio.
“La población migrante que pasa por México busca cruzar desapercibida. El problema es que esa invisibilidad que para ellos es una manera de protegerse, para nosotros significa no conocer la magnitud de los hechos que sufren”, asegura Nancy Pérez, directora de la organización Sin Fronteras.
De 2012 a 2017 el robo, secuestro, trata de personas, abuso de autoridad y extorsión fueron los más reportados por los migrantes. De los últimos seis años, 2014 fue el peor con 859 víctimas. Cuatro de cada cinco, es decir, 692 migrantes fueron secuestrados. Tanto entrar como salir de México se convirtió en un peligro. Chiapas y Tamaulipas, ubicados en los puntos extremos de las fronteras, fueron las entidades con más reportes.
Los límites de Tamaulipas, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y también la Ciudad de México son los cinco lugares con la estadística de violencia a migrantes más alta. En el sur son más comunes los casos de robo. En los últimos seis años, se tiene el reporte de 962 migrantes asaltados en Chiapas y Oaxaca.
Pero estas cifras parecen ser sólo la punta del iceberg. En primer lugar porque la mayoría de las víctimas no denuncian y en segundo por la falta de coordinación entre las diferentes autoridades.
“Tendrías que ver cuál es el registro que hay en fiscalías especializadas, en la PGR y en procuradurías estatales. Podemos darnos una idea de la realidad, pero nadie tiene hasta ahora una dimensión exacta del problema”, explica Edgar Corzo, Quinto Visitador de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
El riesgo de cruzar
Después de abandonar Guatemala, Leonel se convirtió en huésped constante de los albergues. Cambiaba de uno a otro dependiendo el lugar en el que encontrara trabajo.
Una semana podía ser lavacoches, después mesero o hasta recolector de basura. Cualquier empleo con el que pudiera ganar algo de dinero. Cuando ahorraba un poco entraba y salía de su país de origen. Quedarse no era una opción. La violencia de la zona y la alta marginación lo obligaban a volver a cruzar la frontera.
El aumento de la inseguridad en México también lo hizo dudar. En uno de sus cruces por Querétaro un hombre lo interceptó para hablarle de una oferta de trabajo. “Me dijo que tenía un tío que empleaba a personas en una empresa de construcción. Ellos ofrecían el pasaje. Sólo tenía que acompañarlo”, recuerda Leonel, ahora de 21 años.
Después de casi una hora de viaje se detuvieron en la carretera, cerca de Celaya, Guanajuato. A la vista sólo había una pequeña bodega que parecía abandonada. En la entrada se dio cuenta del engaño. Había 15 migrantes secuestrados y un hombre armado los cuidaba. El único pase de salida era llamar a un familiar en Estados Unidos y que pagaran una cuota para su liberación.
Pero este joven no tenía contactos del otro lado de la frontera. A su padre nunca lo conoció y su madre lo abandonó. Nadie respondería por él. Los delincuentes obtuvieron negativas de todos los números a los que marcaron y vino la sentencia: “Te vamos a matar”, fue la frase que resonó en los oídos de Leonel. “Les dije que me mataran, que si me había llegado la muerte pues que lo hicieran”, narra.
Esa noche, varios migrantes pagaron su cuota y quedaron en libertad. Otros como él seguían sentados en el piso de la bodega esperando que los hombres que los vigilaban les dieran un tiro en la cabeza y se fueran. “Se me querían salir las lágrimas, pero me tenía que aguantar”, reconoce Leonel.
Unas horas después, la suerte parecía estar de su lado. Un transportista de la ruta dio aviso al Ejército de que en la zona tenían secuestrados a migrantes. Al amanecer, los militares llegaron a catear el lugar y liberaron a todos los que no habían logrado pagar “la cuota”.
Crimen al acecho
En 2010 tres grupos del crimen organizado eran el principal riesgo para los migrantes. Su evolución ha sido tan acelerada que ahora tienen a pequeñas bandas delictivas que trabajan para ellos. “Ya no es directamente el grupo del crimen organizado el que delinque. Ellos se dedican a recibir las rentas de lo que cobran los grupos que tienen especializados en extorsión, robo o cobro por derecho de piso”, explica la especialista en migración y seguridad fronteriza, Guadalupe Correa.
Estos criminales conocen las rutas. De 2012 a 2017 la mitad de las víctimas de las que tuvo registro el INM fueron agredidas en Chiapas y Oaxaca. “La extorsión en el sur es más fuerte porque es donde los migrantes traen más dinero. Especialmente los que no van con un traficante”, asegura Correa.
Por muchos años Leonel consiguió ser invisible en un país extraño, hasta que el crimen lo alcanzó. Esto ha hecho que su deseo de encontrar una mejor vida en México se esfume y busque cómo volver a su país.
Regresar caminando es riesgoso, por lo que tendrá que esperar hasta tener dinero para pagar un boleto de autobús. Después de ocho años volverá a tomar la misma ruta por la que un día salió. “Aquí te tratan mal. En mi país al menos sé que si me pasa algo, el responsable va a pagar, pero yo siento que la violencia aquí está peor que en Guatemala”.