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G abriela Tlalpa Jiménez luce un vestido gris, calza tenis para sentirse cómoda y ya no le avergüenza que su cabello no rebase el mentón. Hace tres años le detectaron cáncer de mama gracias a un diagnóstico temprano. Después de que le extirparon el seno derecho y 13 ganglios de la axila, fue candidata para la reconstrucción. Ahora califica a su enfermedad como “una bendición disfrazada de algo muy duro”, que le sirvió para empoderarse y siempre poner atención en su salud.
Para esta mujer de 43 años la detección del cáncer fue similar a la de 80% de mujeres mexicanas: salió de bañarse y mientras se untaba crema sintió en uno de sus senos una bola del tamaño de una canica. Por miedo, no dejó pasar tiempo y ese mismo día visitó a su ginecólogo, quien le quitó el tumor y lo mandó a patología, “de inicio me dijo que por las características, el tamaño, y que me dolía, era algo benigno”.
Días después, al contestar una llamada se enteró de que el tumor era maligno, y aunque estaba encapsulado le tenían que retirar la mama. “Cuando te dicen que tienes cáncer lo asocias con la muerte, estaba inconsolable, pero mi hija que tenía 14 años me sujetó la cara y me dijo que me tranquilizara, que todo iba a salir bien”.
Una amiga le recomendó que fuera al Instituto Nacional de Cancerología (INCan). La atención fue inmediata, porque el cáncer que tenía era invasivo y agresivo.
Los oncólogos le aseguraron que de tardar un par de días más el tumor se habría diseminado para iniciar la etapa metastásica, al grado de que le quitaran un pedazo de pulmón o de músculo. Por la detección relativamente temprana sólo se le realizó una mastectomía unilateral.
La idea de perder los senos fue el primer impacto para Gabriela. El día de la cirugía tenía los ojos hinchados porque no dejaba de llorar, en ese momento le explicaron que su acompañante; en este caso su hermana, no podría moverse ni un segundo de la sala de espera, puesto que al tratarse de un cáncer, cuando los cirujanos abren la mama se pueden encontrar con nódulos infectados o metástasis, por lo que es necesario que alguien cercano al paciente autorice realizarle más cirugías.
“Si no hay nadie, se cierra a la paciente y se deja como esté”, son palabras que resonaron en la mente de Gaby, “ahí fue cuando le pedí a mi hermana que autorizara cualquier cosa, que me quitaran lo que fuera necesario, no importaba si tenía senos o no, yo quería vivir”.
Para su fortuna, fue candidata para la reconstrucción de seno; durante la cirugía le colocaron un expansor, dado que no le harían radioterapias y la piel no se acartonaría.