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Tres hombres en cuclillas se acercan a la fogata, sobre ella colocan una parrilla casi hecha pedazos, más llena de óxido que de metal, y encima un par de verduras a punto de echarse a perder. Dos jitomates, una cebolla, calabacines y tortillas.
A un costado resguardan un pequeño bote de Tonayán, que van a beber como si fuera champagne, aunque se trate de licor de agave que esa noche será parte de su cena.
La mesa fue colocada sobre los carriles de tierra situados a un costado de la canalización del Río Tijuana, a donde decenas de hombres y mujeres —incluso hasta niños— llegan para dormir, inyectarse o consumir la droga de su preferencia; sin embargo, también acuden para comer.
El trío de indigentes encontró su cena un contenedor de basura colocado dentro de la bodega de una tienda de supermercado en Tijuana, que está apenas a unos 20 o hasta 30 metros del canal donde viven.
A ese lugar cada madrugada o cada noche llegan decenas de personas a buscar el mandado.
Las sobras de la tienda son en realidad la comida de ellos, las verduras que no se vendieron en el negocio y que están a punto de echarse a perder, son simplemente la única posibilidad de que ellos coman algo más de refresco y pan.
“Nos turnamos”, explica uno de los hombres mientras muerde la tortilla dura y luego se mete el jitomate a la boca. Aun masticado, dice que si no se ayuna, no comen.
“Yo por ejemplo pregunto en la mañana si alguien quiere algo, cuando ven que uno se levanta y que va al mandado pues ya te piden que tortillas, que jitomate, que esto y así… ni modo que digamos que no”, dice otro de los hombres que bebe su licor de agave como si fuera café.
Se levantan entre cinco y seis de la mañana porque si llegan con una hora de retraso a los contenedores de basura puede significar la diferencia entre comer o no llevarse ningún bocado al estómago; sin embargo, no son los únicos.
Otros han decido hacer de los desperdicios un movimiento de resistencia, el colectivo Tijuana Comida, No Bombas, es una organización social que trabaja con los alimentos que son rechazados por las tiendas que convierten en una fuente de alimentación para gente en situación de calle.
Se trata de cinco jóvenes y voluntarios en el centro de Tijuana, que cada mañana y dos veces la semana recorren las calles de la ciudad para rescatar los alimentos que están a punto de irse la basura.
Para ellos esta acción es un grito de protesta que visten de solidaridad y empatía contra el consumo masivo, y entregar alimentos a quienes no pueden comprarlo es su forma de manifestarse, como lo han hecho durante los últimos cinco años.
El menú es conformado por sopa de verduras, ensalada de frutas y arroz, libre de animales y cocinado entre los integrantes del colectivo y voluntarios, quienes cada tarde sirven hasta 100 porciones cuatro días a la semana, en el hostal Enclave Caracol, situado entre calle primera y avenida revolución, en Tijuana.