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Al cumplir 100 años, Bernarda Mayen Mayen no se levantó a las cinco de la mañana para ir a ordeñar vacas, no preparó barbacoa para venderla ni abrió la tienda de abarrotes “La escondida”, que atendió por más de ocho décadas. Este 20 de agosto fue distinto: se alistó para recibir a sus 10 hijos, 55 nietos, 123 bisnietos y 25 tataranietos, y escuchar cómo le cantaban Las mañanitas.
Mamá Grande, como le dicen de cariño, es originaria de Santa María Mazatla, en Jilotzingo, Estado de México. Su acta de nacimiento dice que llegó al mundo el 20 de agosto de 1918, pero la fecha es inexacta, puesto que después de la Revolución la presidencia municipal de su comunidad fue incendiada y todos los papeles desaparecieron; sería muchos años después que la llevarían al Registro Civil para poner en orden sus documentos.
El festejo de su centenario no podía pasar desapercibido, sus hijos arrojaron la casa por la ventana, la Cerrada del Mezquital se vistió de gala, con lonas se cubrió toda la privada para combatir el mal clima y para deleitar el paladar de los invitados se prepararon mole, carnitas y barbacoa, ésta última, comida que la cumpleañera vendía cuando era joven. Para amenizar la fiesta, a la que llegaron más de 300 personas, algunos nietos se encargaron de tocar música en vivo.
Días después de la celebración, Bernarda recibió a EL UNIVERSAL en su hogar, sentada en una silla de ruedas y cubierta con un rebozo color rojo se dijo contenta por haber cumplido 100 años y por la fiesta que le organizaron sus hijos: “Estuvo muy bonita, llegaron todos mis hijos, todos, pensé que no lo harían. Me siento muy bien”, comentó.
Con esfuerzo contó que en su juventud se levantaba todos los días a las cinco de la mañana para ordeñar vacas, después iba al mercado de la Merced a vender y comprar mercancía, actividades en las que la apoyaba su hijo Eliseo: “Se me olvida, tengo muchas cosas que contar, antes les decía cómo pasaba la vida, cómo trabajaba, ahora ya se me olvidó, no recuerdo lo que voy a decir”.
Lo que no desaparece de su memoria es el nombre de Severiano, con quien contrajo matrimonio a los 16 años y un año después dio a luz al primero de su docena de hijos. Con sus 100 años de vida se dijo agradecida con Dios “porque él me ha dado todo, me cuida y hace que me sienta bien”.
Pasadas las siete de la noche, Bernarda se sintió cansada y pidió a Malena, la menor de sus hijas, que la llevara a su recámara para descansar, de camino a su cama sus hijos, nietos y bisnietos la despidieron: “Adiós Mamá Grande”.