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Una mujer en bata blanca y dos hombres de gran estatura fueron las primeras personas que Sofía vio en su recámara cuando despertó un día de mayo. Una sola frase detonó su ataque de pánico: “Tenemos que hablar de tu trastorno de alimentación”. Entre negaciones e intentos fallidos por escapar, el cuerpo sin fuerza de esta joven de 20 años terminó por ceder. Con la poca energía que le quedaba, abordó una camioneta parecida a una ambulancia que la llevó a la clínica de la fundación Ellen West.
“Fue tanto el miedo que experimenté al imaginar mi vida sin la anorexia que me tuvieron que sedar”, relata desde la casa en la que vivió los últimos cuatro meses.
De 2014 a 2016 se diagnosticaron a 6 mil 432 mexicanos con algún tipo de Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) —anorexia o bulimia—, de acuerdo con los datos del Anuario de Morbilidad de la Secretaría de Salud (Ssa). Dos de cada cinco, es decir 2 mil 602, tenían entre 10 y 19 años. En ese periodo, los diagnósticos en personas en ese rango de edad pasaron de 737 a 939. Cada año, en promedio, 867 jóvenes modificaron sus hábitos alimentarios por sentir alguna clase de rechazo hacia su cuerpo.
Esta cifra podría ser una muestra mínima del verdadero panorama. Una de las barreras para conocer la estadística real es que los TCA fueron reconocidos legalmente como una enfermedad hasta 2014, por lo que no hay registros de años anteriores. Además, se estima que anualmente hay 20 mil casos nuevos de anorexia o bulimia, de acuerdo con la doctora Tania Villa, sicóloga del Hospital General de México. Estas proyecciones, hechas por la Secretaría de Salud y el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG), dejarían una cifra negra de 18 mil enfermos al año sin diagnóstico.
Y es que la realidad de los TCA es que son enfermedades mentales y no nutricionales. De ahí parte el gran tabú para hablar de ellos. “No es fácil hablar del tema. No es lo mismo decir tengo gripa a decir que tienes una enfermedad mental”, comenta Sofía.
Estos padecimientos no tienen un patrón. El abuso sexual, la personalidad del individuo, conductas obsesivas compulsivas, personalidades perfeccionistas y ansiosas, su relación con la delgadez, sobrepeso en la infancia, bullying, violencia social y los estereotipos de belleza que rigen en la sociedad son algunas de las causas que reconocen los especialistas.
La vida de Sofía era una mezcla de varios de estos factores. El día que llegó a Ellen West, los especialistas fueron contundentes al hablar de su trastorno: era indispensable que se internara si quería superar la anorexia nerviosa que le había quitado aproximadamente 20 kilos desde que tenía 15 años. Con 1.72 de estatura, Sofía pesaba apenas 45 kilos.
Cada vez más jóvenes
A pesar de que estos trastornos se presentan a cualquier edad y no son exclusivos de un sector de la población ni de clases sociales, actualmente los niños y adolescentes son los principales afectados.
De 2014 a 2016 se diagnosticaron 2 mil 602 casos entre los 10 y 19 años. De ellos, mil 306 eran jóvenes de 15 a 19, pero los niños entre 10 y 14 sólo quedan en segundo lugar, con una diferencia de 10 pacientes.
Cuando Sofía comenzó con el trastorno tenía 15 años. Cursaba el primer grado de preparatoria y deseaba ser más delgada . Además, su altura también le generó complejos. “Siempre tuve miedo de ocupar más espacio”, confiesa con voz temblorosa.
A esto se le sumó otro factor que la afectó desde niña. Un miembro de su familia abusó sexualmente de ella. Para todo esto, su mejor escape fue la anorexia. “Todos los problemas que yo no podía solucionar con mi familia, los llevé a algo que sí podía controlar: la comida, el peso y las calorías”.
La cifra de pacientes con un TCA y que pasaron por casos de abuso sexual es alrededor de 30%, según Griselda Galván, de la Clínica de Trastornos de la Conducta Alimentaria.
Los adolescentes son el grupo más vulnerable. “Están en una etapa de desarrollo y quieren pertenecer a un grupo. Parte del proceso de aceptación tiene que ver con nuestra imagen, y este sector piensa que su peso y su figura les otorgará eso”, explica la especialista del Instituto Nacional de Psiquiatría.
Además, “los niños están cada vez más expuestos a un ideal de delgadez y a constantes bombardeos de los estereotipos de belleza que los llevan a sentirse insatisfechos con su cuerpo”, comenta la doctora Galván.
De 2014 a 2016 los diagnósticos en personas entre 10 y 19 años pasaron de 737 en 2014 a 939 durante 2016. Cuando Sofía comenzó, lo primero que dejó fueron las golosinas. Después el pan y las tortillas. Siguió con una dieta vegetariana. Al final, sólo ingería 250 calorías al día. El equivalente a comer sólo dos manzanas y un vaso de leche entera en 24 horas.
En un par de meses, Sofi, como la llaman sus amigos, pasó de pesar 66 kilos a 46. Su mayor miedo era la comida. No iba a reuniones por temor a enfrentarse con distintos alimentos. Su familia no notó el cambio. Sofía cargaba sola con su enfermedad. El trabajo de su madre era tan absorbente que la adolescente decidió irse a vivir con su hermana.
En la clínica, Sofía fue testigo de que esta enfermedad afecta cada vez a más jóvenes. “Hay chicas de 13 años que en vez de estar en la secundaria están aquí, sanándose”.
Querétaro es la entidad número uno en donde los adolescentes son los que encabezan este padecimiento. De los 53 casos de anorexia y bulimia que se reportaron de 2014 a 2016, en 32 los pacientes tenían entre 10 y 19 años, de acuerdo con los datos del anuario de morbilidad de la Ssa.
En Chihuahua, Yucatán, Ciudad de México, Tlaxcala y Guerrero se presenta el mismo panorama. Seis de cada 10 mexicanos con un TCA son adolescentes.
La aceptación
Para los especialistas, un factor de riesgo que ha cobrado fuerza y puede detonar un TCA son las dietas restrictivas, especialmente porque “las personas tienden a premiar a quien ha perdido peso, mientras descalifican a quien lo ha ganado. La gente tiene la percepción de que si alguien tiene sobrepeso u obesidad significa que es flojo”, explica Galván.
Sofía combinaba su anorexia con jornadas de ejercicio excesivas para evitar subir de peso. Gastaba su poca energía en el gimnasio sin importar si se sentía mal. “Es una enfermedad muy competitiva. Cuando ves a alguien enfermo siempre te comparas”, relata.
Pero al mismo tiempo su bajo peso le traía un reconocimiento que ella necesitaba. En su afán por mejorar su ánimo, el cual dependía de cuánto pesaba, la báscula era su mejor amiga. Todos los días se pesaba y medía el ancho de sus brazos. Cuando se daba cuenta de que su ropa comenzaba a quedarle cada vez más grande, una sonrisa se dibujaba en su rostro.
“Los comentarios que recibes cuando comienzas a bajar de peso son súper empoderantes. A mí me decían: ‘Te ves más delgada’, ‘Qué bien te ves’, todo esto fue como un incentivo”, cuenta la joven de la CDMX.
Lidiar con la enfermedad
Dejar mechones enteros de cabello en el cepillo era normal, y hasta natural, para Sofi. Su periodo menstrual dejó de presentarse, su corazón se aceleraba constantemente sin razón. Incluso sufrió algunos desmayos. Pero después de un par de años esto dejó de importarle. A diferencia de muchas personas que padecen un TCA, Sofía era consciente del daño que le ocasionaba a su cuerpo. “Me decía: Hay gente que tiene diabetes, se inyecta insulina y vive con eso. Yo no como, me voy a desmayar, pero ni modo”, relata.
Los especialistas difieren respecto a si una persona es consciente o no de su condición. “Es una enfermedad llena de secretismo y mentira. Además, los intentos del paciente por ocultarla hace más difícil que se logre detectar”, comenta Adalberto Levi, subdirector clínico de Ellen West.
Sofi relata de manera tranquila que aunque sabía que no estaba viviendo bien, tampoco vivía “tan mal”. Esconder su enfermedad no fue difícil. Pasaron cinco años antes de que su hermana se diera cuenta de su condición.
En algún momento visitó nutriólogos y sicólogos. Había días en que comía muy bien, pero otros en los que su miedo hacia la comida regresaba y el sentimiento de que cualquier alimento la engordaría se apoderaba de ella. La enfermedad volvía a atacar.
De los 15 a los 20 años pasó por etapas de completa restricción. Ayunos, comida “healthy”. Incluso llegó a vomitar para deshacerse de los alimentos que en sus momentos de mayor hambre consumía. “Yo tenía el pensamiento racional de que comía bien, porque comía muy sano, pero lo cierto es que hay un umbral muy delicado en toda esta tendencia saludable”, dice Sofía.
Entre 2014 y 2016, los diagnósticos por anorexia y bulimia en el país aumentaron de mil 741 a 2 mil 375. Aunque las mujeres predominan, estos trastornos no son exclusivos del sexo femenino. Cada año más hombres son diagnosticados. En 2014 la estadística era de 468 y en 2016 subió a 679 varones.
La mayor preocupación de estas enfermedades es que se tratan de manera tardía. “Una persona de 50 años puede tener 25 años lidiando con la enfermedad y ser diagnosticada tiempo después”, comenta el especialista de la Fundación Ellen West.
Las estadísticas tampoco son precisas debido a que aproximadamente 70% de las personas que padecen un TCA no se diagnostican, estima el doctor Levi.
La mayoría de las personas piensan que estas enfermedades se solucionan comiendo y en realidad se requiere de un tratamiento integral por tratarse de enfermedades mentales, aseguran los especialistas. Esto porque el porcentaje de recaída en pacientes que no se tratan de manera completa ronda 30%.
Cuando Sofía llegó a la fundación se describía como “una calculadora de calorías”, conocía con exactitud cuál era el contenido de cada alimento. Ahora esta situación le causa gracia. Incluso sonríe y bromea sobre algunos de sus comportamientos pasados. El jueves 17 de agosto, 11 semanas después de empezar su tratamiento, dejó la clínica de recuperación. Su principal deseo al salir: un helado en compañía de su familia.
“Lo más difícil de la enfermedad es que crees que vas a estar así toda tu vida. Piensas que tú controlas la enfermedad y no es así. Ahora sólo quiero tener la vida normal que yo misma me quité cuando estaba allá afuera. Quiero disfrutar una comida con mis amigos, poder ir de viaje sin preocuparme por cómo me veo. Quiero tener una vida que no esté limitada”, cuenta Sofía.