“Yo paro y desaparezco del espacio público porque quiero gritar desde la ausencia que nos están matando”, expresó Paula cuando se le preguntó porqué no asistió a la facultad este 9 de marzo . Tiene 19 años y lleva puesta ropa cómoda, pues desea ordenar su cuarto para más tarde leer un libro.
Como cientos de mujeres de diversos perfiles, Paula puso una pausa a las actividades cotidianas que cada lunes hace y trató de dar un mensaje a su familia: ¿Qué pasaría si un día no regreso? Se levantó a las nueve de la mañana y se quedó contemplando el techo, en vez de alistar los útiles o desayunar.
Así como la joven estudiante, Jade, Gema, Perla, Mariana, Sara, Luz María y Lidia también lucharon contra la violencia desde sus espacios. Lidia de casi 45 años decidió no prender la máquina de coser y postergar los trabajos que tenía pendientes, a pesar de la urgencia de éstos.
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Ella es madre de dos hijos y abuela, por ello prefirió detener la rutina, portar un pañuelo morado y apoyar la causa de #UnDíaSinMujeres . “Me seguiré cultivando para saber cómo defendernos, antes no lo sabía. No quiero que mis hijos, ni yo tengamos miedo. Debemos hacernos visibles”, aseguró sin titubeos.
Sara Sánchez, de 78 años, no conoce a Perla, de 35, o Jade, de 16, ni mucho menos a Gema, de 27 años, pero las cuatro anhelan que “desaparecer” impulse los actos realizados en la marcha del 8 de marzo y muestre aún más que las mujeres están hartas de tantas agresiones.
“Es momento de decir: ¡Ya Basta!, y sobre todo: “Ni una menos”, explicó Sánchez, quien trabaja como secretaria en la alcaldía donde vive. Muchas de las participantes al igual que Sara aprovecharon el paro para convivir con su familia nuclear.
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Cuando entró la tarde, algunas protestantes mandaron a los hombres a buscar la comida, otras usaron las reservas que compraron antes, y muy pocas lidiaron con lo que tenían en la alacena. Ese fue el caso de Perla y Jade porque viven sólo con mujeres.
Cada una tuvo que inventarse alimentos para saciar el hambre. “Estamos aquí con mi mamá porque es un refugio para nosotras. Pasar el tiempo en compañía de seres queridos, ayuda que éste fluya muy rápido, decidí hacer cosas con mis hermanas”, expresó Perla, abogada feminista especialista en perspectiva de género.
El escenario era distinto en la cocina de Mariana Barroso. Contó que su hermano y padre asumieron las obligaciones que por costumbre se adjudica a las mujeres como: lavar los trastes o arreglar la casa mientras ella y su madre jugaron turista.
Madrugada de realidad
En la madrugada del 10 de marzo, Isabel Rodríguez, estudiante de la IPN, entra sus redes sociales y se entera de que la ausencia de las mujeres repercutió en el país: el valor del peso se cayó, los bancos no dieron servicio, las escuelas regresaron a los estudiantes a casa, las instituciones no pudieron funcionar y el metro fue un caos en horas pico.
Su hermano, Carlos le confirma todo. Le cuenta que en ciertas estaciones del Sistema de Transporte Colectivo (STC) los policías dejaron pasar a los usuarios gratis y en otras “no sabíamos cómo usar las máquinas. Culpamos a una cosa de venir con prisas y no a una taquillera”, dice el joven de 27 años, quien trabaja en el centro de la capital.
Al tiempo que Isabel ve las noticias, todas las mujeres que cuentan sus historias en este texto también lo hacen. Dos de ellas son Alex y Maite, desean ser llamadas así por motivos de seguridad. Ambas llevan 20 años trabajando como taquilleras del metro y ayer vivieron su primer lunes sin ir a trabajar.
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“Los lunes son pesados. No ir ese día se sintió raro, pero debíamos parar. Somos más del 50% de trabajadores ahí [metro] y siempre nos vamos con una mirada fea o alguna grosería. Siempre”, explica Maite, su foto de Facebook y Whatsapp es una imagen de “Se busca. Desaparecida”.
En cambio, Alex eligió dejar una foto de ella. “Me ausenté de todos, incluso de mi familia. No cambié mi foto porque si me asesinan, no habría tiempo de quitarla, añade. El STC reportó en 2019, que 5 mil 600 mujeres eran parte de su planilla de trabajo, de las cuales mil 338 tenían hijos, de acuerdo con un comunicado. Mientras que ayer, registró que la afluencia de mujeres disminuyó 40%.
Poco a poco, las mujeres comenzaron a hacer presencia en redes sociales.En los grupos creados previos a la marcha #8M, jóvenes preguntaron a otras cómo pasaron su paro. “Hay que decir que esté camino es muy largo, pero por algo hay que empezar. Roma no se construyó en un día”, escribió una usuaria.
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Algunas otras determinaron que el paro les sirvió para reflexionar con sus hijas, madres y hermanas sobre la marcha y en la madrugada de este día ser conscientes de todo lo que aportan al país, más allá de cumplir con un horario de trabajo.
“Me di cuenta de que no sólo somos la mayor fuerza laboral de este país. También somos la alegría, el ruido, los colores, la vida. Que sin nosotras; sin nuestro ir y venir, sin nuestros quehaceres, sin nuestros chismes el mundo se pone gris y silencioso: triste pues”, expresó otra internauta y sumó su relato a otros 647.
Datos de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) del Inegi revelaron que en México residían 125 millones de personas en 2018, de las cuales 51.1% son mujeres y 48.9% son hombres.
Para todas estas mujeres que participaron en #UnDíaSinNosotras y las que tuvieron que trabajar, el primer paso para la eliminación de la violencia feminicida inició hace dos días. La ausencia y el silencio que mantuvieron por 24 horas -consideran- es un grito de protesta que será recordado, ya que dejó un rastro de experiencias en las personas.
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“Esta es la primera que vivo algo así. Después del paro, espero se den cuenta de la importancia que tenemos. Les estamos enseñando que si falta una, faltamos todas y que nos vamos a solidarizar. A una compañera de la escuela estuvieron a punto de secuestrarla”, comenta Jade y muchas comparten su opinión.
Las participantes de este escrito aguardaron a las primeras horas del 10 de marzo para compartir sus testimonios y videos debido a que todas no entraron a Internet, no se comunicaron y no salieron a la calle.
Prefirieron usar un reproductor de DVD, leer un libro, escribir o buscar alguna actividad para pasar el tiempo con la esperanza de que sus acciones sirvan a “ya no sentir la angustia de que algo les pase algún día a mis hijas”, concluye Lidia, en unas horas su máquina de coser comenzará a sonar y eso le anunciará que es momento de salir a la calle.
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