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Las suelas rozando.
El pavimento era lo único que se escuchaba, pasos acelerados con los que los estudiantes demostraron que su movimiento era pacífico y que no eran unos revoltosos, eso es lo que recuerda José Manuel a medio siglo de la marcha del silencio a la que se unió cuando apenas tenía doce años.
“Era un niño pero sentía simpatía con los estudiantes, mis papás no sabían que estaba en la marcha, seguro no habrían creído que podría callarme tanto tiempo”.
Sin saber cuánto tiempo anduvo hasta llegar al Zócalo recuerda con emoción que a los ruidos de los pasos se sumaron aplausos, gritos de apoyo de la gente que pasaba alrededor, personas que se asomaban desde sus departamentos y hacían la V de la victoria con los dedos.
“Fue un sentimiento indescriptible, caminaba con los ojos llenos de lágrimas porque sentías ese cariño, me sentía protegido a lado de tanto estudiante, ver que la gente hacía la V con sus dedos, me impulsaba a luchar con ellos, aunque fuera acompañando en una marcha”
Ahora, con 62 años, José Manuel carga una bandera de la UAM , su alma mater y acompaña a su hija María Fernanda quien estudia en la Facultad de Trabajo Social . Con la voz quebrada apenas puede decir que siempre apoyará las exigencias estudiantiles en las que no debe haber división.
Foto: Perla Miranda
“Me formé en la UAM, pero todos somos estudiantes, no hay rivalidades, todos queremos seguridad dentro y fuera de las aulas, que respeten nuestros derechos y hoy yo vengo con mi hija, le digo que no tenga miedo, que alce la voz y exija lo que por ley le corresponde”.
Maryfer sujeta con sus manos una bandera de la UNAM. Se dice emocionada por salir a las calles a pedir que haya más seguridad en la casa de estudios y que no haya más grupos porriles. “Hay asaltos casi todos los días, tememos ser violadas o acosadas, es un honor participar en esta marcha y que nuestro silencio sirva para hacernos oír”.
Cuenta que las anécdotas que ha escuchado de su papá la han maravillado desde pequeña, pero hoy su compromiso es ser protagonista.
A pesar de la emoción admite que siente tristeza porque a 50 años del movimiento estudiantil, los jóvenes todavía deben pelear por sus derechos.
“Me sentaba por horas a escuchar sus vivencias de niño, me sentía orgullosa, ahora, mi deber es pelear por mi y mis compañeros, por exigir seguridad, que se acabe la violencia contra las mujeres y dejar de sentir que cualquier día me pueden violar, asaltar o acosar, qué triste que han pasado muchos años del 68 y todavía tenemos que exigir esto”.
jno