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Por: Irvin Rojas
Dice el diccionario que una faramalla es una charla artificiosa encaminada a engañar o una cosa de mucha apariencia y poca entidad. Así, como una faramalla, calificó el presidente López Obrador el proceso de selección de candidato presidencial de la alianza opositora, hoy agrupada bajo el nombre de Frente Amplio. De forma muy desafortunada, varios personajes han contribuido a la faramalla con un discurso vacío, prejuicioso y hasta racista, que no ha hecho otra cosa más que ayudar a brindar atención a la única persona con alguna oportunidad de crecer en las preferencias por parte de la oposición, Xóchitl Gálvez.
La primera parte de la faramalla fue plantear la candidatura de Gálvez como una figura disruptiva, como lo fue la de Vicente Fox. Sin embargo, los impulsores de Gálvez omiten que el país ha cambiado bastante desde el año 2000 y que lo entonces funcionó porque era novedoso ya no lo es hoy. Figuras que dicen groserías sobran y figuras que andan en bicicleta abundan en la escena nacional. ¿Por qué esto de repente es novedoso en el terreno político y electoral?
Además, a diferencia de Fox, Gálvez contará con menos de un año para primero asegurar la candidatura del Frente y, luego, enfrentar la contienda presidencial. Fox, en cambio, estableció un liderazgo inmediatamente después de las elecciones intermedias de 1997.
La segunda parte de la faramalla consiste en la presentación de la candidatura de Xóchitl como una surgida desde la ciudadanía, a pesar de tratarse de una política profesional, con una carrera política ligada a los partidos. El cuestionar esta supuesta autonomía no gira en torno su condición de mujer, sino a que nadie puede suponer que una persona, impulsada por partidos con visiones muy particulares de lo que debe ser la vida pública, pueda gobernar desligándose de la política y los políticos que la respaldan. Aunque Xóchitl ha recitado la vieja confiable de que “no es un debate de izquierdas ni de derechas”, no existe tal cosa como un debate despolitizado.
Como muestra de lo anterior está el anuncio de que José Ángel Gurría, otrora aspirante presidencial por el mismo Frente, estará a cargo de coordinar la elaboración del programa de gobierno. No podía ser más simbólico y a la vez más de fondo que el personaje de Gurría, ex secretario de hacienda en el gobierno de Ernesto Zedillo, sea el encargado de un programa que representa la nostalgia del neoliberalismo.
Finalmente, en un intento de atribuirle a Xóchitl Gálvez el carácter de outsider caída del cielo, algunos opinadores incluso han recurrido a las referencias mágicas y divinas, como la de la Virgen de Xóchitl. Basta recordar que también a José Antonio Meade llegaron a llamarle outsider. Más faramalla.
Sin embargo, ante esta sucesión de eventos, la respuesta desde algunas posiciones del obradorismo no ha sido la más acertada, pues se ha enfocado en descalificar los orígenes de Gálvez. El error es asumir que los indígenas, así como otras minorías, no pueden tener posiciones conservadoras o de derecha.
Muchos esfuerzos se han hecho por desligar los logros de las personas de sus condiciones de nacimiento. ¿Por qué juzgar la pertinencia de una persona para ser presidenta o ejercer cualquier cargo basándonos en el lugar o las condiciones en las que nació? Para el caso que nos ocupa, nos dice más la trayectoria que el origen. Las críticas a Xóchitl Gálvez, como a cualquier otra y otro candidato, deben ir las decisiones de vida más que a las circunstancias que nunca escogió.
Gálvez ha sido legisladora y secretaria de estado en bancadas y gobiernos de la derecha y ese es el mejor predictor de sus posiciones políticas para el futuro. Las críticas a los orígenes de Xóchitl Gálvez y la discusión alrededor de sus formas solo abonan a la faramalla.