Con apenas una semana en la Ciudad de México, Brallan Valecillo comienza su primer día de trabajo en Izazaga 127 repartiendo volantes en medio de una mañana fría y sin mucha gente. Brallan es venezolano, salió del país en enero del año pasado y huyó a Colombia apenas había terminado el bachillerato.
“No pude hacer mi carrera por la situación”, cuenta el joven de 20 años. Brallan quería ser médico forense, pero la inseguridad en el país sudamericano lo obligó a migrar.
Brallan, siempre con celular en mano, acerca los volantes de una tienda de ropa a las personas que transitan por la avenida Izazaga. Entre tanto, manda mensajes de voz a su madre, quien sigue en Venezuela y se rehúsa a salir: “Lo que más me duele de Venezuela es mi familia”, dice el migrante con voz baja, pero firme. “La situación política me es indiferente”, subraya.
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“Mi hija es la razón por la que estoy aquí trabajando”, detalla Brallan Valecillo. La niña, menor de un año, también sigue viviendo en Venezuela bajo el resguardo de su abuela, la madre del recién empleado en México.
El joven es padre soltero. La que entonces era su novia lo dejó al enterarse de que es bisexual. El futuro de Valecillo, como el de muchos migrantes, es incierto: “Si me va bien en mi trabajo me quedo acá”, dice.