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En sus tres años como empleada de una tienda de conveniencia, Eli ha sido víctima de seis asaltos a mano armada y como 200 robos hormiga. Aunque agradece no ser amedrentada, se lamenta “porque la tienda no pregunta quién y cómo se llevó el producto, sólo hacen el inventario y nos piden el dinero de la mercancía que no está”.
Cervezas, chicles, frituras, bebidas energetizantes y quesos son los productos más robados de este local ubicado en la Ciudad de México: “Lo más común es que se escondan lo que agarran en su ropa, otros se salen corriendo pero llevan algo. A veces, los policías de aquí tratan de alcanzarlos, pero de 10 robos creo que en uno los alcanzan”. Cuando los empleados se dan cuenta de que alguien tomó mercancía le deben preguntar si lo va a pagar o le piden que la devuelvan, de no hacer caso, detienen a la persona y buscan una patrulla para que los lleve al Ministerio Público, “pero esto no pasa, ir al MP es perder el tiempo, en lo que nos vamos y regresamos seguro ocurrieron otros robos así”.
La responsabilidad no recae totalmente en el cajero, los gerentes de la tienda deben hacer su inventario y ver qué tantos faltantes hay: “Ahí viene lo malo porque aunque no nos cobran a nosotros, los líderes por salir bien en su auditoría pagan de su bolsa lo más que puedan, mi antiguo jefe llegó a poner 4 mil pesos en un mes”. No hay día en que no les roben, aunque sea un dulce, es normal que entren varias personas y en lo que unos pagan una cosa y se amontonan en el mostrador, los otros aprovechan para guardar cosas en sus mochilas o ropa.
“Casi todos son chavos de secundaria o preparatoria, también nos han tocado mujeres que traen bebés en brazos y en sus rebozos se meten lo que agarran”.
A Eli lo que le molesta es que los delitos no sean cosas de primera necesidad, “si a lo mejor se robaran las salchichas para los perros calientes o pan, no sé, cosas para comer, agua, ya si quieres leche, pero se llevan cervezas, que además están bien caras o las bebidas energetizantes, enoja mucho que hagan eso, uno trabaja por necesidad y que luego deba pagar por algo que no disfrutó no es justo”.
Las veces que ha encarado a los ladrones le han pagado el producto, o lo dejan, pero de 10 robos comenta que sólo en tres se da cuenta. “Es muy difícil, porque hay horas pico, casi 15 personas formadas en caja y otras que están escogiendo lo que van a comprar. No puedes tener un ojo al gato y el otro al garabato”.
Lo complicado de esta tienda de conveniencia es que por turno son dos cajeros y el guardia de seguridad, para cuidar ocho refrigeradores y más de 10 anaqueles, los únicos productos que están asegurados porque están dentro del área de cajas son los cigarros, botellas de bebidas alcohólicas y medicinas.
“La gente se enoja porque a veces cerramos una caja, pero así mi compañero y el policía están al pendiente de quién entra, sale y qué productos agarran, porque a veces entran chavos; sólo dan vueltas y se salen, pero es para ver en dónde está lo que quieren tomar, dejan pasar un rato, regresan y es cuando roban”, indica.