Tampico, Tamps.— La familia de Antonio Salazar ha padecido una pesadilla desde que fue secuestrado hace cinco años en una de las carreteras de Tamaulipas.

Tenía 29 años de edad cuando se trasladaba en su vehículo particular con destino a Tampico. Muy temprano se había despedido de su esposa vía telefónica.

Uno de sus hermanos, Carlos Manuel, relata a EL UNIVERSAL que de inmediato comenzaron a buscarlo por todas partes, pero unas llamadas con violencia verbal les hicieron saber que se trataba de un secuestro.

“Nos llamaron varias veces. Hablaban de forma grosera. Nos aseguraban que tenían a Toño, pero jamás nos lo pusieron al teléfono”, recuerda.

Al preguntarle qué es lo que le hicieron, responde que “teníamos la esperanza de que nos lo entregaran. Nos pedían un millón de pesos por él, claro que no lo teníamos, y también que no habláramos a la policía. Luego pedían otras cantidades”.

No recibieron ninguna llamada. La impotencia se convirtió en calvario para toda la familia y comenzaron el peregrinar con las autoridades.

“Pusimos la denuncia y llenamos todos los requisitos que nos pidieron. Jamás perdimos la esperanza de ver a mi hermano con vida, pero nunca regresó”, relata.

Para Carlos Manuel, lo más triste ha sido el pesar de su mamá, doña Irma, porque el sufrimiento incluye no saber en qué lugar quedaron los restos de su hijo.

“Desde que desapareció he rezado por mi hijo todos los días”, menciona la señora.

Al principio le pedía a Dios que estuviera con bien y no lo maltrataran sus captores, que lo liberaran.

“Aunque nunca tuvimos su cuerpo, y las autoridades tampoco nos confirmaron su muerte, como madre yo sé que Toño está con Dios y cada noche pido por su alma, que él cuide a sus hijos”, relata la afligida madre.

Antonio dejó una viuda y en la orfandad a tres hijos, dos niñas y un varón, quienes ahora tienen 13, 11 y ocho años de edad.

Cuando una persona desaparece, el dolor consume a todos y un reflejo de ello ocurre con los hijos de Antonio.

Carlos Manuel relata que Toñito despertó sobresaltado en una fría madrugada y les contó a sus dos hermanas que su papá lo visitaba por las noches.

“Les dijo: me da besos. Tenemos que pedir por papá, él nunca va a regresar porque ya está con Dios”, recuerda Carlos.

“Este sufrimiento y la mezcla de sentimientos nos consumen, impotencia, coraje, dolor, todo se junta aquí”, dice, mientras coloca su mano derecha en el pecho.

Por si esto fuera poco, los familiares continúan sus vidas con mucho temor.

Quedaron marcados, tienen miedo de que en cualquier momento la historia vuelva a repetirse con algún integrante de la familia.

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