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En la antesala del juez Brian Cogan, a la derecha de las primeras puertas de madera maciza, hay una habitación pequeña que la defensa de Joaquín “El Chapo” Guzmán utiliza como sala de reunión para preparar sus estrategias.
El espacio es mínimo, lo justo para que quepa una mesa y unas pocas sillas. En una esquina, al lado de la puerta, hay un estante raquítico, en el que en su balde más alto apareció, así como de la nada, una figura del santo Malverde.
Nadie sabe cómo apareció allí el “narcosanto”, con su bigote característico, terno blanquísimo y pañuelo rojo, con un saco dorado en una mano y un fajo de dinero en el otro. Tampoco nadie se atreve a quitarlo de ahí; al menos se quedó ahí toda la jornada del martes.
Sea como sea, seguro que la defensa de “El Chapo” no rechazará la posible ayuda que el Malverde pueda darles en el caso. Los que sí necesitarán ayuda son los miembros del jurado para asimilar la enorme cantidad de información recibida, una amalgama monumental de nombres, datos y hechos que les desborda.
Solo llevan cinco días juicio y el cansancio está haciendo mella: son comunes los bostezos y los esfuerzos por no dormirse entre los miembros del jurado.
Finalmente, tras más de 14 horas en el estrado, “El Rey” terminó su confesión. La vigorosidad del contrainterrogatorio de William Purpura”, el abogado de “El Chapo”, despertó un poco la sala, rematado con la bomba de los sobornos a altos funcionarios mexicanos.
Pero cuando a media tarde Zambada bajó del estrado, la energía de la sala decayó por completo. De nada sirvió ver un video de 15 minutos sobre un túnel inacabado entre Tijuana y San Diego, ni las imágenes de la detención en 1989 de Arturo Guzmán Loera, hermano de “El Chapo”, tratando de pasar más de 1 millón 226 dólares escondido entre la carrocería de un Ford Bronco negro.
El receso por la festividad de Acción de Gracias irá bien a los miembros de jurado, que ya no ocultan su aburrimiento ante tantos datos e información, jornadas tediosas de las que tratan de escapar como sea. Incluso se negaron a regresar tras un receso breve al ver que había llegado el almuerzo: decidieron no volver a la corte hasta haber comido (y, de paso, postergar la tortura de testimonios).
Eduardo Balarezo, uno de los abogados de Guzmán Loera dijo a Efe que el santo está allí desde el inicio del juicio contra su cliente.
"Jesús Malverde apareció al inicio del juicio", indicó el abogado, que a preguntas de si fue por petición del propio Guzmán Loera contestó que "fue un milagro... apareció él mismo".
Jesús Malverde (1870-1909) tiene su capilla en Sinaloa.
Su leyenda creció en la segunda mitad del siglo pasado, cuando la actividad del narcotráfico se incrementó en México, específicamente en Sinaloa, estado considerado cuna de los más importantes capos de los cárteles mexicanos.
Cada 3 de mayo, la Capilla de Malverde recibe a cientos de creyentes en este santo, no reconocido por la Iglesia católica, procedentes de diferentes estados del país, que van a pedirle o agradecerle favores.
Su verdadero nombre era Jesús Juárez Mazo, quien nació en las Juntas de Mocorito en el estado de Sinaloa, que vivió en extrema pobreza con su familia, de quien se dice robaba a los ricos para darle a los pobres, una especie de Robin Hood.
Juárez Mazo murió ahorcado y sus seguidores aseguran que aún después de muerto continuó ayudando a los más necesitados.
Con información de EFE
ml