“No tengo que comer. Tengo que vomitar. No vomité lo suficiente”, fueron pensamientos que pasaron durante años por la cabeza de María Fernanda, una joven que atravesó un trastorno de conducta alimentaria (TCA).
Fernanda actualmente tiene 24 años, y aunque considera que su relación con la comida es “buena”, no siempre fue así. Desde los 13 hasta los 17 fue una “princesa de cristal”, término acuñado en los portales proAna y proMía.
A sus 13 años conoció a través de internet a Ana (anorexia) y Mía (bulimia), quienes la aconsejaron a iniciar con la restricción de comida hasta provocar el vómito.
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ProAna y proMía fueron términos que se popularizaron en los 90 en Inglaterra, los cuales se extendieron en todo el mundo a través de sitios web donde las “princesas y los príncipes”, personas abiertamente anoréxicas y bulímicas, compartían tips para perder peso.
María Fernanda detalla que durante esos años (2010-2015) el internet no estaba tan regulado, por lo que fue fácil encontrar consejos desde cómo llevar el TCA sin que los padres se dieran cuenta, hasta metas del índice de masa corporal ideal.
La joven cuenta a EL UNIVERSAL que desde muy pequeña tuvo complejos respecto a su cuerpo; sin embargo, el trastorno de conducta alimentaria se detonó cuando comenzó a tomar clases de danza.
Su sueño de niña de ser una bailarina profesional comenzó a tornarse turbio cuando recibió comentarios despectivos hacia su físico y sintió la presión de crear un cuerpo de ‘bailarina’. “Me decían apodos hirientes como ‘Ferguanga’ (...), que si ya estás muy panzona, que si mira esos brazos, que si en las presentaciones hay que fajarse”, explica.
De acuerdo con información de la Secretaría de Salud, publicada en 2023, se estima que 25% de los adolescentes en México padecen un TCA y solamente 10% están en tratamiento.
Fernanda recuerda que comenzó restringiendo comida, luego fue el ayuno y terminó en el vómito adaptando una rutina.
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La maestra en sicoterapia sicoanalítica, Alejandra Azuara, dice que hay una mayor prevalencia de mujeres que padecen un trastorno de conducta alimentaria (nueve de cada 10 casos), debido a que hay parámetros culturales de lo que se percibe como un cuerpo estético femenino.
Agrega que estas conductas suelen aparecer en la infancia, pero persisten en la adolescencia debido a los cambios físicos.
Para Miled Yiram su historia fue un poco distinta. Cuando era una niña comenzó a esconder el desayuno que le dejaba su mamá para irse a la escuela, pero en la adolescencia su relación con la comida se deterioró debido al ambiente familiar, la percepción de su imagen corporal y las redes sociales.
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Miled ahora tiene 26 años. Recuerda que cuando iba en la secundaria y preparatoria solía servirse porciones de comida pequeñas para que así fuera más fácil desecharla después.
María Fernanda comenta que pese a ser parte de los blogs proAna y proMía, su adolescencia fue muy solitaria, pero dentro de este proceso conoció a una chica en la academia de danza a la que asistía, con la cual compartió consejos característicos del TCA.
En el caso de Miled, nunca conoció a alguien que tuviera este tipo de actitudes; sin embargo, en la secundaria había rumores de que más chicas pasaban por lo mismo.
Del daño emocional al físico
Mafer, como le suelen llamar sus amigos, era consciente de que padecía un TCA; no obstante, nunca lo vio como algo de gravedad, hasta que experimentó los estragos en su cuerpo, así como en su estado emocional. Pasó por depresión, cansancio, mareos, caída de cabello y dolores de cabeza.
Por su parte, Miled Yiram comparte que tuvo desmayos, arritmia, así como caída de cabello. La maestra Azuara indica que los TCA son trastornos graves y pueden derivar en problemas renales, cardiopatías e incluso la muerte.
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Lo más difícil: salir
La especialista en sicoterapia describe que las personas que suelen padecer un TCA tienen como característica la obsesión y el idealismo por cumplir una serie de metas respecto a su cuerpo.
Al entrar a la universidad, Fernanda decidió cambiar el estilo de vida que había llevado por años.
“Estaba muy cansada, nunca llegue a mi índice de masa corporal (...) ya había dejado el deseo de dedicarme a la danza (...) no solamente es el daño físico que le haces a tu cuerpo, sino también es mental, era un interminable ‘no tengo que comer’. Cuando el hambre me ganaba y comía era un ‘tengo que vomitar’ y cuando vomitaba era ‘no vomité lo suficiente’”, menciona.
Debido a lo anterior, empezó realizando actos progresivos de no comer en un día, incluyendo pequeñas porciones y de romper con las metas y hábitos que se había impuesto: “Yo decía que si comía las tres comidas, solamente me iba a dar el permiso de vomitar una”.
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La maestra Azuara detalla que los trastornos de conducta alimentaria son complicados de tratar, ya que se necesita de un largo tiempo y trabajo multidisciplinario, además puede haber recaídas.
Fernanda aún padece las secuelas de ser una princesa de cristal, pero se recuerda a sí misma el valor de su propio disfrute: “No es necesario dañarte tanto, estás en este mundo para disfrutar, para encontrar el placer de la vida, el mundo ya es muy feo allá afuera para que tú solita te estés dañando”.