Tucson, Arizona.— Pese a la advertencia de deportaciones masivas por parte del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, migrantes indocumentados que buscan trabajo en las esquinas se muestran escépticos y afirman que “Más tardan en echarme que en lo que me les regrese”, y que “a quien se le debe de temer es a Dios, no a Trump”.
Arturo Torres, un mexicano quien llegó a la Unión Americana y ha sido deportado varias veces, espera, desde las 5:00 de la mañana, junto con otros cuatro migrantes indocumentados en una esquina en los suburbios de esta ciudad a que alguien los contrate para realizar algún trabajo, afirma que en Estados Unidos también hay pobreza.
Sin embargo, el migrante originario de Sonora dice: “De ser pobre en México, prefiero ser pobre aquí”.
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“Pero ¿qué vas a temer? Al que le tienes que temer es a Dios, no a Trump. Es sicológico eso [las deportaciones]. A mí me vale, para empezar. Más tardan en echarme que en lo que me les regrese.
“De ser pobre en México a aquí, prefiero ser pobre aquí ¿Qué diferencia hay? Pues, aquí ganas mejor, aunque te tardas un poquito para ganar unos, dos, tres salarios, pero cuando comparas con los de México, y puede aquí hay más oportunidades”.
Los minutos pasan y todavía ninguna persona se ha detenido en su camioneta para contratarlos. El frío sigue.
José Méndez, un migrante hondureño, también muestra su escepticismo de que las deportaciones que ha prometido Trump le vayan a afectar.
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Detalla que en 2014 fue deportado de Houston, Texas, pero meses más tarde regresó a la Unión Americana, pero ahora para vivir y trabajar en Tucson.
“Mucha gente piensa que estar aquí en Estados Unidos es muy fácil, que los dólares te caen del cielo y no es cierto. Aquí la vida es muy cara, tienes que pagar los biles (recibos) de la renta, teléfono, comida, escuela. Vas al mercado y compras cuatro bolsitas de mandado y ya se te van 100 dólares. Aquí está bien dura la vida también”. comenta.
Frente a los migrantes, un par de personas en situación de calles —homeless— colocan un par de plásticos en el techo de su casa de campaña localizada sobre la banqueta para resistir el frío que no cede.
“Yo creo que ni en México ni en Honduras miramos que está la gente así. Allá de perdida tienes una casita de tierra, pero tienes su casita, aunque sea de adobe, tienes una parcela de tierra. Hay hasta mangos y guayabas y cocos que hasta se caen y nadie los recoge”, dice sin dejar de ver a la pareja.
“A mí me deportó Obama”
El reloj sigue contado los segundos y sigue sin detenerse ninguna persona a contratar a los trabajadores. Pero “como dice el dicho —dice otro migrante quien evita dar su nombre— la esperanza es lo último que se pierde”.
Para no hacer tediosa la espera, los migrantes hablan de diversos temas, desde futbol, problemas familiares y por estos días de la llegada nuevamente de Trump a la presidencia en Estados Unidos.
Pero reiteran su escepticismo de que ocurran las redadas, pues “eso ya lo había dicho Trump la primera vez que estuvo [como presidente], pero no pasó nada. Es más, deportó más Obama que Trump. A mí me deportó Obama en 2014, pero me regresé después. Por eso sé que no pasará nada”.
Tras más de estar seis horas esperando, los migrantes deciden poco a poco desistir de seguir esperando para ser contratados este día pues señalan que ya es tarde.
Así, los migrantes deciden mejor retirarse a sus casas con la esperanza de que mañana alguien sí los contrate y tener un ingreso que los ayude.
Es enero, el frío sigue y así transcurren los primeros días del gobierno de Donald Trump en esta tierra que alguna vez fue territorio mexicano.