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Si José Francisco Ruiz Massieu no hubiese sido asesinado hace 25 años , seguramente hoy estaría encabezando un debate sobre cómo preservar las instituciones democráticas y constitucionales, y al mismo tiempo delinearía cómo modernizarlas.
Así es como lo ve Claudia Ruiz Massieu Salinas, quien en ese entonces, siendo una estudiante universitaria, enfrentó el asesinato de su padre , quien hasta la mañana de ese 28 de septiembre de 1994 era secretario general del PRI y diputado federal plurinominal electo.
Ruiz Massieu Salinas siguió los pasos de su padre: se montó en la política, desde donde ha ocupado cargos en la función pública y espacios en el Congreso.
A la distancia, la exdirigente nacional del PRI asegura a EL UNIVERSAL que si su padre estuviera vivo seguramente estaría haciendo un llamado a defender las instituciones, pero también a escuchar a toda la ciudadanía.
Junto con su hermana, Daniela, han compilado legados de su padre en tres libros , en los que se incluye el pensamiento del político guerrerense y sus escritos.
Un aforismo brinca a la mente de Ruiz Massieu Salinas: “Él decía: ‘O cambiamos o nos cambian’, justo la frase que en el interior del Revolucionario Institucional se repitió varias veces entre 2017 y 2018”.
Para la actual senadora del PRI, si bien su padre fue asesinado en un año convulso para México, en éste se lograba avanzar en el proceso democrático; sin embargo, actualmente percibe una involución en la que la polarización es un riesgo y en la que hay una gran división y falta de debate político.
“Se está cuestionando a las instituciones democráticas, al sistema de contrapeso democrático, y hay una nueva mayoría, una nueva visión, lo que es normal en democracia; no obstante, la reacción natural, inmediata y primaria de esta nueva mayoría es descalificar a los contrarios”, señala la legisladora.
¿Qué recuerda de su padre?
—Para mí, mi padre ha sido la influencia más importante en la vida, tanto profesional como personalmente, y sigue siéndolo. Como hija, no dejo de echarlo de menos todos los días; como servidora pública, como política, incluso como priista, su recuerdo no es algo a la distancia, sino un legado muy vivo. Recordar nuestras conversaciones y tener la oportunidad de volver a dialogar con él a través de sus muchos escritos y conferencias realmente me ha permitido ver con claridad su percepción, la vigencia de sus ideas y, sobre todo, tener como ejemplo su calidad y su ética política.
Para mí, en el plano personal, [mi padre] es una presencia cotidiana, un faro. Fue un padre muy cercano, muy amoroso y muy humoroso. Con él compartí muchas aficiones y sin duda me ayudó a descubrir mi vocación pública y política. En el ámbito profesional, me atrevo a decir que él fue uno de los grandes políticos con visión de Estado, por lo que hoy se echa aun más de menos. Hace mucha falta. Varios temas que él apuntó, anticipó o trabajó hoy siguen estando vigentes, y creo que eso le da una gran fuerza de vitalidad y de presencia a José Francisco Ruiz Massieu.
Él era un reformador, un revolucionario, en el sentido de que sabía que las cosas no pueden permanecer iguales, sino que deben evolucionar, y él sabía que eso era lo que México necesitaba. La transformación que el PRI requería era una dirigida hacia la democracia, hacia una mayor inclusión y hacia una modernización de las instituciones políticas, en la que entraban los partidos como tal y el PRI de manera central, ya que era el gran actor articulador y mediador de intereses políticos del siglo XX.
Hay cosas que él —desde su ámbito como funcionario, como gobernador o como dirigente del partido— empezó a transformar, y sí lo logró en su totalidad.
Está el legado de reformas jurídicas, constitucionales y normativas que hizo tanto como gobernador, como subsecretario y en los distintos cargos que ocupó. Hoy son cosas que ya ni cuestionamos; por ejemplo, la creación de la primera secretaría de la mujer a nivel nacional, de la primera comisión de derechos humanos; como funcionario público, fue arquitecto de muchas reformas importantes en su momento: todo el proceso de descentralizaciones, por ejemplo, de los servicios de salud; también participó con su visión en toda la ola de reformas y en la revisión de todo el régimen de las iglesias en México. Él trabajó mucho en el tema de los partidos políticos, y son cosas que hoy damos por sentadas.
Pero también apuntó cosas que 25 años después siguen siendo vigentes, ya que siguen pendientes por dos razones: primero, porque es normal que siempre haya resistencias al cambio, pero también porque el proceso democrático es un proceso permanente, no se agota con una generación de reformas, siempre se tendrá que adaptar, porque la sociedad y sus necesidades van cambiando.
Él sabía que había que hacer una nueva forma de política, le llamaba “la nueva política”, la buena política, aquella en la que el adversario no es un enemigo; aquella en la que el diálogo es permanente, el respeto a la pluralidad es la constante y en la que hay una ética personal y pública. Pensémoslo: todo esto lo estamos debatiendo hoy. Cómo debe comportarse el poder público, el político; cuáles son los límites del poder público; cómo debe evolucionar para representar mejor las aspiraciones y las exigencias de la ciudadanía sin perder el orden constitucional. Él empezó a hablar de estas cosas hace 40 años.
Hay un aforismo que él utilizó: “O cambiamos o nos cambian”. Fue muy usado por el PRI y al final lo cambiaron.
—Lo que pasa es que transformar instituciones —recordemos que los partidos son instituciones— es difícil, lento, un proceso largo que requiere delineación no sólo de voluntad, sino en dos dimensiones, me parece, y él las tenía muy claras. Una de ellas es, digamos, la dimensión práctica, que responde a las exigencias de los momentos de coyuntura. Un partido político tiene que ganar elecciones, entonces tienes que tomar decisiones muy rápidas y orientadas a los proceso electorales, pero también tienen que tener un sustrato ideológico, solidez, mística, un porqué, un hacia dónde; tiene que ser parte de una visión, y eso requiere tiempo, reflexión, debate. Eso es un proceso más lento, pero más sólido. En un partido como el PRI, que es muy plural, es siempre muy complejo. Lo que sí es cierto es que el tricolor debe reformarse; llevamos años en esta discusión y el entorno nos lo exige, si es que queremos seguir siendo un partido relevante.
¿José Francisco Ruiz Massieu dejó escrito el cambio en el PRI?
—Es que no era un político moderno, sino uno que sabía que la política se hace en un escenario de pluralidad en el que no todo mundo piensa igual, y sólo esa pluralidad hace que las cosas avancen. Si tú sólo te rodeas de la gente que piensa como tú, va a llegar un momento en el que no vas a avanzar o no vas a evolucionar, entonces él tenía no sólo grandes amigos que militaban en otras fuerzas políticas, sino colegas que se respetaban mutuamente, con quienes debatía de manera cotidiana los temas de México y del mundo, los temas conceptuales de teoría política, y en ese sentido creo que él se enriqueció mucho, así como a su entorno. A veces sí es algo frustrante que todo lo que él reflexionaba, lo que significó o lo que construyó e imaginó no sea tan conocido.
¿Considera que, 25 años después del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, algo ha cambiado en el país?
—Yo creo que hay cosas que son similares o que no se han superado; sin embargo, también considero que hay otras que sin duda han cambiado, pues ese año fue uno muy difícil para México, debido a los magnicidios de Luis Donaldo Colosio y de mi padre, o al levantamiento zapatista de Chiapas; no obstante, en se año también se logró la aprobación del Tratado de Libre Comercio, además de que fue un tiempo en el que se expresaron muy bien estas tensiones que siempre ha vivido un país como México, que cuenta con tantas polarizaciones y es tan desigual en muchos sentidos: tiene fuerzas que siempre quieren ir hacia adelante y reformarse, y fuerzas que pareciera que lo que desean es anclarse en otros momentos del pasado.
Yo creo que hoy vivimos, ciertamente, un México en el que la polarización es un riesgo, y existe una gran división en el discurso político. En ese sentido, considero que hay una involución.
Pensábamos que en estos 25 años se había superado una tendencia de descalificar instituciones y que había sucedido lo contrario, que habíamos consolidado instituciones y, sobre todo, una cultura democrática, acendrada, pero hoy vemos que eso está en riesgo. Se está cuestionando a las instituciones democráticas, al sistema de contrapeso democrático, y hay una nueva mayoría, una nueva visión, lo que es normal en democracia. No obstante, la reacción natural, inmediata y primaria de esta nueva mayoría —lo vemos muy claro aquí, en el Congreso— es descalificar a los contrarios; no busca dialogar ni una construcción plural de las cosas públicas, que a todos nos atañen, y creo que ese es un problema, una involución respecto de un gran avance democrático que habíamos vivido en estos años y que a todos nos merece ponerle mucha atención, porque todos los mexicanos —no importa si tienes partido o en cuál milites— hemos construido, durante décadas, un sistema que tiene que perfeccionarse otra vez. La democracia es un proceso que no acaba, pero para eso necesitas instituciones, respeto, buenas políticas.
Póngase en los zapatos de su padre, ¿qué aforismo utilizaría para este momento?
—“En el debate parlamentario el límite lo pone el sentido del propio decoro”, aunque a veces, lamentablemente, vemos que no hay mucho, y eso ha degradado mucho la calidad del diálogo político en el Congreso, que es el espacio en el que naturalmente conviven los diferentes puntos de vista, las diferentes visiones del país, pero cuando se renuncia a las ideas y al debate de éstas, sólo te queda la descalificación.
Hipotéticamente, ¿dónde cree que estaría su padre ahora?
—Hoy estaría encabezando un debate: cómo preservar las instituciones democráticas y constitucionales al mismo tiempo que las moderniza. Estaría haciendo un llamado a la defensa de las instituciones y a escuchar lo que la ciudadanía finalmente dijo en la última elección presidencial: queremos cambiar. El cambio es bueno siempre y cuando no sea uno destructivo, sino uno que profundice en las instituciones y en el cuidado y entramado democrático. Mi padre también decía que en México hemos estado muchos años pensando la democracia electoral.
Ese era el tema, que se respetara el sufragio, que se abrieran espacios a las oposiciones en la participación política y que eventualmente hubiera un árbitro electoral. Bueno, pero la democracia no es sólo eso: la democracia tiene que ser integral, un sistema de vida, porque tiene que ver con valores que compartimos y que están relacionados con la igualdad, que está en el centro de la democracia. Entonces ésta tiene que ver con cómo ejerces tus derechos, con qué tipos de servicios tienes... Yo creo que hoy José Francisco Ruiz Massieu estaría diciendo que México necesita seguir profundizando su democracia, pero para preservarla y garantizarla necesita cuidar sus instituciones. Él estaría encabezando un debate sobre la modernización del sistema político y la profundización de nuestra democracia, y también estaría alzando la voz para defender a las instituciones.
¿A usted le fue suficiente el legado de su padre para posicionarse políticamente?
—No, nunca ha sido suficiente, porque nunca nada suple la presencia física; sin embargo, es una suerte poder tenerlo como un acompañante permanente; además, en mi profesión, me ha servido mucho para clarificar mis ideas, para retomar las suyas, para leer mi realidad, porque, como decíamos, la mayoría de las cosas que él escribió siguen vigentes, aunque muchas son pendientes. Cuando me he encontrado en momentos duros o difíciles de mi carrera o en disyuntivas complejas, siempre me pregunto qué haría mi padre, y como que trato de imaginar un diálogo. Eso me ayuda a aclarar mis ideas. Entonces él siempre está conmigo, siempre tendré la oportunidad de visitar su pensamiento a través de lo que el escribió, y él hace falta, pero como dijo uno de sus grandes amigos: él era un faro, porque iluminaba el camino, era un guía. Para mí sigue siéndolo.