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La semana pasada dos espacios emblemáticos de la Ciudad de México festejaron sus aniversarios. Tuve la fortuna de ser invitada a los 52 años de Gandhi y a los 30 de El Péndulo. Sureña como soy, conocí Gandhi desde chiquita, me refiero a la librería y a mí. Recuerdo caminar por Francisco Sosa, la calle más bella de Coyoacán, hasta llegar al parque de Arenal y a un costado entrar a la primera Gandhi que estrenaba un concepto que llenó nuestros momentos de encuentro en los años 70: la combinación de venta de libros y discos con la cafetería donde podías sentarte y pasar horas. Gandhi con tan larga vida. Mi memoria también me lleva a la desaparecida El Juglar en la glorieta de Manuel M. Ponce en la Guadalupe Inn, en una casa californiana con libros en distintas habitaciones, y en cuya parte alta estaba el café donde incluso se organizaban concursos de Scrabble. El Ágora en Insurgentes es también una inevitable evocación de los espacios de encuentro entre libros y café que han marcado mi relación con la ciudad.
Cafebrería El Péndulo nació briosa en la Condesa en 1993 y era común citarse para desayunar sabroso entre libros. Saltó a la Roma, a Perisur y en 2018 abrio en la Guadalupe Inn, junto al Helénico, en un generoso espacio en niveles con grandes ventanales donde se antoja esa fantástica combinación de café, restaurante y bar (por cierto muy escasos en la Ciudad de México), flanqueado al estilo Péndulo con paredes cuajadas de libros de piso a techo. Al terminar la charla con el escritor Ivan Frías sobre mi encuentro con los libros, me cuentan los libreros cómo al poco tiempo de abrir la sucursal Guadalupe Inn, la pandemia les hizo cerrar puertas. Por eso ahora el borbotón de asistencia parece clamar lo que todos sabemos: necesitamos un espacio de encuentro y qué mejor que un espacio de barrio que permita la conversación silenciosa con el libro y en voz alta entre comensales. El Péndulo de Guadalupe Inn me sorprende con las novedades y clásicos de libros publicados en inglés. No resisto, a pesar de haber leído el espléndido ensayo de Olivia Teroba, “Escritura y dinero”, ganador del concurso convocado por Latin American Literature Today que me debería orillar a la mesura, comprar la colección de poemas de Derek Walcott en su idioma original y el libro más reciente de mi admirado Ian McEwan.
Celebro las celebraciones (así de redundante) de estas dos anclas que han sido paisaje de la ciudad, y que fueron oxígeno durante el encierro en la pandemia al encontrar la manera de hacer llegar los libros a domicilio y organizando eventos virtuales para que la sed de comunicación y asombro pudiera satisfacerse. En Gandhi me dio mucho gusto encontrarme a escritores-amigos, algunos de carrera larga: Pablo Boullosa, Xavier Velasco, Sandra Frid, BEF, Martín Solares, Julia Santibañez, entre otros, y al joven y notable narrador Cristian Lagunas, cuyos cuentos me asombraron en el breve tiempo que estuvo en mi taller y que luego saltó a la Fundación para las Letras Mexicanas; además de ganar el premio Comala de cuento, El lado izquiero del sol fue la novela ganadora del reciente premio Mauricio Achar que Random House y Gandhi idearon para fortuna de escritores y lectores.
Qué gratos festejos que provocan encuentros con libros, lectores, libreros, con mi querido editor David Martinez, quien me sorprende con un ejemplar de mi primera novela, Tonada de un viejo amor , en su nueva edición publicada por Planeta. Estos festejos me han recordado el camino para pasar tiempo entre libros y café. Felicidades Gandhi. Felicidades Péndulo.