“No les voy a fallar”, garantizó Claudia Sheinbaum Pardo al salir de su domicilio, minutos antes de entrar a los libros de historia al convertirse en la primera mujer Presidenta de México.
Afuera del departamento que renta en la “calle de los presidentes” —como se conoce ahora a Cuitláhuac, porque es la misma avenida donde vive el exmandatario Andrés Manuel López Obrador—, una docena de simpatizantes llegó desde las 06:00 de la mañana para ver salir a “nuestra Presidenta”.
Pese al frío que se siente en esta parte del sur de la Ciudad de México, los simpatizantes no cesaron en sus gritos de “¡Pre-si-denta! ¡Pre-si-denta! ¡Pre-si-denta!”.
Con el tableteo de una matraca, vecinos y simpatizantes clamaron “¡Es un honor estar con Claudia hoy! ¡Es un honor estar con Claudia hoy!”, y al recordar el juego infantil de las escondidas sueltan un jocoso “¿Claudia, estás ahí?”.
La espera llegó a su fin a las 10:30 horas, cuando el automóvil gris que la transporta salió del estacionamiento del complejo de departamentos, lo que generó nuevos gritos de sus simpatizantes, quienes lucharon junto a los representantes de los medios de comunicación para poder verla a bordo del vehículo en compañía de su esposo Jesús María Tarriba. La estrecha calle de Cuitláhuac ocasionó que algunas motos de la prensa cayeran.
“¡Eres mi Presidenta, Claudia! Todo México está contigo”, dice una señora que se aferra al automóvil para no caerse, mientras a su costado un joven se tomaba una selfie. “¿Cuál es su mensaje para los lectores de EL UNIVERSAL?”, se le pregunta. “No les voy a fallar”, responde con una sonrisa mientras la nube de simpatizantes y reporteros sigue el automóvil.
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Por varias cuadras, antes de salir a Viaducto Tlalpan, vecinos, junto con sus hijas e hijos, salieron a saludar a Sheinbaum.
Un par de niñas decidieron subirse al techo del automóvil para poder ver a la primera mujer Presidenta y extendieron sus manos para saludarla. La Mandataria les contestó con una sonrisa.
Es un camino de casi 20 kilómetros desde su casa hasta el Congreso de la Unión; decenas de capitalinos también salieron a saludarla.
En Tlalpan, mujeres le arrojaron pétalos de color rojo a su vehículo compacto, el sello de la casa.
Al llegar a Congreso de la Unión y Fray Servando, el numeroso convoy presidencial se detiene por el dispositivo de seguridad.
Una niña logra colarse hasta la ventanilla de la primera Presidenta del país, quien al saludarla le da un beso en la cabeza.
A lo lejos, trabajadores del Poder Judicial de la Federación gritan consignas en contra de la reforma aprobada hace unos días.
Ese mismo camino, pero 30 minutos antes, lo recorrió Andrés Manuel López Obrador en su primer día como expresidente.
Igual que hace seis años, afuera del número 90 de la “calle de los presidentes”, los amlovers le gritaron “¡Pre-si-dente! ¡Pre-si-dente!”.
Al tabasqueño también lo despidieron con serenata. “Ya lo sé que tú te vas/ que quizás no volverás/ que muy tristes hoy serán mis mañanas: si te vas”, corearon con melancolía el éxito de Juan Gabriel.
A las 10:12 horas, el portón color chocolate se abre.
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Con los brazos en alto, López Obrador —portando por última vez la banda presidencial— se despide de sus seguidores, quienes al verlo estallan en júbilo. “¡Pre-si-dente! ¡Pre-si-dente! ¡Pre-si-dente”, corean mientras el tabasqueño lanza besos al infinito.
Entre el expresidente y sus seguidores hay militares que se abren paso a empujones entre los camarógrafos, fotógrafos y reporteros.
A bordo del Jetta, con Roberto Rojas al volante y la doctora Beatriz Gutiérrez en el asiento trasero, López Obrador parte a San Lázaro en medio de un mar de gente.
La esposa del expresidente lo toma de la mano en buena parte del camino mientras él lanza besos, agita la mano y extiende los brazos en señal de abrazo a quienes salen de su casas o trabajos, aunque ayer se decretó día de descanso oficial.
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Como hace seis años —cuando un joven en bicicleta lo alcanzó tras rendir protesta como presidente y le dijo “no nos falles”—, hoy otro ciclista se mete entre una nube de motociclistas y pedalea a gran velocidad junto al extitular del Ejecutivo; no se escucha palabra alguna.
Casi al llegar a San Lázaro, un joven de camiseta amarilla y rastas corre a un lado del Jetta, lo alcanza y se toma una selfie.
López Obrador sólo es escoltado por un par de motociclistas de la policía de la Ciudad. Atrás va una camioneta negra con dos militares... y más atrás, en otro Jetta blanco, viaja Daniel Asaf, su exjefe de Ayudantía y hoy diputado federal. Así, ambos llegan a la Cámara de Diputados: ella es ungida como Presidenta y se rompe el techo de cristal; él, aunque ya dejó de ser el titular del Ejecutivo, se queda con la consigna que lo acompañará toda la vida: “¡es un honor estar con Obrador!”.