La revista estadounidense Time, en su última edición de 1945, determinó que el suceso más importante de fatídica temporada de 12 meses fue el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, en Japón.
“[La bomba atómica] es un aprovechamiento del poder básico del universo. La fuerza de la que el sol extrae su poder se desató contra aquellos que trajeron la guerra al Lejano Oriente”, fueron las palabras de Harry Truman, entonces presidente de Estados Unidos, al anunciar el primer bombardeo nuclear de la historia.
Sobre Hiroshima y Nagasaki se demostró la destrucción que provoca un artefacto atómico y en lugar de preparar el camino para la paz mundial, inició una paranoia global por temor a la próxima “nube de hongo”. Eran los tiempos de la era nuclear.
Tratados que no detuvieron el crecimiento de arsenales
Varios países destinaron enormes sumas de dinero para tener dispositivos más grandes, potentes y letales que sus enemigos, a pesar de que dirigentes y poblaciones exigieron la pacificación de la energía atómica y la eliminación de los programas bélicos que la utilizaban.
A 10 años del bombardeo, según la edición del 7 de agosto de 1955 en EL UNIVERSAL, la Unión Americana quiso compartir el conocimiento nuclear con otras naciones, excluyendo el uso militar. Mientras, la Unión Soviética y Reino Unido ya tenían sus propias bombas.
Para el 5 de agosto de 1963, en un acto de aparente esperanza, se firmó el Tratado de Proscripción Parcial de Pruebas Atómicas, que prohibió la experimentación de artefactos nucleares en la atmósfera, espacio o profundidades del mar. Los promotores fueron Estados Unidos, Reino Unido y la URSS.
En palabras de Nikita Kruschev, sucesor de Iósif Stalin, el acuerdo “liberará al mundo de las letales nubes radioactivas”.
Latinoamérica también elaboró sus acuerdos para prohibir la posesión o fabricación de bombas en la región. México fue líder en esas negociaciones, en especial el diplomático Alfonso García Robles, ferviente promotor del desarme y Premio Nobel de la Paz en 1982.
La voluntad latinoamericana culminó en el Tratado de Tlatelolco o Para la Proscripción de las Armas Nucleares en América Latina y el Caribe, promovido el 14 de febrero de 1967.