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La UNAM y yo nos relacionamos en 2012, cuando vine por primera vez a la Ciudad de México para aprender español y conocer los programas de posgrado. Yo estaba en un momento de crisis en mi vida profesional: sentía que la carrera que había estudiado no era para mí y tenía un profundo anhelo de poder contribuir más a la solución de los problemas sociales que nos rodean en todos lados del mundo. Escogí mudarme a México en vez de quedarme en mi país, por la curiosidad y mi deseo de conectar con las raíces mexicanas que existen en mi familia y que fueron abandonadas durante los procesos de migración y asimilación que vivieron mis antepasados. Mis dos abuelos (paterno y materno) pertenecían a la primera generación de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en los años 30 y 40, una época en la que la mayoría de los migrantes buscaba adaptarse a la vida estadounidense y ocultar sus orígenes extranjeros debido a la discriminación y violencia que enfrentaba esta población. Como resultado, ninguno de mis padres creció hablando el idioma nativo de sus progenitores, y yo ansiaba recuperar esa herencia cultural que se había perdido.
Durante mis clases de español en el programa CEPE de la UNAM tuve la oportunidad de colaborar con una asociación civil mexicana que luchaba contra la trata de personas en Latinoamérica, un tema que había despertado mi interés desde la licenciatura, y decidí estudiar una especialidad en la Escuela Nacional de Trabajo Social. Éste fue mi primer acercamiento a las perspectivas teóricas-metodológicas características de la Universidad, una experiencia que sin duda me marcó. Al concluir esa etapa continué con la maestría en Trabajo Social, por lo que me convertí en la primera mujer de mi familia en completar estudios de nivel posgrado. Durante este periodo conocí por primera vez la perspectiva de género, lo cual me proporcionó herramientas teóricas y prácticas fundamentales para realizar investigaciones sobre violencia contra las mujeres, en las cuales me enfoqué en el trabajo con hombres y personas agresoras.
Siento una deuda enorme con la UNAM, especialmente con la Escuela Nacional de Trabajo Social, pues no sólo me otorgó un título, sino también una nueva cosmovisión. Me aportó habilidades de pensamiento crítico que me permitieron iniciar procesos de deconstrucción de ideologías y creencias internalizadas que son dañinas. Aunque este desarrollo de conciencia es algo de toda la vida, agradezco a la Universidad por haberme abierto el camino, y ahora disfruto enormemente poder acompañar a mis grupos de estudiantes que transitan el mismo proceso mientras analizan diversos problemas sociales que afectan a las mujeres, y diseñan modelos de intervención para transformar estos sistemas de desigualdad.
Además de ser profesora de asignatura en el Programa Único de Especializaciones en Trabajo Social, actualmente soy directora operativa en una asociación civil mexicana que lucha por la libertad y restauración de víctimas de trata de personas, explotación y violencia. Como consecuencia de mis investigaciones realizadas durante mis estudios de posgrado en la UNAM pude diseñar un programa de acompañamiento social para hombres enfocado en la prevención de la violencia y la explotación sexual, logro que únicamente fue posible gracias al apoyo y asesorías de los profesores y las profesoras que estuvieron conmigo a lo largo de mi proceso de formación.
Felicito a la Fundación UNAM por haber cumplido 32 años de trabajo impulsando a estudiantes. Cada beca representa no sólo una oportunidad de acceder a un título o una posibilidad laboral sino también la capacidad de transformar paradigmas y comprender de forma crítica nuestra realidad, que cada día es más compleja, lo que propicia la lucha por la igualdad y los procesos que, poco a poco, reparan al mundo.
Directora operativa de El Pozo de Vida, A. C. y profesora de asignatura del Programa Único de Especializaciones en Trabajo Social de la Escuela Nacional de Trabajo Social, UNAM