Entre tabúes y estigmas sociales, el trabajo sexual masculino es una actividad invisible para las autoridades, clandestina para quienes la ejercen y está fuera de todo tipo de apoyo social o de ayuda gubernamental.
De acuerdo con activistas consultados por EL UNIVERSAL, la invisibilización contribuye a la falta de censos sobre las personas que lo ejercen, a la carencia de redes de apoyo entre los trabajadores sexuales y a la “clandestinidad” con que se realiza, pues muchos son hombres heterosexuales que encontraron en esta actividad un ingreso extra.
En entrevista con EL UNIVERSAL, Marco Antonio Palet Sánchez, coordinador de Comunicación y Promoción de la Salud Sexual de la Clínica Condesa, enfatiza que, pese a que es un tema de salud pública, al día de hoy no existen datos contundentes sobre cuántos hombres ejercen y consumen el trabajo sexual, debido a que no se han realizado censos para determinarlo.
Aunado a ello, explica que otra de las razones radica en que en el trabajo sexual masculino existen menos redes de apoyo y se actúa de una forma clandestina, porque se busca no revelar la identidad, “pues hay hombres que tienen sexo con otros hombres, que no quiere decir que sean gays. Hay muchos hombres que tienen esa práctica que están casados, que tienen esposa, que tienen hijos, pero que tienen relaciones sexuales con otros hombres porque vieron un ingreso extra”.
José Antonio Arias Velasco, cofundador de Condón Móvil, precisa que, a pesar de que ya hay información suficiente sobre infecciones de transmisión sexual, se siguen presentando casos de VIH en poblaciones jóvenes, pero, resalta, “los trabajadores sexuales son quienes aprovechan esta información y se protegen por el riesgo que implica su actividad”.
“Son más vulnerables porque tienen mayor número de relaciones sexuales con diferentes personas, pero por eso mismo ellos, en su mayoría, tratan de cuidarse, porque ese es su trabajo”, subraya.
Ante ello, los especialistas detallan que desde la Clínica Condesa se han implementado acciones de prevención y se han desplegado unidades móviles en “zonas de encuentro” como la Alameda y La Ciudadela, donde se realizan pruebas rápidas de VIH e infecciones de transmisión sexual.
Asimismo, llaman a los trabajadores sexuales y a la población en general a hacerse pruebas de monitoreo de infecciones de transmisión sexual en la Clínica Condesa, “que no juzga, que recibe a hombres, mujeres, mujeres trans, hombres trans, trabajadores y trabajadoras sexuales. Todos aquí van a encontrar un buen trato, un trato digno, humanitario y a todos se les hace la prueba de manera gratuita”.
Alberto, un hombre homosexual de 28 años, comenzó a ejercer el trabajo sexual desde los 20, como resultado de su casi nula instrucción académica, pues no concluyó la primaria por el bullying del que era objeto por su orientación sexual y sus ademanes femeninos de pequeño, por lo que años más tarde el trabajo sexual le ofreció “buenas ganancias y conocer otro tipo de gente”.
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Sus servicios van desde los 500 pesos y se incrementan si es un “buen servicio”, como un trío, que va desde mil 500 a los 2 mil pesos por una o dos horas, pero los precios suelen variar, pues “dependiendo el sapo la pedrada”, dice.
Para Alberto, la discriminación y el estigma del que ha sido víctima proviene en su mayor parte de las personas que pasan en el día a día. “La gente pasa, te ve, te mira, te crítica por tu trabajo. A veces han pasado por mí y hay personas cristianas, o no sé de qué religión, que oran por mí y me dicen que si les doy permiso de que oren por mí”, indica.
Resulta difícil cambiar de trabajo por los ingresos que obtiene, los cuales, en “semanas buenas”, llegan a alcanzar los 20 mil pesos semanales, “porque doy el servicio mínimo a cuatro clientes al día, de 500 pesos, son 2 mil pesos diarios” y aunque asegura que hay cerca de 200 hombres que ejercen el trabajo sexual en la Alameda Central, “siempre hay un roto para un descosido”.
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En la actualidad, la madre de Alberto tiene 59 años y padece diabetes, y aunque la carga emocional para ella es complicada, conoce que su hijo ejerce el trabajo sexual, lo que ha permitido que Alberto la apoye económicamente y se mantenga al pendiente de su salud, que se alimente bien y que tome sus medicamentos, pues es el único de sus hijos que la cuida.
Si bien a Alberto le gusta su labor, “porque tiene sus clientes”, desea algún día ahorrar para una buena inversión que le permita dejar el trabajo sexual y emprender un negocio como una verdulería, abarrotería o un restaurante, “porque uno puede levantarse solito, tener ganas, ánimos de levantarse y producir dinero”.
Actualmente, en la Ciudad de México la mayoría de los trabajadores sexuales, o chichifos, como popularmente son llamados, no son reprendidos por los elementos policiacos desde la abrogación de la Ley de Cultura Cívica en 2019, la cual establecía como infracción “el invitar a la prostitución o ejercerla, así como solicitar dicho servicio”.