Un grupo de especialistas liderado por la Facultad (FA) de Arquitectura de la se alista para restaurar Los Manantiales, una edificación realizada en 1958 que asemeja una enorme flor blanca de ocho pétalos flotando sobre los canales de Xochimilco y que es una de las obras de Félix Candela Outeriño.

“Es uno de los edificios más icónicos de la arquitectura mexicana del siglo XX y una pieza clave en el quehacer de este arquitecto que salió de su natal España para exiliarse en nuestro país. Esta construcción, realizada en 1958, consolidó la fama de su autor a nivel mundial, que había comenzado a propagarse con el Pabellón de Rayos Cósmicos, construido en en 1951”, comenta Juan Ignacio del Cueto Ruiz-Funes, investigador, académico y director de la Facultad de Arquitectura (FA) de la UNAM durante el periodo 2021-2025.

Con el tiempo, la edificación sufrió daños que la pusieron al borde del colapso. Ante este escenario, un equipo de especialistas, liderado por la FA, se abocó a preservar tan importante legado.

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“Es crucial atender la recuperación de este patrimonio, pues además de su valía arquitectónica es parte del pensamiento social”, indica Andrés López García, profesor de la misma entidad y director de la obra para rescatar el inmueble.

Candela Outeriño nació en la capital de España, en 1910. A los 25 años se tituló en la Escuela de Arquitectura de Madrid y, meses después, recibió una beca para estudiar una tecnología que era punta de lanza en aquella época: las estructuras laminares de concreto armado, mejor conocidas como cascarones.

Sin embargo, sus objetivos académicos se vieron frustrados en julio de 1936, cuando estalló la Guerra Civil Española, pues el arquitecto se enlistó como voluntario en el ejército republicano. “Como parte del bando perdedor, medio millón de españoles salieron al exilio y cerca de 20 mil refugiados llegaron a México, de Francia y África del norte, gracias al apoyo de Lázaro Cárdenas y, posteriormente, de Manuel Ávila Camacho. Entre quienes arribaron en 1939 estaba el joven Félix”, refiere Del Cueto.

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En 1950, Candela creó su propia empresa, Cubiertas Ala, que tuvo un gran impacto en México, en especial porque en aquella época nuestro país comenzaba a modernizarse, al pasar de un ambiente rural a uno mucho más industrial. En dicho escenario, el arquitecto ganó mucho prestigio debido a que supo aprovechar las virtudes de los cascarones, muy resistentes debido a su forma geométrica: el paraboloide hiperbólico.

Dicha figura se obtiene cuando una superficie integrada por líneas rectas es girada en el espacio hasta conseguir curvaturas, explica el profesor Andrés López García.

“Hasta donde sabemos, en el mundo no hay tantos cascarones –ni tan variados– como en México. Con creatividad, él movía vértices, los estiraba, acortaba, subía, bajaba e intersecaba. Es lo maravilloso de su legado”, menciona.

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Este elemento es un ejemplo de sustentabilidad, pues con poco material se cubren espacios amplios, plantea Del Cueto Ruiz-Funes, quien tuvo oportunidad de entrevistar a Félix Candela en 1992 y quien recuerda que el español admitió que le encargaban esas cubiertas por económicas, no por bonitas, aunque una vez terminadas su belleza era innegable.

El trabajo de este arquitecto tuvo un gran auge con la construcción de fábricas y almacenes, y de proyectos como el Pabellón de Rayos Cósmicos en Ciudad Universitaria, una cubierta con espesor menor a dos centímetros, creada con dos paraboloides interconectados (conocidos como silla de montar), apoyados en tres arcos parabólicos.

En 1955, él junto con Fernando López Carmona y Enrique de La Mora y Palomar diseñaron una bóveda por arista para la sala de remates de la Bolsa de Valores de México.

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“Esto es un invento romano de hace dos mil años. Intersecaban dos bóvedas de cañón corrido (cilíndricas) a fin de generar una cubierta apoyada solo en cuatro puntos. Así, ellos hicieron la primera bóveda por arista con paraboloides hiperbólicos del mundo”, expone Del Cueto Ruiz-Funes.

También creó estructuras de tres apoyos, como el cabaret La Jacaranda del hotel El Presidente, en Acapulco. Otras fueron de cinco, como la que estaba en el hotel Casino de la Selva en Cuernavaca (hoy demolido), y de ocho, Los Manantiales, que con poco material cubre casi 900 metros cuadrados.

A la par de los últimos años de la Guerra Civil Española, en la Ciudad de México comenzaron a crecer espacios turísticos como Xochimilco. En 1938 se levantó, al lado del embarcadero Zacapa, una cabaña de madera nombrada Parque y Restaurant Manantiales.

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En 1957, un fuerte incendio destruyó por completo el inmueble, motivo por el cual los dueños encargaron al arquitecto egresado de la UNAM, Joaquín Álvarez Ordoñez, elaborar un nuevo edificio que no se quemara.

“Él invitó a Félix Candela, quien para entonces era el experto en este tipo de construcciones. La obra representó un gran reto estructural y formal del cual el español salió airoso, pues al final logró claros muy grandes, bordes libres, espesores reducidos y las formas más extraordinarias que puede haber”, asevera el profesor Andrés López García.

La edificación, erigida sobre tierra firme, luce sutil y ligera, pero su elaboración fue compleja. Consta de una bóveda de ocho gajos formada por cuatro paraboloides hiperbólicos intersecados. En las cimbras se perciben miles de líneas que se mueven hasta crear las curvaturas. Los cascarones están formados por varillas de cinco dieciseisavos de pulgada con separaciones de 10 centímetros, con lo que se obtiene una retícula de acero en un solo lecho.

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Para lograr la geometría, se cimbraba por debajo con duelas de cinco centímetros y puntales de madera (ello representó un gran trabajo artesanal); encima se vaciaba el concreto fabricado a mano, el cual secaba y se descimbraba. El inmueble tiene espesores de hormigón muy delgados; el menor corresponde a cinco centímetros y se alcanzan los 1.20 metros, aproximadamente, en trabes y arcos formeros. Sin embargo, ese grosor no se nota, está disfrazado, describe López García.

Entre lo más destacable de esta obra está el que se consiguen bordes libres, es decir, a diferencia de las edificaciones convencionales donde las losas se soportan por trabes perimetrales, aquí no las lleva. Los cascarones se sostienen en cuatro enormes trabes ahogadas en forma de arcos formeros que van de extremo a extremo y descargan sobre la cimentación, dando la apariencia de una araña. “Las trabes no se notan, sólo vemos un olán arquitectónico estilizado que cubre el área útil y muestra sus delicados bordes libres al entorno. Es una gran poesía”.

Este restaurante se reinauguró en 1958 y se volvió muy popular por ser un punto de encuentro para personalidades del mundo artístico y político de la época. Grupos como sonoras y bandas inundaban el recinto con su música. Durante sus últimos años, las y los amantes del danzón se congregaban en este sitio para bailar cada fin de semana.

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Con el tiempo, y a consecuencia del reblandecimiento del suelo, el inmueble presentó daños que se agravaron con el sismo del 19 de septiembre de 2017, y que lo pusieron en peligro de desplome.

“Desde inicios del siglo XX se sabía de los problemas en el subsuelo de Xochimilco, causados por la extracción de agua de sus manantiales. La deshidratación hizo que el terreno chinampero perdiera sus capacidades físicas, la variación en su volumetría y provocó movimientos. Al bajar el nivel de los canales hasta cinco metros, el perímetro de la chinampa donde se encuentra la obra se volvió inestable y perdió el equilibrio de los empujes físicos. Con el sismo hubo deslaves hacia los canales que se llevaron parte de la cimentación del edificio”, detalla el académico.

Varios de los cimientos (con forma de paraguas invertido) y la trabe de liga que unía dos de los apoyos colapsaron, pues según el profesor, el daño más grave ocurrió en el espacio donde había construcciones posteriores a la edificación original, mismas que –según sus cálculos– pesaban cerca de 300 toneladas, casi lo mismo que Los Manantiales.

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“En general, los cascarones de Félix Candela han resistido bien los sismos de la CDMX por su flexibilidad, pues durante un temblor se mueven y, cuando éste para, se mantienen estáticos. El problema aquí fue que el terreno blando se movió demasiado, rompió una contratrabe y ello deformó una de las ocho bóvedas. Estas construcciones son estructuralmente resistentes por la forma; si eso se pierde, quedan en riesgo de colapso”, apunta Juan Ignacio del Cueto.

Fue entonces cuando, desde la FA, se integró un amplio equipo con docentes y estudiantes de servicio social, el Instituto de Ingeniería, el despacho Colinas de Buen, empresas privadas y especialistas extranjeros que, con apoyo de la Secretaría de Cultura, el gobierno federal y trabajadores de la construcción, rescataron este patrimonio.

“Solicitamos un apoyo al Programa Nacional de Reconstrucción y se nos otorgó por tres años. El objetivo era salvar el edificio y evitar su demolición. Casi toda la obra se hizo en el subsuelo”, explica el director.

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El trabajo constó de tres fases. En la primera apuntalaron los cimientos, construyeron unos brazos de vigas de acero y, debajo, pusieron camas de madera para apoyar el inmueble. En la segunda colocaron 16 pilotes y varias trabes radiales en la cimentación. En la última, el cascarón deformado se reconstruyó, se conservaron las varillas que aún servían y, con moldes, trazaron rectas idénticas a las de la cimbra original y colaron.

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