María y Diana son pareja desde hace dos años. Tienen de relación un año y medio y viven en un departamento de la alcaldía Iztapalapa en la Ciudad de México. El pasado 8 de junio fueron víctimas de una agresión por parte de uno de sus vecinos, quien las golpeó en la sien, el rostro y les provocó lesiones en las cervicales y fracturas en la nariz con desviación de tabique.
El ataque se dio por el “robo” de uno de sus tapetes; ambas acudieron al departamento de su vecino para buscar un acuerdo, sin embargo, éste las recibió con un tono altanero y acusó a María: “si tú eres bien mansita, y ahorita porque estás drogada o borracha, vienes a decirme cosas”, acusación que, sostienen, es falsa.
Al intervenir para defenderla, Diana fue agredida verbalmente por su expresión de género masculina. Su vecino, le dijo: “tú no te metas pinche marimacha, machorra, crees que por creerte cabrón no te rompo tu madre” y fue entonces cuando la agresión escaló. Golpeó a Diana en la cara y la empujó, lo que, por fortuna, la hizo caer por las escaleras desde el quinto piso y no por el barandal del edificio que da al vacío.
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El vecino continuó atacándolas y las amenazó de muerte: “ya se chingaron, a poco creen que pueden con nosotros”, “¡vamos a acabar con ustedes!”, “¡les vamos a mandar gente!”, entre otras.
Fue la llegada de otro vecino al edificio lo que cesó momentáneamente la agresión y, tras ello, llamaron al 911, pero la patrulla nunca llegó, porque: “no le daban acceso a las patrullas a la unidad”.
El día siguiente, María y Diana acudieron al Ministerio Público para denunciar el ataque, donde después de un trato hostil y revictimizante, de acuerdo con su testimonio, les giraron algunas medidas de protección, las cuales contemplan la implementación del Código Águila, es decir, el resguardo de las víctimas por elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México.
No obstante, dichas medidas no pudieron ser solicitadas, porque el día que levantaron la denuncia les negaron el oficio, porque los policías rechazaron apoyarlas, “porque si no tienes el papel, no tienes el Código Águila”.
“Las ocasiones que llegamos a parar patrullas y les explicamos que teníamos Código Águila literalmente se reían y decían 'tenemos que ir a echar gasolina’. ¿Qué hace uno? ¿Se cuelga de la patrulla?”, declaran.
Inconformes, recurrieron a la Secretaría de las Mujeres para solicitar que se garantizará el cumplimiento de las medidas y la ampliación de éstas de acuerdo a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, con el objetivo de que su agresor no pudiera acercárseles, porque, afirman, sólo los separa una pared, pero la dependencia dijo que no podía garantizarlas.
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Ante ello, asistieron a la Coordinación General de Atención a Víctimas de Delitos Cometidos en Razón de Género, donde el personal les garantizó el otorgamiento de las medidas, con lo que ellas esperan “sentirnos más protegidas y respaldadas, pero a la expectativa y la incertidumbre de sí esto nos va a salvaguardar lo suficiente”.
Inicialmente, la carpeta de investigación contempló los delitos de lesiones, amenazas, y discriminación, sin embargo, para ellas, esta debió proceder por feminicidio en grado de tentativa, pues, argumentan, “el barandal no llega más allá del ombligo, y si a Diana el golpe no la hubiera lanzado por la escalera y la hubiera tirado al vacío estaría muerta. Fue suerte que su cuerpo cayera hacia atrás y no hacia el vacío, por ello queremos que se tome en cuenta que pudo morir”.
Para María, psicóloga social, y Diana, psicóloga educativa, que han acompañado a víctimas en procesos de violencia de género ha resultado “desalentador” experimentar en carne propia la violencia institucional.
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“Aunque ambas teníamos esa chispita de que chance sí nos escuchan, chance sí se hace justicia, la situación nos dio un golpe de realidad, porque te das cuenta que todo es igual siempre”, afirma María.
Si bien luego del conflicto estaban “aferradas” a no cambiar su domicilio, “porque somos las víctimas y no tenemos por qué movernos de nuestro espacio, sino que el agresor tiene que enfrentar las consecuencias”, con el pasar de los días decidieron mudarse a otro lugar, “algo que nos duele, porque estábamos construyendo un hogar, un refugio y ya no es seguro para nosotras”.
Ante el ataque, consideran que, “aunque el castigo no es la solución”, él debe purgar con prisión por lo que hizo. Asimismo, piden a las autoridades garantizar que su agresor tenga un proceso terapéutico y de deconstrucción que asegure que “él ya no será un riesgo para las personas, porque es conflictivo y no somos a las primeras a las que agrede”.
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Adicionalmente, exigen una reparación material y psicológica del daño “por lo que va a implicar salirnos del departamento, como pagar una multa por incumplir el contrato de arrendamiento, la mudanza, los nuevos depósitos de renta y lo que está conllevando todo este proceso económica y emocionalmente”.
María y Diana reconocen que antes de la agresión “vivíamos en una burbuja, no lo esperas, y cuando te pasa es difícil agarrarse de algo para volver a ser la persona que eras antes de sufrir violencia”. Además, admiten que sus “privilegios”, como sus redes de apoyo y la aceptación de su orientación sexual en su familia, las cegaban de creer que algún día pudieran ser víctimas de violencia en razón de género.
A raíz del incidente, confiesan que viven con miedo por las amenazas de muerte de las que fueron objeto y de que la agresión pueda escalar aún más por la incapacidad de las autoridades para salvaguardar su integridad, “porque no sabemos si nos está siguiendo, sí nos está buscando o si él está generando más odio contra nosotras”.
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Para ellas, ahora viene un “proceso de lucha” y, aunque su futuro todavía es incierto, llaman a las víctimas a que “no se rindan, a que no tengan miedo, que no están solxs, porque sí hay amigos y sí hay aliados”.
A aquellas personas que violentan les dicen que “nunca es tarde para deconstruirnos y para entender de dónde vienen nuestros comportamientos violentos”. Aunado a ello, piensan que “hay un trabajo duro que hacer, porque no podemos esperar a que cese la violencia si no ponemos el ojo en quienes la ejercen y escuchamos sus historias para ver de dónde proviene ésta”.
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