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Luego de separarse de su marido y cruzar Ucrania en cuatro días, Silvia Mercado y su hija María Cristina, de un año, permanecen en Bucarest, Rumania, en espera de que la Fuerza Aérea Mexicana las repatrie a nuestro país.
Silvia, de origen nayarita, vivió siete años en Járkov (Kharkiv en ucraniano), donde se casó con Dennis y nació su niña. El 7 de marzo tuvo que dejar atrás esa vida y a su marido para ponerse a salvo.
EL UNIVERSAL informó que desde el pasado 24 de febrero, cuando inició la guerra entre Ucrania y Rusia, Silvia y su familia ya no pudieron salir de Járkov, razón por la que a través de redes sociales ella y su familia (desde México) solicitaron ayuda al presidente Andrés Manuel López Obrador para evacuarlas.
Las autoridades no instalaron un corredor humanitario en Járkov, por lo que intentar salir por sus propios medios implicaba el riesgo de quedar atrapadas en algún ataque y morir, pues en los últimos días la ciudad ha sido bombardeada por los rusos.
“Toda esta experiencia ha sido una pesadilla, todavía el 23 de febrero fuimos a comer sushi después de tomarle la foto a mi niña para su pasaporte ucraniano; a las cinco de la mañana del 24 la niña lloró, yo pensé que quería comer y me levanté a prepararle [alimento], pero yo seguía escuchando algo, ya había rumores de una guerra, pero nadie lo creíamos o no lo esperábamos”, narró.
“El 24 todavía mi esposo se fue a trabajar, llegó a las ocho y me dijo que lo que escuché habían sido bombardeos, pero que estaban en la frontera, que no estaban dejando pasar, que estaban contraatacando los ucranianos, que todo iba bien (…) Yo con la niña trataba de estar tranquila y en paz, pero cuando se dormía yo me quebraba”.
En entrevista telefónica desde Bucarest, Silvia contó que varios lugares por los que acostumbraba pasear con su hija ya no existen, incluso la casa de una de sus amigas fue bombardeada.
“Escuchábamos cerca los aviones, nosotros corríamos al pasillo de la casa, nos poníamos a jugar con la niña, a bailar para que no sintiera nervios, pero hubo un momento en que la nena me hacía ‘bum’, como imitando el ruido de la bomba; yo dije: ‘No. No quiero que mi nena crezca reconociendo el sonido de una bomba’”. La única opción segura para salir de Járkov era en algún vehículo diplomático o de la Cruz Roja, pero debido a que la ayuda no llegaba, Silvia y su esposo decidieron acudir con uno de los tantos voluntarios ucranianos que tras- ladan a las familias a la frontera para ponerlas a salvo.
Dennis no pudo salir con ellas debido a que el gobierno de Ucrania emitió una prohibición para que los hombres salgan del territorio, pues es posible que en algún momento sean convocados para combatir por su país.
“Mi esposo quería llevarnos pero no había gasolina y por eso decidimos hablarle al voluntario. Nos dijo: ‘Sí, váyanse, pónganse a salvo’, él por ser hombre no podía salir del país, además en Járkov está su mamá que ya es grande y no quiere salir de ahí”, contó.
Aquel 7 de marzo, Silvia, la pequeña María Cristina y su esposo se tomaron una foto, se despidieron y desde entonces la nayarita emprendió el largo viaje a Rumania con su niña en brazos.
“Yo sentí horrible porque tuve la impotencia de que él no quiso ponerse en un lugar más seguro, porque yo le dije que aunque no salga de Ucrania, se fuera a un lugar más seguro, pero su mamá no quiso salir y él no quiso dejarla.
“Fue horrible la despedida, cuando nos besó, nos daba la bendición. Me traje la tableta para enseñarle las fotos a mi niña porque sigue preguntando por él, por su papá”, contó, mientras la pequeña repetía la palabra “papá”.
“Todo este trayecto de Járkov hasta acá [Rumania] lo pasé en standby, yo abrazaba a mi nena porque nos obscurecía en la carretera y me daba mucho miedo, había retenes, había tanques que de repente el chofer decía: ‘Tenemos que cerciorarnos que sean de nosotros’, pero siempre había eso de que ‘¿y si no?’, yo abrazaba a mi nena y ella se reía o jugaba y para mí era como una señal de Dios: ‘Tranquila, todo va a estar bien, ya vamos’, la nena me hacía como meterme en su mundo”.
Desde Dnipro, Silvia logró ponerse en contacto con autoridades de la embajada de México hasta que el pasado 11 de marzo le ayudaron a llegar a Bucarest, donde la recibió el embajador de México en Rumania, Guillermo Ordorica, y la instalaron con su niña en un refugio mientras esperan a que el avión mexicano despegue para traerlas al país.
A pesar de todo, Silvia prefiere no pensar en que su marido tenga que tomar las armas y mantiene la esperanza de reencontrase.